Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El rostro de otra pandemia

Autor:

Lisandra Gómez Guerra

 

Junto a la COVID-19 camina otra pandemia. Viral, nefasta, traicionera… La crítica mal intencionada a nuestros semejantes corroe hasta los tuétanos y su recuperación exige de mucho tiempo y de una dosis de espiritualidad.

No se trata de un virus descrito con exactitud por la ciencia, aunque abunda casi desde que el mundo es mundo. Surgió asociado a las inevitables relaciones sociales. Solo que toma vuelo cuando afloran lamentablemente las caras oscuras de la humanidad.

Al parecer estos tiempos complejos se han convertido en escenario propicio para que apuntar con el dedo incriminatorio sea tendencia, sobre todo a quienes padecen a causa del SARS-CoV-2.

Aflora prácticamente día a día en ese otro espacio, casi vital para muchas personas: las redes sociales. Aviva la publicación de hipótesis más sustanciosas que las de una tesis doctoral en busca de los pelos y señales de las víctimas de un virus que no entiende de sexo, edad, nivel escolar, color de la piel… y aún hoy sigue siendo un libro abierto por su rápida propagación.

No resultan ajenos los comentarios que intentan desempolvar cuanta duda exista del caso positivo más reciente en determinado contexto, muchas veces violando la ética y privacidad al exponer nombres, apellidos, dirección y vínculos familiares; comentarios arropados en un hálito morboso nada saludable.

Enfermarse no es elección y mucho menos delito. Por tanto, satanizar a quienes portan el mortal virus no evita contagios ni alivia síntomas y mucho menos sana. Solo nos desvaloriza como sociedad y tira por tierra los años de empeño por ser uno de los países con mejor formación educativa.

Criticar, cuestionar, desdeñar, especular sobre un ser humano por simplemente formar parte de una lista dolorosa para todo un país, no significa responsabilidad cívica. A eso mi octogenaria vecina lo bautiza como «chanchullo» o «brete», de quienes tienen poco o casi nada que hacer.

Aplaudible sería que todo ese derroche de energía volcado en redes sociales, al estilo de los más modernos Sherlock Holmes, se entregue también en el espacio físico para enfrentar todo tipo de manifestación de la indisciplina que da vida al verdadero delito: la propagación de la pandemia.

Solo así serán menos los que esquiven el nasobuco, los niños que jueguen en calles y parques como si la COVID-19 fuera cuestión de centros escolares, la aglomeración en las colas, quienes apuestan por fiestas o la implementación tardía de medidas… Solo así disminuirán las cifras de contagios, hasta que un día toda esta realidad sea historia bien o mal contada.

Mirar con malos ojos a quienes portan el virus no nos hace menos vulnerables. La solidaridad para con ellos alivia, calma. Y lo que realmente los salva, y nos salva, es el autocuidado.

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