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Una catedral literaria: Paradiso

La obra maestra de José Lezama Lima resiste el tiempo, a su medio siglo de existencia. Ella nos saca de la dorada mediocritas, nos eleva y nos da el orgullo de saber que obra tal haya nacido y crecido aquí, entre nosotros, los cubanos

Autor:

Virgilio López Lemus

Cuando apareció por Ediciones Unión el voluminoso libro de cubierta roja llamado Paradiso, la novela latinoamericana andaba en la cúspide del aclamado boom. Transcurría 1966. La Revolución Cubana, en cuyo contexto salía a la luz, era todavía joven, pero esta obra de José Lezama Lima (1910-1976) tenía ya poco más de 20 años de haber sido iniciada, con los primeros capítulos publicados en la revista Orígenes, y con una intensa labor sobre ella del gran poeta y ensayista que fue su autor. Paradiso era compañera de viaje de El Siglo de las Luces (1962), de Alejo Carpentier; La muerte de Artemio Cruz (1962), de Carlos Fuentes; La ciudad y los perros (1963), de Mario Vargas Llosa; Cien años de soledad (1967), de Gabriel García Márquez… y muchas más. Fue el momento de máximo esplendor de la narrativa latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX.

La difícil novela que es Paradiso, un gran poema y enorme mural barroco, surgía en medio de un panorama sociopolítico al rojo vivo, más intenso que el color de la portada de la edición príncipe, diseñada por el poeta y pintor Fayad Jamís. Quizá no era el momento mejor para advertir la tremenda resonancia de esa obra magna. Ya por entonces Lezama se consideraba a sí mismo como un autor «póstumo», pese a que su novela crecía en editoriales extranjeras, y no se iba a reeditar en Cuba hasta poco más de otras dos décadas después. Pero Paradiso es obra maestra, resiste al tiempo. Lo resiste hoy a su medio siglo de existencia. Leerla es un ejercicio copioso de placer, sabiduría, interrogantes, retos, oscuridades y luminosidad.

Tres personajes dialogan en ella, dos en torno del central: José Cemí. Sus amigos Foción y Fronesis (dejémoslos en sus apellidos memorables), discuten con él acerca de la poesía, la sexualidad, la vida cotidiana y la trascendencia. Pudiera decirse que Paradiso es novela de personajes más que de acontecimientos, sobre todo porque en ella se traza la ruta del artista adolescente y de jóvenes en formación, cuyos destinos subdivididos los conducirán por caminos de reflexión y praxis humana, en los que la sexualidad ocupa un rango importante.

Paradiso es y fue una novela de riesgo. Este texto avant la letree y avant tout, conversaba sobre el tema al parecer eterno de las diversidades sexuales. Con una libertad esencial, Paradiso se abría como una roca a las peores interpretaciones y, por suerte, a las mejores, aquellas que la fijaron como lo que en efecto era y es: una obra inmortal, exuberante y a veces hermética, universal, pero de una cubanía tan preciosa como la que se yergue en el «Capítulo VII», uno de los más bellos y hondos monumentos narrativos de la identidad cubana.

Su cincuentenario ha suscitado un importante coloquio internacional en noviembre, en La Habana. Ya la edición fundamental de la obra se había logrado en 1988 por la Unesco, en la que se hace exégesis y edición crítica, que puede seguir siendo enriquecida con el tiempo. Como obra clásica, la lectura de Paradiso es infinita, la novela es inagotable. No sé bien si ya sobrepasé la décima lectura, pero cada vez es nueva, fresca, sugerente, llena, rica, incitadora; cada lectura me devela matices, signos como escondidos en ella, y siempre quedo en deuda de realizar un estudio a fondo. Paradiso es un reto al lector, incluso a los más avezados.

El gran Julio Cortázar había dado su versión en una superada edición mexicana de los años 70. En una encuesta en la década de 1990 en universidades norteamericanas, había sido la única obra latinoamericana mencionada entre los que se proponían como los 20 libros más significativos del siglo XX.

Con el Diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos, de José Martí, el Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, de Fernando Ortiz, y algunas otras obras literarias fundamentales, Paradiso se erige como indispensable para penetrar en la identidad evolutiva del hombre y la mujer cubanos. Cuba está también allí, desplegada en discusiones a veces eruditas que parecieran alejarse de esa marca identitaria. ¿Es la adolescencia un paraíso de la edad? Leamos la novela, y nos dará respuestas para muchas interrogantes más, y nos hará plantearnos otras. ¡Qué gozo leer Paradiso! Ella nos saca de la dorada mediocritas, nos eleva y nos da el orgullo de saber que obra tal haya nacido y crecido aquí, entre nosotros, los cubanos.

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