Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El patriotismo

Autor:

Enrique Ubieta Gómez

¿Ha disminuido en nuestros ciudadanos el orgullo de ser cubanos? Alguien sugiere que debemos rescatar el patriotismo a secas como recurso seguro para la unidad. Si repasamos la historia de Cuba, los discursos, las cartas, los textos escritos por nuestros próceres y nuestros más importantes intelectuales, hallaremos una constante en ellos: la preocupación, el temor y el rechazo ante la progresiva subordinación de nuestra Patria (de nuestro proyecto de nación) a los intereses de Estados Unidos. Hablo de un hilo conductor en la configuración del espíritu nacional que atraviesa los siglos XIX y XX.

Llámese o no antimperialismo, dado que el término es más reciente, ese sentimiento de prevención y luego de frustración y rebeldía aviva los más genuinos sentimientos patrios; por el contrario, la admiración desmedida, generalmente enlazada a intereses de clase (nuestra conspicua burguesía importadora, a la que el Che alguna vez llamó «viceburguesía», porque se hallaba supeditada a la de la metrópoli, que arrastra a una masa de inseguros pequeños propietarios y de oprimidos culturalmente colonizados, deseosos de igualarse al opresor), operaba como una fuerza desintegradora.

José Martí se propuso desdibujar en sus textos la imagen mítica del Coloso del Norte que engatusaba a sus coetáneos más ingenuos, y organizar una guerra de independencia breve, que evitara la intervención del poderoso vecino. «Cuanto hice hasta hoy y haré, es para eso», confesó en carta inconclusa a su amigo Mercado, un día antes de morir en combate. La caída de Martí y luego la de Maceo al año siguiente, posibilitaron la tan temida intervención estadounidense, en lo que fue descrito por Lenin como la primera guerra imperialista de la humanidad. La primera mitad del siglo XX refleja esa frustración del espíritu nacional.

Es cierto que la escuela cubana de la república burguesa neocolonial formó a patriotas en el legado martiano antimperialista. Los dos polos de la historia nacional, uno propiciatorio de la unidad nacional, mayoritario, pero amarrado en las redes institucionales de una república dependiente, y el otro, desintegrador de ella; el antimperialista y el extranjerizante (pronorteamericano), el que mantiene su fe en el pueblo y el que lo repudia, por conveniencia, ignorancia o incapacidad.

En 1959 triunfó el polo antimperialista que consagró el orgullo patrio: «historia, revolución y nación en Cuba son la misma cosa —ha dicho Cintio Vitier—, porque no se trata de una revolución que ocurriera en una nación que existía, como en los países europeos, sino de una nación que fue creada por una Revolución», la que se inició por la independencia absoluta y la justicia social frente al colonialismo español, y no se rindió ante el dominio neocolonial estadounidense. El verso de Guillén, transformado en dicho popular, captó el instante de la consagración: «te lo prometió Martí y Fidel te lo cumplió».

En Cuba, el patriotismo es antimperialista o es pura abstracción. No se reduce a costumbres y tradiciones, a maneras de hablar o de caminar, a gustos musicales o culinarios, a amores pasados o presentes: todo ello existe o puede existir en traidores y vendepatrias. Es un proyecto antimperialista de independencia y justicia. Si se desdibuja el proyecto, se debilita el orgullo nacional. Apelar a un patriotismo despolitizado como recurso de unidad es un empeño vano, desintegrador.

La unidad nacional que forjó la Revolución triunfante es el resultado de un proyecto nacional anticapitalista. Pero es preciso sostener el muro de la solidaridad de todos los cubanos que sientan el fuego redentor de David ante el asedio de Goliat, vivan donde vivan. Hay muchos David. Una caballería de mambises que se lanza, machete en mano, a conquistar el futuro. (Tomado de CubaSí)

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