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El astigmatismo de Biden cuando mira a China

Con el argumento de que responde a los «intereses y valores» de Estados Unidos, Washington fomenta una «guerra fría» con Beijing, y ese camino puede ser desastroso, incluso para el mundo

Autor:

Juana Carrasco Martín

Con la prepotencia de un matón de barrio, de un jefe mafioso que controla los negocios y al que hay que pagarle gabela y se le debe servidumbre, o cuando menos con la insegura visión de quien padece un grave astigmatismo político que le hace ver borrosas y distorsionadas la realidad internacional, el presidente Joe Biden ha advertido nada menos que al presidente de China, Xi Jinping, que violar las sanciones impuestas a Rusia puede ser «un gigantesco error».

Lo dijo el mandatario estadounidense en una llamada que le hiciera al líder del Gigante asiático tras este haberse reunido con el presidente ruso, Vladimir Putin, durante las Olimpiadas, y lo reveló ahora, en septiembre, durante una entrevista que le hicieran el domingo en el programa 60 minutos, de la CBS.

El mandatario estadounidense precisó que el llamado fue «no para amenazar» al Presidente chino, sino para advertir sobre las repercusiones de romper las sanciones. Dando síntoma de su grave miopía, se jactó de la «efectividad» de su aviso: «Hasta ahora, no hay indicios de que hayan propuesto armas u otras cosas que Rusia haya querido».

En mayo volvió a la carga y reiteró el sermón: China «coquetea con el peligro», dijo y prometió intervenir para «proteger» a Taiwán «si es atacada».

La de este septiembre es la cuarta ocasión en que el jefe de la Casa Blanca se pronuncia con tanta altanería e irresponsabilidad, desconociendo que los taiwaneses son chinos, no estadounidenses, y dándole la espalda a la política de una China que ha formado parte de la estrategia de Estados Unidos y las relaciones suscritas con Beijing durante el último medio siglo, aunque hipócritamente dijo en la entrevista de 60 minutos que Estados Unidos todavía está comprometido con una sola China y expuso ladinamente: «Taiwán hace sus propios juicios sobre su independencia. No nos estamos moviendo, no estamos alentando a que sean independientes (…), esa, esa es su decisión», dijo.

Sin embargo, el evidente entrometimiento de Washington en los asuntos internos chinos se reconoce a diario. Son frecuentes las visitas de delegaciones de Estados Unidos a Taiwán, un «turismo» injerencista iniciado por la speaker de la Cámara de Representantes, la demócrata californiana Nancy Pelosi.

Aunque la señal más inequívoca es la legislación que se discute en el Capitolio de  Washington, la Ley de Política de Taiwán que le daría 6.5 mil millones de dólares en «ayuda militar», y los beneficios de ser un «importante aliado no perteneciente a la OTAN», aceleraría las ventas de armas y requeriría sanciones en caso de agresión china.

Incluye, además, lograr una mayor interoperabilidad entre los militares estadounidenses y taiwaneses, ejercicios conjuntos de mesa para cualquier  contingencia, los juegos de guerra y lo que el proyecto de ley llama ejercicios militares «robustos, operacionalmente relevantes o a gran escala».

Esa legislación el 14 de septiembre ya fue aprobada por el Comité de Relaciones Exteriores del Senado en una votación de 17-5, una medida copatrocinada por el presidente del comité de línea dura y acérrimo anticubano, el senador Robert Menéndez (demócrata por Nueva Jersey) y el senador Lindsey Graham (republicano por Carolina del Sur). Por supuesto, debe votarla el Senado en pleno, pero no está claro cuándo podría suceder.

En su comentario sobre los sucesos capitolinos, Ron Paul dijo: «Un grupo bipartidista de belicistas del Congreso está impulsando un paquete de asistencia militar multimillonario para Taiwán. La medida incluirá un nuevo lenguaje que, de facto, designe a Taiwán como un «importante aliado no perteneciente a la OTAN». Claramente, el modelo de Ucrania se está aplicando a Taiwán: luchar contra China continental hasta el último taiwanés».

Como es su costumbre, la nueva legislación propuesta lleva como argumento que «es fundamental para los intereses y valores de Estados Unidos» y muestra a las claras que Estados Unidos fomenta una «guerra fría» con Beijing, y ese camino puede ser desastroso, incluso para el mundo…

Más allá de las tensiones entre dos naciones de extremas diferencias políticas y la picazón que le provoca a Washington la creciente participación y aceptación de China en las relaciones internacionales y todos los continentes, la animadversión de la Casa Blanca proviene de «los intereses» del Estado capitalista por excelencia, que ha cedido en no pocos rubros ante la pujante economía china, una carrera que parece estar perdiendo, de ahí que Donald Trump la calificara como «el peor enemigo de Estados Unidos», y Biden le ha seguido la rima.

Previo a la pandemia de la COVID-19 —que en sus inicios pareció que asolaría y aniquilaría a China y a la que quiso endilgársele la «culpa»—, estos eran síntomas de debilidad estadounidense: déficit comercial con el Gigante asiático; no muy buena actuación en una guerra comercial en aumento; fortalecimiento del yuan, su aceptación global y el incremento de las reservas internacionales chinas; el desarrollo tecnológico y científico chino aplicado a una industria en auge y su mejor paso en la innovación especialmente en el campo de la informática, la conectividad y las telecomunicaciones —recuerden la guerra contra Huawei del trumpismo y ahora la desesperada acción de Biden de amparar a la industria del chip.

Ante esa realidad, inaceptable para EE. UU., la errónea decisión es atosigar a Beijing con Taiwán, con igual intención que la aplicada con Rusia y Ucrania. Un comentario en antiwar.com decía que «en los últimos 50 días, los poderes ejecutivo y legislativo en Washington han hecho más que en los últimos 50 años para convencer a China de que la política imperial de Estados Unidos es simplemente implacable y debe ser enfrentada con fuerza», lo que no quiere decir que la República Popular China muerda el anzuelo provocador.

Recientemente el ministro de Relaciones Exteriores chino, Wang Yi, se reunió con el exsecretario de Estado, Henry Kissinger, en Nueva York, y pudiera decirse que fue un encuentro oportuno para que Beijing también hiciera sus advertencias, en presencia de quien tuvo un papel protagónico en la normalización de las relaciones hace 50 años y consideran «un buen amigo de China».

En primer lugar, Wang Yi señaló que «una nueva guerra fría será un desastre para China y Estados Unidos, así como para otras partes del mundo». Dicho con diplomacia, llamó a Washington a ser racional y pragmático  y respetar los acuerdos de hace medio siglo sobre «una sola China».

Significó lo «perjudicial» para las relaciones que resulta de la visita de la Pelosi a Taiwán; puntualizó que la reunificación pacífica con Taiwán es el «mejor deseo» de China y harán todo lo posible para lograr este fin, aunque afirmó que cuanto más «desenfrenadas» se vuelven las actividades de estadounidenses «menos probable» es que el problema pueda resolverse pacíficamente; y, por supuesto, «deploró y se opuso firmemente» a las declaraciones de Biden de que sus tropas defenderían a Taiwán.

En verdad, Estados Unidos, con su actual presidente al mando, es quien «coquetea con el peligro», y los intereses y valores de Estados Unidos pueden traducirse en los jugosos beneficios que está recibiendo la industria militar en contratos todos los días multiplicados.

El contexto en que EE. UU. hace la bravuconada me recordó a Mao Tse Tung y aquella descripción que hiciera del imperialismo estadounidense como un tigre de papel que no aguanta un golpe de viento y de lluvia, en términos estratégicos, pero aclaraba que no podía despreciársele, y «en lo táctico hay que tomarlo muy en serio».

El hacedor de la República Popular China dejó un consejo que la paciencia china parece haber puesto en práctica: «Se hace por eso necesario proseguir la lucha contra él, empeñar grandes esfuerzos en ello y arrebatarle posición por posición. Esto requiere tiempo».

El tiempo, y hasta el agua y la lluvia, están a favor de China, ese es el temor en Washington.

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