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Cuestión de química

Después de diez años de su estreno, Breaking Bad continúa encabezando la lista de las mejores series de todos los tiempos

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Después de diez años de su estreno por la cadena AMC y de un lustro de su espectacular cierre, Breaking Bad continúa encabezando la lista de las mejores series de todos los tiempos. Así lo confirmaron los 10,3 millones de espectadores que siguieron con supremo interés su último capítulo para implantar récord de audiencia en 2013. También la crítica que sigue ubicándola como obra de culto.

Algunos han llegado más lejos al considerar a The Wire (2002-2008) como la única contrincante de peso que pudiera tener en cuenta esta historia que arranca con una escena en la que se observa a un hombre huyendo de la policía mientras conduce una casa rodante. Entonces, sintiéndose perdido, lo vemos coger una cámara y grabar desesperado el que parece ser un mensaje de despedida.

«Me llamo Walter H. White. Vivo en Niagara Royal Lane 308, Alburquerque, Nuevo México 87104. A las entidades policiales: no estoy admitiendo crimen alguno. Le estoy hablando a mi familia...». Así comienza a despedirse de su hijo discapacitado y de su esposa embarazada un hombre que, tres semanas antes, era un entregado profesor de Química de 50 años pero ignorado por sus alumnos, que trabaja además en una fregadora de autos donde lo tratan y gana mal, y a quien acaban de diagnosticarle cáncer de pulmón en fase terminal.

El médico no le había mentido. Probablemente te queden dos años de vida, le dijo, y Walter no podía marcharse de este mundo sin hacer algo por los suyos. Es cuando decide aceptar la invitación que le cursara su cuñado Hank, agente de la DEA (Administración para el Control de Drogas), de que lo acompañara a una redada para desactivar un laboratorio donde se cocina droga. En esas circunstancias ve escapar a Jesse Pinkman (Aaron Paul), un exalumno a quien sin falta saldrá a buscar.

—La DEA se llevó tu dinero y tu laboratorio. No tienes nada. Volviste al punto de partida. Pero tú conoces el negocio... y yo la química. Estaba pensando que quizá tú y yo debíamos asociarnos...

—¿Usted quiere hacer cristales de metanfetamina? ¿Usted y yo?

—Así es... O bien eso o te entrego a la policía.

De ese modo inicia una de las relaciones más complejas y nace en la ficción una de las parejas más fascinantes vistas en la televisión y más allá. Existe tal feeling, tanta química entre ellos, que al espectador no le queda más remedio que amar a Walter White (Bryan Cranston) y a Jesse Pinkman (Aaron Paul). Y eso que estamos hablando (o tal vez por ello) de dos personajes cuyos comportamientos intentan casi todo el tiempo (especialmente al principio) lograr el equilibrio sobre esa finísima cuerda que transitan y divide el bien y el mal.

Con magistral pericia fueron diseñados White y Pinkman por el showrunner Vince Gilligan y su equipo de guionistas. Ellos se encargaron de buscar la complicidad de la audiencia con los dilemas y las urgencias a los que estaban sometidos los protagonistas para que luego, fundados ya los sentimientos, pudieran hacerse de la vista gorda y «perdonarlos». Sobre todo cuando llegue el momento de que en sus acciones no asome ni un atisbo de luz al que aferrarse para justificarlas. 

A diferencia de otros célebres personajes como Tony Soprano (James Gandolfini) y Don Draper (Jon Hamm), por mencionar a dos figuras centrales de otros clásicos como The Sopranos (1999-2007) y Mad Men (2007-2015), respectivamente, en el caso de White el televidente será testigo de un arco perfecto de transformación: resultará sencillamente genial la actuación de quien despertara admiración por el papel de Hal en Malcolm in the Middle.

Después de cinco temporadas, a Bryan Cranston le ha cambiado el rostro, la mirada..., hasta la respiración; algo que no se observa en el mencionado Tony Soprano, por ejemplo, a quien reconocemos desde el principio como padre dedicado, defensor de los animales y temible jefe de la mafia de Nueva Jersey. Walt comienza siendo un hombre que a pesar de su brillante inteligencia ha perdido muchas oportunidades, reservado, un poco débil, y termina como alguien que ha sucumbido a la presión y se torna irreconocible incluso para sí mismo: severo, implacable e insensible, temerario, un ser sin fronteras morales.

Es abismal el cambio (le otorgaron cuatro Emmy de los 16 que obtuvo la obra en su trayectoria), la metamorfosis que se produce del Walter White medio invisible al capo que se hace llamar Heisenberg, a quien poco le preocupa el futuro de su familia y actúa por dinero, poder, por alimentar su ego. Sin duda, Vince Gilligan puso en peligro la fidelidad de la audiencia al hacerle tal «trastada» a su protagonista, de dejar que la locura y la malicia dominaran sus pasos, y tuvo éxito: los seguidores demostraron total lealtad a esta producción que tomó su título de una frase coloquial del sur de Estados Unidos empleada para indicar que se ha tomado «un camino no tan bueno».

Por esa y muchas otras razones Breaking Bad se considera un dramatizado revolucionario, aclamado también por su estilo visual, guion, dirección... y, por supuesto, por sus sobresalientes actuaciones. Porque no solo Cranston es digno de reverencias, sino además un elenco que borda cada una de las caracterizaciones encargadas, empezando por Aaron Paul y su admirable Jesse Pinkman: el otro antihéroe que pasa de camello local a fabricante, de yonki frágil, inestable, odioso y a veces adorable, a traficante a quien no le tiembla ni el pulso.

Y luego esos maravillosos secundarios que los acompañan y otorgan tanto dinamismo y color al desarrollo de la historia: Skyler White (Anna Gunn) como la enamorada esposa de Walter que se especializa en doble moral; Dean Norris (Hank Schrader) como el principal antagonista, y su insufrible esposa cleptómana, Marie (Betsy Brandt); RJ Mitte, quien desempeñó un eficiente rol con su real parálisis cerebral leve para defender a Walter White Jr.; Bob Odenkirk, el ocurrente y caradura abogado, pudiera decirse de varios diablos, Saul Goodman; además de una nómina de villanos inolvidables: Gustavo Fring (Giancarlo Esposito), Mike Ehrmantraut (Jonathan Banks), Tuco Salamanca (Raymond Cruz); los gemelos del cartel, Leonel y Marco Salamanca (Daniel y Luis Moncada), y el magistral Héctor «tío Salamanca» (Mark Margolis).

Todo un maestro en manejar el suspenso, Gilligan se las arregló para ofrecer cinco temporadas en las cuales emplea métodos narrativos muy efectivos y diferentes. Desde que arranca con el capítulo piloto, Breaking Bad no para de evolucionar, de ganar en dinamismo y profundidad, de regalarnos diálogos y escenas memorables, a pesar de que nos referimos a una propuesta que se sustenta, sobre todo, en la compleja relación que establecen Walter y Jesse, en el mítico duelo interpretativo que ambos entablan.

Cierto que Breaking Bad, con sus flashforwards y flashbacks determinantes, tiene la capacidad de volverse adictiva con esa habilidad suya de dejar siempre cabos sueltos por resolver; de sacar debajo de la manga sorprendentes giros en la trama que abren la mandíbula de par en par. Sin embargo, no debemos perder de vista que aquí el tema de la droga solo sirve como medio para que Walter y Jesse hagan su mortífero negocio, pues apenas se muestra en esta ficción el verdadero problema que su consumo representa para la sociedad moderna y sus nefastas consecuencias. Desde el punto de vista de la realización, Breaking Bad constituye una serie excepcional que, no obstante, pone al espectador todo el tiempo frente a serios conflictos éticos, frente a una mezcla explosiva de sentimientos encontrados.

Directo a la cúspide

Vince Gilligan

Para Vince Gilligan esta serie significó su gran oportunidad, pues fue la primera que pudo rodar para la televisión. Con anterioridad, y durante siete años, había estado en la nómina de los guionistas de Expediente X, pero el dramatizado de la cadena AMC lo ubicó como un showrunner intocable y exitoso, como después lo demostró, junto a Peter Gould, con Better Call Saul (Mejor llama a Saúl), cuya cuarta temporada se podrá apreciar a partir del venidero septiembre (el estreno de 2015 resultó el más visto en la historia de la televisión por cable en Estados Unidos). Se trata del spin off de Breaking Bad que sigue a James Morgan «Jimmy» McGill antes de transformarse en el tramposo abogado de Walter White, Saul Goodman.

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