Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El día que lo cambió todo

Autor:

Jorge Fernández Pérez

Vivir en la Cuba colonial, siendo criollo, significaba sufrir un sinnúmero de desmanes por parte de las autoridades de la metrópoli, que veían a los nacidos en estas tierras caribeñas como individuos molestos e inferiores, que debían someterse a los designios de España.

La imposición de altos impuestos y tributos a la corona se agudizaba según los gobiernos de turno, al tiempo que el rígido control comercial español limitaba el desarrollo económico de la Isla y la modernización de la industria azucarera.

¿Ocupar cargos en el gobierno? Aquel era un privilegio vetado para los cubanos, quienes tampoco tenían derecho a organizarse libremente.

La persistencia de la esclavitud, considerada por una buena parte de la población como el principal conflicto potencial, ponía freno al desarrollo socioeconómico y contribuía a exacerbar prejuicios y divisionismos de clases, entre personas blancas y negras, libres y esclavas.

Las contradicciones entre la colonia y la metrópoli eran cada vez más latentes. El sentimiento nacionalista de los criollos aumentaba, en la misma medida que los atropellos de las autoridades. Era Cuba y no España su auténtica Patria y a ella se debían.

De este modo, solo quedaba el camino de las armas para lograr dos objetivos fundamentales por el bien de la nación: la independencia total y la abolición de la esclavitud. Esa fue la antesala del 10 de octubre de 1868, el día que lo cambió todo.

Esa mañana, en el ingenio La Demajagua, un grupo de cubanos ilustres rodearon a un hombre enérgico que se dirigió a los presentes, les informó el propósito de la reunión, declaró los principios del movimiento insurreccional, liberó a sus esclavos y los convocó a unirse a la lucha.

Era Carlos Manuel de Céspedes, quien lideró a aquel primer grupo que señalaría el camino hacia la victoria definitiva que tanta sangre digna costaría. Se sobrevinieron reveses, tropiezos, también alegrías y victorias compartidas, pero nadie puede negar el valor de ese momento.

Allí, en un ingenio de la zona oriental de Cuba, inició una de las páginas más bravías de nuestra historia, la que demostró que los criollos eran más que súbditos: eran cubanos que ansiaban la libertad y la autodeterminación. Una Patria donde hubiera lugar para todos, esa era la meta.

Con el alzamiento en La Demajagua se consolidaron las tradiciones de lucha del pueblo cubano, que durante siglos batalló por ver su objetivo materializado. Noventa y un años después, en 1959, el sueño de Céspedes y otros tantos se vio cumplido al fin. En ese año, la Patria por fin fue libre.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.