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El triunfo latinoamericano y caribeño de la Cumbre de las Américas

La cita convocada por EE. UU. se convirtió en un bumerán que, lejos de dividir a sus vecinos del Sur, los dejó más unidos en su postura contra las imposiciones del Norte

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Pudiera pensarse que la falta de pragmatismo de Estados Unidos hizo de la 9na. Cumbre de las Américas un verdadero estropicio que ha dejado sus intereses mal parados.

Lejos de acercar a la región, como presuntamente pretendía, se la ha alejado.

Pero ya sabemos que no ha sido realmente la ausencia de ductilidad la culpable, sino ese empecinamiento hegemónico que llegó a la sordera total, porque desde que se denunciaron los preparativos de la cita marcados por la exclusión, se supo que una buena y representativa parte de los dignatarios de América Latina y el Caribe no estaban de acuerdo.

Timorata o culpable pudiera entenderse la tibieza de Washington ante los anuncios de las importantes inasistencias provocadas por el rechazo a la segregación de los tres países no invitados.

Pero el supuesto hecho de que, con esa reunión, Washington pretendía hacer reverdecer sus relaciones con los vecinos del sur —tan preocupados como están en el Norte por el influjo de China—, tampoco hizo que sus funcionarios corrigieran el tiro u ofrecieran la respuesta plausible que no tenían.

Ni sabiendo cero de geografía habría sido posible explicar que tres naciones latinoamericanas —Cuba, Venezuela y Nicaragua—, no fueran consideradas parte de las Américas gracias a un criterio de selectividad «democrática» que es mentiroso y falaz. Por eso, ya no funciona el deseo yanqui de que todos pasen por el tamiz de la muy imperfecta «democracia» que pregonan.

 Y he ahí el craso error de esta administración demócrata: suponer que el ordeno y mando funcionaría en una región cuyas naciones han probado, mayormente, el ejercicio real de la soberanía, conocedoras de que el respeto se gana con actitudes dignas, y conscientes —también en su mayoría— de la importancia de la unión cuando están en juego el pundonor y, con la ajena, la integridad propia.

Aquellos estrabismos de una mirada obtusa que viene demostrando su improcedencia hace décadas, condujeron a la debacle que fue esta Cumbre para la Casa Blanca; un resultado, palabras más, palabras menos, reconocido por todos los pocos reportes de los grandes medios que comentaron el cónclave.

 Nunca en una Cumbre de las Américas u otra cita continental convocada por Estados Unidos, tantos dignatarios alzaron la voz para oponerse, cara a cara, a sus políticas.

Ni siquiera en la Cumbre de las Américas de 2005 en Mar del Plata, que propinó el puntillazo final al ALCA gracias a la firme oposición de cinco países (Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay), las voces levantadas para criticar al imperio fueron tantas.

No. En Los Ángeles no han pesado solo las ausencias, por dignidad, de tres presidentes que condenaron así las exclusiones —los de México, Bolivia y Honduras—, y de los primeros ministros, que tienen el mismo peso como jefes de Gobierno, de tres naciones del Caribe —San Vicente y las Granadinas, San Cristóbal y Nieves, y Granada.

A ellos se agregaron mandatarios que no fueron por otros disgustos con el anfitrión o por enfermedad —Guatemala y Uruguay, respectivamente. Y la lista de ausentes no resultó mayor gracias a que la Casa Blanca persuadió a Jair Bolsonaro de ir, a cambio de un encuentro bilateral de Biden con el Presidente brasileño.

Pero la inasistencia, reitero, tal vez no haya sido el peor trance, necesariamente, para Biden, sino tener que escuchar reiteradamente —y sonreír después, por aquello de la diplomacia— tantos pronunciamientos que cuestionaron las políticas de su país.

La más reciente quedó explícita en ese vano intento de fracturar a un continente que, finalmente, se ha unido más gracias a la propia coyuntura fabricada por la prepotencia yanqui.

 La más antigua y francamente criminal de esas políticas es el bloqueo contra Cuba, cuya obsolescencia y carácter injusto fue el común denominador de varias, y no pocas, de las intervenciones en el plenario.

 Apenas en la sesión final del viernes, siete primeros ministros de naciones del Caribe fueron portadores de esos sentimientos.

Antes lo habían hecho otros dignatarios entre los que se encuentran los presidentes de Argentina, Alberto Fernández, mediante un discurso que condensó unas cuantas insatisfacciones regionales con el modo de hacer de EE. UU. De manera más concreta y puntual, también el chileno Gabriel Boric remarcó la necesidad de que estuviesen presentes todas las naciones; y quedará como una buena pieza de franqueza y certeza política la intervención del canciller de México, Marcelo Ebrard, quien entre otras verdades, dejó plasmado: «No aceptamos el principio de intervención para separarnos».

Ha sido un verdadero traspiés para Washington que la negativa a las exclusiones y la condena al bloqueo contra Cuba desplazaran del interés y del centro de los debates —y, por tanto, de los pocos titulares de prensa—, las debiluchas propuestas que llevó Biden a la Cumbre.

De paso, también la OEA agarró su chaparrón con reiterados pronunciamientos que denunciaron sus malos manejos —el más reciente, su facilitación del golpe de Estado en Bolivia— y pidieran su sustitución.

Desde luego, siempre hay excepciones. Apenas un gobernante sudamericano empleó su tiempo en el uso de la palabra para seguir a pie juntillas el dictado de los que se hicieron jefes de la reunión... No es por eso, empero, sino por su mala ejecutoria de cara al cada vez más carente bienestar de su pueblo, que Iván Duque termina su mandato con una desaprobación popular que llega al ¡77 por ciento!

Otras lecturas

Claro que no recae solo en los «malos protocolos» de los anfitriones, la responsabilidad de que la cita presidencial de Los Ángeles terminara siendo el fiasco que desde el principio se previó.

Peor que Cumbre del fracaso, como se le tildó desde el inicio, terminó siendo un bumerán que unió en la condena a la injusticia, a aquellos que pretendía balcanizar.

Además, las propuestas del anfitrión y pretendida voz mandante mostraron una falta de solidez, realismo y sostén, que impide verlas como reales soluciones a los problemas de la región.

La migración ilegal, el drama latinoamericano y caribeño más importante para Estados Unidos no por humanidad, sino porque la nación más poderosa —y por tanto, mayor responsable de la inequidad norte-sur que provoca el éxodo— no acaba de asumir digna y racionalmente el fenómeno, fue el tema de su supuesta Declaración final. Y solo resultó firmada por 20 países.

El plan busca nuevamente delegar en otros sus responsabilidades, que siguen sin ser «compartidas», como proclama mentirosamente el texto, porque
Washington no brinda ayuda y ni siquiera aborda la pobreza y la violencia que provocan la emigración ilegal, y que está en sus manos ayudar a combatir.

Compromisos de programas temporales de trabajo para posibles migrantes correrán a cuenta, otra vez, de naciones como México, un país que ha proclamado y hecho tanto ya por un enfoque integral del problema, mientras EE. UU., el país con más recursos, se lava las manos.

Además, se habla de un plan de enfrentamiento a las redes de tráfico de personas, pero sin atacar las razones que hace a miles de potenciales víctimas, acudir a ellas.

La otra propuesta fue formulada por Joe Biden en la inauguración de la Cumbre, la denominada Alianza para la prosperidad económica en las Américas, un título de fanfarria bajo el cual se  habla básicamente de propiciar inversiones en la región y revitalizar mecanismos económicos, sin decir quiénes invertirán su dinero en Latinoamérica y el Caribe ni cómo, y promete asegurar (¡los amos del comercio desigual!) un comercio «sostenible e inclusivo»).

Supuestamente, así crecerán las economías al sur y se beneficiará a «los trabajadores» (¿informales también, o solo formales? ¿Y los que no tienen empleo?).

Hay demasiadas preguntas sobre el tablero para tomar los ofrecimientos de Washington, en su cumbre de mentiritas, como deseos serios...

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