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La mejor película, la de todos los días

Una fecha memorable como la de hoy, Día de la Medicina Latinoamericana, puede marcar el gesto respetuoso, agradecido y sincero de los que reconocemos el valor de cada uno de los que integran el sistema de salud en el país

 

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

No es azaroso que el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, que se celebrará desde este jueves 3 hasta el próximo 13 de diciembre, «recete» las propuestas cinematográficas como si fueran una indicación médica. Y que sean verdes (como el vestuario de los salones quirúrgicos) el cartel y los pulóveres, y que las «cápsulas para ingerir» sean el elemento gráfico que predomine. Este magno evento del séptimo arte, que tendrá una «segunda dosis» en marzo próximo, rinde homenaje al personal médico que ha sido protagonista en 2020 de numerosas hazañas ante la propagación de la COVID-19.

Se ha aplaudido cada noche a las nueve y aunque algunos, como yo, pensamos que los profesionales de la salud merecen esos aplausos diariamente, con SARS-CoV-2 o sin él, no es menos cierto que ha sido una de las maneras más sentidas de demostrarles a todos los que han trabajado sin descanso por garantizarle la atención diferenciada a cada paciente, sospechoso y confirmado, de esta enfermedad.

Se han vivido experiencias terribles este año, en el mundo entero. Muchas personas han fallecido, teniendo ante sí solamente el rostro de médicos y enfermeras que a su lado estuvieron durante su ingreso en una institución hospitalaria. Han sido ellos, los uniformados de Hipócrates, quienes no han podido pegar un ojo sin tener la certeza de que aquel no está contagiado, o de que su hija tampoco lo está, o de que sus comorbilidades no evolucionen de manera tórpida.

No solo ha sido loable el desempeño de los que, de manera directa, modificaron sus dinámicas de vida ante la pandemia, sino también el de quienes, asumiendo el trabajo de aquellos y el suyo propio, redoblaron sus esfuerzos en las instalaciones sanitarias, en los consultorios comunitarios, en los policlínicos, en los laboratorios, en los centros de investigación…

Carlos J. Finlay, nacido el 3 de diciembre de 1833, fue un ejemplo ante el mundo de perseverancia, entrega y generosidad. Puso al servicio de todos su quehacer científico, su descubrimiento, su vocación humanista y es como él que deben ser quienes eligieron andar su camino.

En otras latitudes se ha respirado mejor cuando la unidad entre las voluntades políticas y los servidores públicos (como los médicos y enfermeros) es tan fuerte que, incluso ante la carencia de recursos, se levanta. Cuba siempre ha tenido esa cohesión necesaria, y por ello se ha estado bien, a sabiendas de que a todos, en todos los niveles de la sociedad, lo que más les preocupa es el bienestar colectivo.

Estos han sido tiempos de mantener indicadores de salud alcanzados, aun en las difíciles circunstancias impuestas por la pandemia, no solo en Cuba sino también en los 39 países y territorios donde las 53 brigadas del contingente Henry Reeve brindaron su colaboración para enfrentar el letal virus.

 Sin embargo, la prioridad primera ha sido coexistir y salir ilesos, y por ello igualmente merecen reconocimiento en este día los científicos que dedican jornadas interminables a obtener lo necesario para que la vacuna cubana contra la COVID-19 esté disponible.

Una fecha memorable como la de hoy puede marcar el gesto respetuoso, agradecido, sincero de los que reconocemos el valor de cada uno de los que integran el sistema de salud en el país. Pero que se extienda a todos los días del año…, seamos capaces de comprender que ellos lo merecen. Si es que las vivencias de cada uno pudieran ser la motivación para filmar una película, dos, tres… y «recetarla».

El personal de la salud ha trabajado sin descanso por garantizarle la atención diferenciada a cada paciente que ha contraído o no el virus. Foto: Roberto Suárez

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