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Lucas concierta molinos y Quijotes

Las nominaciones nos llegan marcadas por los naturales e inevitables errores de cualquier obra humana, pero consiguen exaltar, las búsquedas y loables aportes de varios creadores, además de constituir un franco espejo de las notas capaces de ampliar el diapasón estético del videoclip nacional

Autor:

Joel del Río

Las postulaciones, los premios, las galas, e incluso las ediciones semanales del programa Lucas, cara visible y espina dorsal del movimiento del video musical en Cuba, despiertan siempre enconadas polémicas. Por solo hablar de posiciones extremas: un grupo ataca tales videos alzando los estandartes del buen gusto, la elevación cultural y la necesidad de estimular la espiritualidad, y organizan cruzadas contra el sexismo, los lugares comunes y la chabacanería. Otro grupo defiende el proyecto en nombre de la identidad nacional, los aportes al amplísimo panorama de la música de la Isla, la oxigenación del contexto audiovisual cubano, y el rejuvenecimiento de la imagen televisiva que, a través de este movimiento, ha encontrado sentido y aposento. A pesar de que este ha sido uno de los peores años en cuanto a la calidad promedio.

Este año con el leitmotiv de Molinos y Quijotes, Lucas anunció hace unos días sus nominados a premios, y la lista atiende las cervantinas máximas respecto a la virtud en tanto forma de inteligencia, y aquella otra respecto a que «para sacar una verdad en limpio, menester son muchas pruebas y repruebas». Dicho de otra manera: las nominaciones nos llegan marcadas por los naturales e inevitables errores de cualquier obra humana, pero consiguen exaltar, creo yo, las búsquedas y loables aportes de varios creadores, además de constituir una suerte de resumen de lo mejor del año, franco espejo de las notas capaces de ampliar el diapasón estético del videoclip nacional. Los seis títulos postulados en la categoría de Mejor Video del Año expresan, como siempre, notable diversidad estilística y conceptual. Porque Lucas es mucho más que tal video, que a unos pareció buenísimo y a otros infame.

El vuelo del moscardón, de Aldo López-Gavilán (dirigido por Raupa, Mola y Nelson Ponce); La culpa, de Buena Fe; Clave y guaguancó y Havana Queens (de Ian Padrón); Quisiera, de Rochy (Luis Najmías Jr.); Soltando amarras, de Tesis de Menta y Pablo Milanés (Claudio Pairot); Cantaré, de Baby Lores (Alejandro Pérez) y Fiesta crazy, de Qva Libre con Juan Guillermo (dirigido por José Rojas), constituyen el top six, la selección de selecciones, en un conjunto particularmente desbordado. Fueron muchas, demasiadas, las obras en concurso y el nivel medio resultó bastante bajo. En algunas categorías, fue hasta difícil elegir la cantidad mínima de nominados. Porque, aunque a veces una parte del público e incluso los realizadores lo olviden, los tan discutidos premios los otorga un jurado, con la sola excepción del galardón de la popularidad.

Vale subrayar la variedad de las seis propuestas antes mencionadas. Al lado de canciones ilustradas a partir de surrealistas ensoñaciones de los personajes (Quisiera, Soltando amarras), aparecen experiencias que vinculan lo narrativo y lo coreográfico (La culpa) con estrepitosas explosiones de ritmo y color (Fiesta crazy) o el efervescente video de concierto que es Cantaré. Excepcional resulta el homenaje nostálgico al cine silente, y a sus pianistas acompañantes en la sala oscura que es El vuelo del moscardón. La simpática, y muy docta apropiación de los códigos primigenios del cine de acción y aventuras desborda por completo, fertilizándolos, los habituales terrenos del clip criollo.

Resuelto casi por completo en blanco y negro, como toca de acuerdo con el ambiente que recrearon, el hermoso video que dirigieron varios autores para el pianista Aldo López-Gavilán solo padece de un detalle demasiado literal, en el epílogo, que perjudica su inmensa capacidad alusiva. El letrero en la pared del cine nunca debió anunciar: «Llegó el cine sonoro», sino «El cantante de jazz», para así mantener el altísimo nivel de citas y apropiaciones en que venía discursando la obra. Con todo y su carácter de reverencia al arte cinematográfico de los fundadores, El vuelo del moscardón es gracioso, la mar de entretenido, mágico, culturalmente reflexivo, y solo queda decir que cuando concluye uno solo desea volver a verlo, para apreciar los detalles.

A los seis títulos que mencioné, entre los cuales se concentran las nominaciones, me permito agregar otros dos que igualmente fueron nominados en varias categorías, aunque no lograron clasificar entre los seis mejores del año: Descontrólame, de Luis Enrique; y Amor de otoño, de Pablo Milanés; dirigidos, respectivamente, por Alejandro Pérez y Claudio Pairot. Entre estos ocho debieran quedar, supongo, la mayor parte de los premios por especialidades, es decir, dirección, edición, efectos visuales, producción y otras. Pero en lo que llega la hora de elegir ganadores, ya puede asegurarse que los géneros musicales favorecidos en este 2013, con grandes dosis de imaginación y creatividad, fueron la canción (Quisiera, Soltando amarras, Amor de otoño) y la llamada música fusión (La culpa, Fiesta crazy).

Se añade la impactante sorpresa de la música coral e instrumental con El vuelo del moscardón y sus siete opciones en categorías como Mejor Video del Año, Dirección de arte, Edición, Fotografía, Producción, Dirección y, por supuesto, Mejor Video de Música Coral-Instrumental.

Sin embargo, a juzgar por la cantidad de postulaciones, el preferido del jurado fue La culpa, elegido entre los mejores en nueve categorías: Video del Año, Dirección, Producción, Dirección de arte, Edición, Coreografía, Making Of, Música fusión y Popularidad.

Precisamente La culpa, junto con Cantaré, constituyen los únicos videos que lograron acaparar las preferencias tanto del jurado como del público mayoritario, porque la lista de los más populares muestra títulos apenas favorecidos en el generoso reparto de menciones otorgadas por el jurado: Te confieso, de Ángeles; Ella, de Descemer Bueno; Idilio, de Leoni Torres; o El mecánico, de Osmani García, por solo mencionar algunos.

De este modo quedan sentadas las bases para que este año se repitan los inciviles abucheos e irrespetuosas rechiflas, cuando suban a escena a recoger sus premios, los realizadores del Mejor Video del Año, o de cualquier otra categoría importante, y los elegidos disten de figurar entre los más populares y aclamados por cierto sector del respetable irrespetuoso.

Una de las ambigüedades que los Lucas debieran resolver cuanto antes tiene lugar en las galas, cuya dramaturgia oscila y se tambalea entre el reconocimiento de los jurados, en una serie de categorías, a los videos que considera valiosos, mientras que del otro lado bulle la omnipresente tensión generada por el Premio de la Popularidad y por cierto público que con frecuencia menosprecia, a voz en cuello, a todo aquel que no sea número uno en su preferencia. Resulta demasiado complicado hacer un espectáculo concebido desde dos raseros: desfile de éxitos y concurso con aspiraciones artísticas. Una de las dos esferas siempre queda lacerada.

Y a juzgar por el concierto reciente de Ángeles en la Ciudad Deportiva, las aficionadas entre 12 y 15 años son capaces de provocar una considerable alteración si Te confieso fuera pasada por alto en las categorías en que fue nominada: Música pop, house y electrónica, Efectos visuales, Producción y Popularidad.

Entre los excluidos, o menos reconocidos por el jurado, me llamaron personalmente la atención las obras concebidas para el lucimiento de Sampling, Argelia Fragoso, Descemer Bueno, Kelvis Ochoa, Deja Vu y Ernesto Blanco.

En el caso de Una forma más (Sampling) y Olvidarte (Argelia Fragoso), ambos provocan una suerte de breve encantamiento apoyados por la sobria visualidad que logran desplegar en un menguado espacio escénico, y al uso intencionado de la iluminación. También en blanco y negro, Ella, de Descemer Bueno, comunica una vívida sensación de melancolía, en sintonía con la hermosa canción. Lástima que la narración sea un tanto confusa.

También me impresionaron favorablemente, aunque al resto de los jurados los dejara impávidos, los brevísimos episodios bellamente románticos que acompañan Dolor con amor se cura y bordan el plausible optimismo de la canción de Kelvis Ochoa. Me agradó el onirismo interdisciplinario al que apela el video de Deja Vu, Deseos en penumbras, para recrear una especie de obsesión nocturna desde la ironía y el simulacro, mientras que La mala suerte, interpretada a dúo por Ernesto Blanco y Orland Marx, hace alarde de hedonismo y buen humor para combinar los códigos del cine negro y la ciencia ficción, en medio de espacios delirantes, casi por completo inventados en postproducción, y todo ello en contrapunto con uno de esos temas muy tropicales y hasta eufóricos.

Algún lector pudiera pensar que me contradigo cuando hago alusión, al principio, a la baja calidad de la producción de este año, y luego me enredo en una enumeración muy larga de obras meritorias. Es preciso tener en cuenta que los aquí mencionados, incluso los que acumulan pocas nominaciones, representan un porcentaje mínimo respecto a la totalidad de propuestas en concurso. En fin, Lucas vuelve a estremecer el panorama musical y audiovisual cubano, porque Molinos habrá siempre, y también Quijotes que cabalguen de nuevo.

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