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Frente al espejo

¿Hasta dónde podemos sentirnos satisfechos?

El domingo 1ro. de abril publicamos el comentario ¿Adónde se fueron los cocuyos? (José Aurelio Paz). A propósito del mismo, recibimos la siguiente carta de la cual publicamos una síntesis:«He leído con la mayor atención posible el artículo de José Aurelio Paz del domingo 1ro de abril. Y me encuentro en una disyuntiva peculiar. Por una parte suscribo la nostalgia y las críticas contenidas en él. ¡Como no sa­ber de la desaparición de frutas tradicionales cubanas...! Pero por otra parte, lamento que el autor califique como “blasfemia”, el “falso” sabor a pera o a manzana, en una “simple cajita de Tropical Is­land” “que los muchachos de hoy tienen que pagar en divisa”.«Pero aclaremos las cosas: ni la pera ni la manzana son frutas típicas de la Cuba tropical, por lo cual hay que importar las pulpas para elaborar las “simples cajitas” de Tropical Island con la sana intención de su­mar estos sabores a los que se crean al procesar frutas tropicales.«Más aun, podrán faltar frutas nativas pero el Estado cubano vela celosamente cuanto arriba del exterior y en particular lo que se elabora en Cuba con dichas importaciones. Para ello y en referencia a lo que aquí concierne, existe una institución denominada CENICA —Centro Na­cional de Inspección de la Calidad— adscrito al Ministerio de la Industria Alimentaria que conjuntamente con el Instituto Nacional de Higiene de los Alimentos, controlan celosa y sistemáticamente la calidad y la asepsia de los alimentos que fabricamos. «De ahí que la expresión “el falso sabor de la pera o la manzana, en una simple cajita de Tropical Island” es no solamente una acusación de engaño al consumidor cubano y un insulto a nuestra empresa y en particular a sus trabajadores, sino que además, ello es extensivo a dos respetables Instituciones del Estado que cumplen con su deber, como consta por las inspecciones mensuales a las que nos someten.«Permítame decirle que en la “simple cajita de Tropical Island” se plasma el producto de la tecnología más moderna en materia de envase de alimentos mediante la cual nuestra empresa no solamente hace los ju­gos y néctares  sino, además, toda la leche y la compota normadas para los niños de 0 a dos años de Cuba. Y créame que esas producciones también están ba­jo la más estricta vigilancia es­tatal». (Charles Romeo, Gerente General, Alimentos Río Zaza)Quienes siguen esta sección conocen que tradicionalmente cedemos el espacio al lector. En un caso como este también resulta útil escuchar al periodista, quien a propósito de estos criterios nos comentó: «¿Habría dicho yo que los jugos Tropical Island son una blasfemia? Enseguida me di cuenta que no. La blasfemia está en que nuestros ni­ños tengan que conformarse con esos jugos artificiales y no posean, por incapacidad de todos, como re­conozco en el trabajo, una simple fruta natural, jugosa y con cáscara. «La crítica pretendía ir a algo más raigal y humano, en lo que todos es­tamos implicados: proteger nuestra identidad que no es solo el Himno, el Escudo y la Bandera, y que puede ser desde el juego del dominó, la caldosa cederista y hasta el aguardiente más humilde que pueda existir. «Creo que, en ningún momento la alusión del trabajo demerita a la em­presa mencionada ni a sus trabajadores. Lo que trata de evidenciar es la ineficiencia de todos, como país, para garantizar que las frutas estén al alcance de cualquier niño y a precios módicos... No es justo que una simple naranja o una mandarina en nuestros mercados cueste, a veces, un peso y más.«¡Qué bueno sería que esta diatriba sirviera de detonante a un trabajo más profundo del por qué están más cerca de nosotros los viajes espaciales que un simple tamarindo o una guanábana». (José Aurelio Paz)Y es excelente que concluyamos con esa invitación, pues la actividad de producir alimentos se torna cada día más estratégica para nuestro país. Todos tenemos el deber de pensar en ese problema más allá de la actividad en la que nos desempeñemos y los resultados de la misma. Reparar en lo que nos falta por hacer y no solo en lo que ya conseguimos. ¿Quién puede sentirse satisfecho con la existencia de más demanda que oferta, y con las distorsiones que ello crea a la economía del país y, por consiguiente, al bolsillo de los trabajadores?

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