Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡No aguanto lágrimas!

Mariana perfectamente hubiera merecido un alto grado militar en la guerra por la independencia de Cuba

Autor:

Luis Hernández Serrano

No queremos dilucidar, ni argumentar, ni profundizar ahora sobre el asunto, pero a propósito del bicentenario de su natalicio, es oportuno considerar que Mariana Grajales Cuello, la madre de los Regüeyferos y de los Maceo, durante toda la contienda independentista aportó sus hijos a la lucha libertadora, prestó innumerables servicios como enfermera, dio ejemplo de voluntad y valor a numerosas mujeres y hombres en el monte y acumuló méritos personales suficientes para haberle otorgado en vida o post mórtem un alto grado militar en la guerra mambisa contra el colonialismo español.

Por supuesto que su hijo, el lugarteniente general del Ejército Libertador —por una elemental modestia y porque la propia madre, extraordinariamente sencilla, estoica, humilde y austera, no lo hubiera permitido jamás— no iba a proponerle al Generalísimo que se le otorgara ni honorífica ni simbólicamente tal estímulo a la querida autora de sus días.

En la tarde del 12 de octubre de 1868, cuando llegó a la familia el clamor de la libertad, Antonio y José dieron un paso al frente. Mariana se sintió regocijada y feliz y entró a la sala con un crucifijo en la mano, habló con seguridad, y emocionada, dijo: «De rodillas todos, padres e hijos delante de Cristo, que fue el primer hombre liberal que vino al mundo, juremos libertar la Patria o morir por ella».

Junto al capitán del Ejército mambí Juan Bautista Rondón partieron Antonio, José y Justo. Mariana y Marcos prestaron ayuda a Rondón con armas, dinero y la incorporación de la familia a su tropa.

Los militares españoles llegaron a las propiedades de la familia, destruyeron las siembras, saquearon la vivienda y después la quemaron. También destruyeron las casas aledañas. Era el comienzo del sacrificio por la libertad que Mariana asumió sin claudicar ni doblegarse.

Eduardo Torres Cuevas ha escrito que Mariana y Marcos Maceo formaron un matrimonio fuertemente unido y ella tenía una amplia capacidad para organizar y dirigir las situaciones familiares, de manera que siempre hallaba solución a los problemas y se convirtió en el centro de la familia.

Una decisión de Mariana no era discutida por Marcos, que la apoyaba en todo. Los hijos veían en ella la fuerza rectora del hogar. Entonces los hijos no podían intervenir en las conversaciones sin permiso.

Los Maceo asistían al colegio de Mariano Rizo y Francisco y Juan Fernández, pero la educación principal la recibían  de Mariana, quien exigía a los varones la caballerosidad y el respeto, y delicadeza y rectitud a las hijas. El trabajo y la honradez eran principios inviolables. Mariana era intransigente ante los hechos que violaran la estricta ética del hogar. Además del orden, pedía obediencia,  moral, decencia y honor. El historiador José Luciano Franco escribiría que en el hogar de Mariana y Marcos se respiraba la conciencia de una paz familiar inalterable.

Torres Cuevas ha dicho que tenían una visión ética basada en el trabajo rudo, el ahorro, el esfuerzo personal, la solidaridad, y el rechazo de los vicios que disminuyen las capacidades físicas y mentales de los ciudadanos.

María Cabrales, quien se casó el 16 de abril de 1866 con su hijo Antonio Maceo, fue para la familia y  Mariana como otra hija.

En septiembre de 1868 los Maceo Grajales fundaron en su casa en Majaguabo el primer Consejo Revolucionario en la zona como parte del proyecto conspirativo de la Isla.

Primer apresamiento de un hijo

Mariana sufrió el primer apresamiento de un hijo: Rafael, de 18 años. Había vuelto a la finca en busca de algunas pertenencias. El padre viajó a San Luis para gestionar su libertad, pero Rafael se había fugado y se sumó a las tropas mambisas. El padre quedó detenido. Y el 12 de diciembre de 1868 su hijo Justo Regüeyferos —ya capitán— fue apresado y fusilado.

Cuando Marcos llegó al rancho, Mariana no estaba. A pesar de su edad, decidió enfrentar los embates de la vida a la intemperie, la lluvia, el frío, las tormentas tropicales, incluso las enfermedades como el cólera, muy extendido en esa época. Marcos, sin poder despedirse de ella, se sumó al Ejército Libertador.

En medio de los bosques frondosos, a veces impenetrables, Mariana sería voz alentadora y enfermera para los insurrectos y para los heridos de la tropa enemiga. A veces no tenían comida y el hambre debía ser mitigada con yuca agria y jutías del monte. Calzaban zapatos confeccionados con yaguas y carecían de todo, menos de vergüenza y voluntad.

En septiembre de 1869, su compañero Marcos, que había alcanzado el grado de sargento, fue gravemente herido en combate y murió poco después, luego de decir: «¡He cumplido con Mariana!». Le siguió la muerte de Julio, el 12 de diciembre de 1870, subteniente, con 16 años.

¡No aguanto lágrimas!

El 5 de mayo de ese año las autoridades españolas embargaron la casa de Mariana en Santiago de Cuba. El 12 de agosto recibió un balazo de gravedad su hijo José Maceo, El León de Oriente, quien el 29 de junio de 1872 fue herido nuevamente. Y el 17 de julio de 1874, a los 21 años, muere en combate, en Cascorro, Camagüey, otro hijo, Miguel Maceo, con el grado de teniente coronel y 19 heridas de bala en su cuerpo.

Mientras en el monte Mariana cuidaba a José y a Rafael,  heridos, le dieron la noticia de que el Titán de Bronce había sido también herido gravemente en combate. Ella se trasladó al lugar para atenderlo y lo acompañó hasta la casa.

Cuando las hijas, nueras y otras mujeres lloraban, Mariana, mirándolas, fuertemente expresó: «¡Fuera faldas de aquí, no aguanto lágrimas!». Se mantuvo serena. Su corazón latía aceleradamente y sentía lacerante el dolor de madre. Cuando salió en busca de vendajes para curarlo, pasó por delante de Marcos, el más pequeño de los hijos, que no llegaba a los 14 años. Con ternura y firmeza le dijo: «¡Y tú, empínate, ya es tiempo de que pelees por tu Patria». Entre 1868 y 1878, en la primera Guerra de Independencia, también murieron en combate sus hijos Fermín y Felipe Regüeyferos Grajales.

Cuando el 15 de marzo de 1878 Maceo protagoniza la heroica Protesta de Baraguá, Mariana se encuentra en las lomas de Guantánamo. El 23 de marzo se reanudan las hostilidades, pero la lucha ese año cesó y los mambises en el exterior se prepararon para seguir combatiendo.

Salió Mariana de las lomas guantanameras con el doctor Félix Figueredo hasta Santiago y luego en un vapor francés rumbo a Jamaica; con ella, sus hijas Baldomera y Dominga, la nuera María Cabrales y otros miembros de la familia. En Kingston, Mariana se reúne con su hijo Antonio y se estableció allí, en la modesta casa de Church Street No. 34, alquilada por su hijo Marcos.

El 13 de mayo de 1878, los emigrados cubanos le dieron un mitin de homenaje. Asistieron el general Antonio con sus hermanos, excepto Rafael y José, que se quedaron en los campos de Cuba.

Fue el 9 de junio de 1878 cuando Arsenio Martínez Campos notificó a las autoridades españolas el fin de la guerra en Cuba.

En la casa de Kingston la heroína sufrió necesidades y limitaciones económicas. Sus hijos y yernos atendían una plantación de tabaco y de frutos menores en las cercanías de la capital.

El 26 de agosto de 1878, estalló en Santiago de Cuba la denominada Guerra Chiquita. En los combates participaron sus hijos José y Rafael. Antonio fue a Santo Domingo para organizar una expedición dirigida a Cuba, para apoyar el movimiento, pero la insurrección fracasó y el general regresó a Jamaica el 17 de febrero de 1880. Allí encontró a Mariana anciana, pero aún colaborando con la causa independentista cubana. Quiso estar cerca de Cuba y por eso dijo a Antonio que no se iba hacia Costa Rica.

Sufriendo y luchando

Mariana sufrió el nuevo fracaso militar en Cuba, la deportación de sus hijos Rafael y José, el engaño de que fueron víctimas por las autoridades colonialistas y el traslado a las prisiones españolas al norte de África.

Rafael Maceo Grajales murió el 2 de mayo de 1882 en las islas Chafarinas, víctima de los malos tratos y de tuberculosis, pero la familia le ocultó a Mariana la noticia.

El 15 de agosto José Maceo se fugó de la cárcel, pero autoridades inglesas de Gibraltar lo entregaron al cónsul español en esa posesión. Se suele desconocer que importantes personalidades reclamaron la libertad de José Maceo; entre estas José Martí, Cirilo Villaverde, Carlos Marx, Federico Engels, Ramón Emeterio Betances, médico y escritor puertorriqueño; y el parlamentario inglés James O’Kelly. El caso adquirió ribetes internacionales. O’Kelly lo llevó a la Cámara de los Comunes en Londres y recibió apoyo de varios parlamentarios ilustres. Medios de prensa de Europa, América Latina y Estados Unidos se hicieron eco del asunto. José Martí con patriotas residentes en Nueva York, Cayo Hueso y Jamaica trató de crear un movimiento solidario.

Federico Varona Fornet en carta a Antonio Maceo dijo que José pensó que sería bueno que Mariana también protestara. Y ella sin vacilar visitó al cónsul español en Jamaica pidiéndole la libertad para su hijo José, haciéndole ver (¡desinformándolo!) que si era liberado no se metería más en la guerra. El cónsul lo informó secretamente al Ministerio de Estado de España en documento confidencial de número 33. El 22 de octubre de 1884 José Maceo se fugó de la cárcel en el Castillo de la Mola, se dirigió a Argel y las autoridades francesas le facilitaron el regreso a América, vía París-Nueva York-Kingston, a donde llegó el 18 de diciembre de ese año.

Fuentes: Mariana, raíz del alma, Adys Cupull y Froilán González, Editora Política, La Habana, 1998; y Antonio Maceo, apuntes para una historia de su vida, José Luciano Franco, editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1989.

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