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Se lo llevaron «to»

Autor:

Juventud Rebelde

«Deme 70», dijo el hombre. La dependienta, sin chistar ni maullar, le respondió: «Abra el nailon» y le despachó las siete decenas de dulces. No hubo asombros; más bien gotearon las sonrisas cómplices en la escena.

Tres días atrás, en ese mismo sitio, otro ciudadano se llevó una «rastra» de galletas de sal para sus «compañeras de trabajo», sin que nadie pusiera atajos a aquella compra astronáutica.

Y antes, en cierto mercado emblemático de la urbe, algunos individuos, llegados expresamente desde otras ciudades en varios carros rentados, sacaron sus bolsos —que al parecer eran como el saco mágico de Meñique— y acabaron con la quinta, con los mangos y los plátanos (burros, por cierto).

Solo se sabe, en los tres casos, que quienes vinieron después pudieron entonar un estribillo que no es alegórico a un ciclón tropical: «se lo llevaron “to”».

Tales episodios acaecieron en Bayamo, una localidad que ha ganado notoriedad en Cuba por sus ofertas comestibles y que con frecuencia se ve inundada de acaparadores foráneos, pero también locales.

Claro, no solo en la Ciudad Monumento asoman esos individuos con deseos de comprar 520 lunas y 800 soles, aunque solo necesiten algunos fósforos para sobrellevar —que no es vacilar— la vida, nunca lisa.

Claro que a lo largo de nuestra geografía ese fenómeno vinculado al «arte» de amontonar artículos tiene otras manifestaciones parecidas. Pero esos ejemplos de Bayamo —los más cercanos a estas letras— evidencian que ni aún en época de crisis la mesura consigue vencer al egoísmo, la racionalidad a la codicia.

Después de 50 años de prédicas solidarias, en esta nación debería despuntar sin decretos, en cada período de grietas económicas, el colectivismo y no el afán de arrasar. Un afán nacido casi siempre para arponearle la existencia y los bolsillos al circundante que «no alcanzó el producto».

Si esa verdad nos golpea el rostro con severidad, si a muchos —que pueden ser miles— les da lo mismo Juana que la hermana, entonces no queda otro camino que instrumentar sin dogmatismo la ración, la cuota, la «dosis exacta». Eso, aunque no es lo ideal porque el socialismo verdadero supone la abundancia (jamás el derroche), nos ha salvado en otros tiempos del precipicio. Mientras se concretan los sueños de esa sociedad de exuberancia material y espiritual hay que acudir a fórmulas que sobrepasen las matemáticas.

Tal dosis tampoco puede ser ridícula; el que anhela llevar dos hamburguesas para una modesta comida en su casa se conoce por encima de la ropa; como también se le sale la pinta al revendedor por naturaleza que negocia a toda hora.

En la era más cruda del período especial no dejaron de surgir ardides de los especuladores de comestibles. Sin embargo, no resultaba fácil ver a alguien comprando 70 panetelas de un tirón porque se impuso, de cierto modo, el orden.

¿Es imposible aplicar métodos que frenen al amontonador de galletas? ¿Es utópico apaciguar al arrasador de plátanos? ¿Resulta quimérico demostrar que la vida en esta esfera no es un relajo?

Habrá que responder siempre que no a estas preguntas, aunque a las espaldas algunos quieran —y lo consigan casi por complicidad— comprar una tonelada de dulce y no precisamente para endulzar a otros.

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