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La violencia guarimbera aún anda en Venezuela

El titular del Ministerio de Relaciones Interiores, Justicia y Paz, Miguel Rodríguez Torres, mostró un paquete inmenso de bolívares y dólares, otra de las pruebas de que las «protestas» nacen de la preparación meticulosa, calculada, articulada y maligna de actores internos y foráneos

Autor:

Osviel Castro Medel

CARACAS.— Vamos por calles, avenidas y puentes, y vemos un país en calma. Es verdad que hay largas colas en los expendios estatales de comida (no tanto en los privados por la diferencia de precios), pero se respira paz.

Sin embargo, esa tranquilidad representa una daga en el pecho de los sectores ultraderechistas que quieren derrocar al Gobierno de Nicolás Maduro, aunque para eso tengan que andar de manos y amores con el Diablo.

Esa tranquilidad en lo externo implica siempre la sospecha de que en lo subterráneo fuerzas oscuras trabajan por sembrar la violencia, el odio y la muerte para que el país se venga abajo. Una táctica que no por vieja —aplicada en 2002 en el fracasado golpe de Estado contra el presidente Hugo Chávez— deja de existir, a veces con mutaciones o evoluciones más perversas.

Hace tres días los ojos de la nación lo corroboraron: al filo de las 3:00 de la madrugada, miembros de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y la Policía Nacional Bolivariana (PNB) desmantelaron cuatro campamentos de opositores, situados en Santa Fe, la avenida Francisco de Miranda, la plaza Alfredo Sadel y en la plaza Bolívar de Chacao, todos en el este de Caracas, donde —qué rara coincidencia— gobierna la derecha.

En el operativo fueron encontrados explosivos, revólveres, drogas, morteros, equipos de comunicación, granadas lacrimógenas y un sinfín de artefactos que se han hecho símbolos de las llamadas guarimbas.

Y también fue hallado, como mostró el titular del Ministerio de Relaciones Interiores, Justicia y Paz, Miguel Rodríguez Torres, un paquete inmenso de bolívares y dólares. Ese bulto es otra de las pruebas de que las «protestas» —que muchos medios quieren vender como emblemas de una «resistencia de la sociedad civil»— no surgen espontáneamente, al calor del complicado momento económico que vive el país; nacen de la preparación meticulosa, calculada, articulada y maligna de actores internos y foráneos.

«Aunque se hacen llamar estudiantes, libros y cuadernos fue lo menos que se encontró en el interior de las carpas en las que permanecían», exponía un despacho de la Agencia Venezolana de Noticias (AVN) para referirse a los 243 capturados en esos campamentos.

Esa tarde sobrevino otra prueba del carácter virulento de esa derecha rancia. En Los Palos Grandes, este de la capital, un oficial de la PNB, fue alcanzado por una bala de francotiradores, cuando se disponía a despejar la vía pública junto a otros compañeros.

Y los grandes medios, en lugar de exponer que el policía era la víctima fatal número 42 desde el llamado a la «salida» y el décimo uniformado muerto, se limitaron a «informar» que falleció «cuando presuntamente limpiaba escombros en Chacao».

Esos jinetes de la noticia-no noticia también siguen espoleando a su antojo el caballo de la violencia, una bestia que tanto daño le sigue haciendo a Venezuela.

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