Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Coronaste, tanque?

Autor:

Yuniel Labacena Romero

 «¿Coronaste, tanque?», me soltó aquel niño que no rebasaba los diez años como para saber si había logrado mi objetivo. La expresión me tomó por sorpresa, tengo que confesarlo. No solo por lo inesperado de la interrogante y la edad de mi interlocutor, sino porque —por un instante— dudé si esas palabras pertenecían al español que conozco o si eran parte de ese léxico emergente que las nuevas generaciones manejan con naturalidad, mientras los adultos intentamos descifrarlo como si fuéramos traductores de un idioma desconocido.

La frase, aparentemente inocente, me dejó pensativo. ¿Era un modismo pasajero, un código generacional o el reflejo de cómo la tecnología está moldeando nuestro idioma? En un mundo en el que términos como «swag» (qué estilo), «shippear» (apoyar a dos personas que creen que hacen buena pareja) o «stalkear» (espiar las redes sociales de otras personas) conviven con el castellano tradicional, la pregunta es inevitable: ¿debemos resistirnos a estos cambios o adaptarnos a ellos?

El español, como toda lengua, nunca ha sido estático. Ha sumado vocablos de otras culturas, ha mutado con el tiempo y ha integrado neologismos según las necesidades de cada época. Pero lo que hoy sorprende es la velocidad con la que ahora se incorporan nuevas expresiones —muchas veces impulsadas por internet y la globalización—, lo cual plantea un gran desafío, sobre todo porque los jóvenes son sus principales arquitectos.

Por un lado, están los defensores del idioma «puro», que ven con escepticismo estos usos lingüísticos y los consideran una amenaza. Por otro, está la realidad: las nuevas generaciones crean y adoptan términos que les son funcionales, ya sea por influencia de los videojuegos («coronar» como sinónimo de lograr algo), las redes sociales o simplemente por la dinámica de su entorno, como me contaba una adolescente muy cercana, quien me dio una magistral clase sobre esta materia.

Este camino difícilmente podrá detenerse. Por eso, la solución no está en rechazar de plano los cambios, sino en entenderlos. Los códigos juveniles siempre han existido; la diferencia es que actualmente se viralizan en segundos. Lo que antes quedaba en la escuela, en el barrio, en la casa… ahora se globaliza a través de TikTok, YouTube e Instagram. En lugar de alarmarnos, podríamos verlo como oportunidad: conocer estos términos nos acerca a cómo piensan y se comunican nuestros niños, adolescentes y jóvenes.

Mantenerse al día con su argot es como aprender una nueva manera de expresarnos. Pero también hay un límite. El reto es equilibrar la riqueza del idioma con la innovación, evitando que la sobreabundancia de extranjerismos o modas efímeras empobrezca el lenguaje. La clave, como han referido muchos estudios, es educar en el valor de la lengua, sin demonizar su evolución.

Cuando aquel niño me preguntó si había «coronado, tanque», no supe responderle. Pero su pregunta me dejó una lección: el lenguaje es un espejo de la sociedad, y su evolución no es buena ni mala, simplemente es. En lugar de temerle al cambio, debemos aprender a navegarlo preservando la esencia de nuestro idioma, pero sin quedarnos anclados en el pasado.

Hay quienes aseguran que el español «es tan rico que no necesita defensores, sino hablantes»; incluso si esos hablantes, a veces, nos sorprenden con un «coronaste, tanque» que nos obliga a preguntarnos: ¿en qué nivel del diccionario vivo me quedé?

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