Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

De la entereza y la sensibilidad

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

En menos de diez minutos la patrulla llegó. Los dos oficiales fueron avezados y de buen trato, dispuestos a obtener la información necesaria para formular la denuncia. Al rato de realizarla en la estación correspondiente, el timbre de la puerta sonó y el equipo de guardia que se ocupa del caso, desde entonces, se tomó todo el tiempo requerido para elaborar el expediente y proceder a la investigación. La moto no ha sido hallada aún, pero las llamadas de contacto se han realizado y nos mantienen al tanto de los avances del proceso.

¿Es su deber? Claro. Para eso está la Policía, me dirán. Y tienen razón. Pero todos queremos una pronta respuesta, y la tuvimos, a pesar de que esa noche el equipo de guardia iniciaba la investigación de cinco robos efectuados en la misma jornada. El trato fue, además, decente y respetuoso, y así da gusto conversar con los agentes del orden.

Tiempo atrás fue una mujer quien en su rol de oficial medió entre una vecina y el residente de los altos, y allanó un conflicto con el pleno conocimiento de la ley. ¿Era su deber? Es posible, pero derrochó paciencia para escuchar ambas versiones y no dejó que los vecinos resolvieran el asunto por su cuenta, sino que se las agenció para disolverlo de la mejor manera.

Puede que sean ejemplos demasiado nobles para halagar la actuación de quienes, en representación de la Policía Nacional Revolucionaria, velan por la tranquilidad ciudadana. Otros casos de mayor gravedad merecerían ser referidos en estas líneas, pero a veces en los hechos que parecen insignificantes es donde se calibra la calidad del actuar.

La confianza que todos depositamos en los uniformados de ese órgano de control es tal, que ante cualquier situación marcamos el 106 o nos acercamos a uno de ellos en plena calle. Y son seres humanos como nosotros, por supuesto, pero de ellos esperamos lo correcto, lo justo.

Quizá las experiencias de otras personas no sean las mejores. Alguien me contó que esperó cuatro horas innecesariamente para realizar la denuncia de su celular robado y hubo quien lloró de impotencia porque al relatar un suceso donde resultó afectado, lo trataron como si el ladrón hubiera sido él. Prefiero pensar que son menos las vivencias de ese tipo, que mantienen el empeño de elevar la profesionalidad entre quienes ejercen como guardianes del orden.

A 64 años de la creación de este órgano, aspiramos a que el lugar de procedencia no sea una limitante para ejercer el rol, ni que en el afán por captar más efectivos  dejemos a un lado los requisitos imprescindibles que deben poseer, porque no se trata de llenar filas, sino de integrarlas con personas de bien.

Que nos protejan seres de entereza y sensibilidad, dispuestos a ser fieles al compromiso que asumieron,  es la máxima aspiración.

Ante cada insatisfacción, acudamos a denunciarla. Y si estamos satisfechos con su desempeño, elogiemos y honremos a quienes cuidan nuestro sueño, porque también merecen sentirse reconfortados.

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