Jornada de ensayos en el Teatro Heredia. Autor: Tomada de Twitter Publicado: 13/05/2025 | 08:06 pm
Subir los siete pisos del Teatro Heredia hasta el salón de ensayos, escaño por escaño, es una prueba. 125 escalones que retan el pecho, las piernas, el pulmón. Me animo. La Compañía Ballet Santiago trabaja hoy con José Antonio Chávez, Premio Nacional de Danza en 2023.
Al lado de Zuria Salmon Álvarez, directora de la Compañía, frente a mis ojos, comienzan las órdenes, los giros, el sudor. Cinco chicos y una dama intentan construir El beso de la muerte, una hermosa pieza coreográfica de Chávez. Mayor desplazamiento. Detén la música. Devórala, exige en un momento climático. El bailarín corporiza a una criatura que quita, que da la vida.
Alejandro León Álvarez es el solista de otra de sus obras, Desequilibrio. La perpetua búsqueda del equilibrio que nunca podemos alcanzar. Cimbra la madera. Vibra el cuerpo. El músculo se tensa, el ambiente se tensa. Un ensayo danzario nada tiene que envidiar a un entrenamiento deportivo, con el añadido de que el esfuerzo físico no ha de verse, solo el vuelo.
¡Y…! dice el maestro. Todo comienza de nuevo.
«La finalidad de un ensayo es justo esta, que cuando el público vea la obra, piense que siempre estuvo ahí, que siempre estuvo así… y ya ves cuánto trabajo lleva. Para que los bailarines entiendan, te acepten, interpreten lo que le intentas transmitir, tienen que convertirse en una especie de alargamiento tuyo, en parte de ti, y eso cuesta», me confiesa cuando ya la extensa sesión ha concluido.
Tengo muchas sensaciones por develar, tengo muchas preguntas por hacer. José Antonio Chávez ama a las mujeres dramáticas y por eso ha llevado a escena obras basadas lo mismo en la Ofelia del Hamlet shakesperiano que en Alfonsina Storni, la poeta argentina que entregó su espíritu a las aguas.
«La coreografía es una palabra mayor. A medida que la vas construyendo, ella misma te va diciendo el camino, para que haya fluidez, concordancia, seguimiento, y que todo eso no haga que se pierda la belleza del movimiento. Que sea impresionante, que sea hermosa es importante; pero es esencial que transmita, que diga algo».
La danza es un exorcismo, es un ritual que no necesita palabras. Reclama de sus cultores una fidelidad prístina para que el cuerpo, llevado al límite, cruce el escenario como una estela luminosa, explote en un sinfín de significados.
José Antonio Chávez Guetton siempre supo lo que quería y su entrada al Ballet de Camagüey fue «como ganarse el premio gordo, como un regalo de Dios». Le sostengo la mirada en una confesión irrepetible: «Cuando tuve en mi bolsillo el carné de miembro del Ballet de Camagüey, me fui hasta un puente que quedaba a unas cuadras más allá y me acodé en la baranda. Y así como corrían las aguas del río, así corrían mis lágrimas, lágrimas de una realización inefable. Ha sido uno de los días más felices y más comprometedores de mi vida».
Ahora que estoy de este lado, cómodamente instalado en la butaca del teatro, pienso en los 125 escalones, siento el músculo tenso. Y bailan para mí alumnos y maestros, cuando el escenario se ilumina, cuando las tablas suenan.