Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Regentes del suceso sudcoreano

La nueva ola del cine sudcoreano es mucho más popular, en su propio país, que las superproducciones de Hollywood

Autor:

Joel del Río

Hace diez o 15 años cualquiera podía pasar por cinéfilo serio, aunque nunca incluyera en su lista de preferencias anuales algún título sudcoreano. Hoy es casi imposible. Y en los corrillos especializados del mundo entero todos hablan elogiosamente de la nueva ola sudcoreana, que comenzó a visibilizarse internacionalmente en los años 90, dos décadas después de que se estableciera, en 1973, durante la represiva dictadura del General Park Chung-hee, el Consejo Fílmico de Corea. Apoyado por el Ministerio de Cultura, Deporte y Turismo, este se propuso estimular la producción nacional a partir de un fondo aportado por el Gobierno y por empresarios privados, todos beneficiados por un rápido crecimiento económico y del impulso a las exportaciones.

Cuarenta años después, en 2013, el cine sudcoreano produce más de 210 largometrajes de ficción al año (noveno lugar mundial), ocupa el quinto escaño en cuanto a cantidad de espectadores en salas y acapara alrededor del 60 por ciento del mercado nacional. Es decir, que es mucho más popular, en su propio país, que las superproducciones de Hollywood.

Y así, la nueva ola del cine sudcoreano se ha transformado en una de las ramas más visibles de ese árbol multidisciplinario llamado soft power, una política del Gobierno para atraer la atención internacional a través del estímulo a la cultura. Entre las principales mercaderías exportadas al por mayor, con ganancias millonarias, se encuentra también la gastronomía, el llamado k-pop (artistas muy jóvenes especializados mayormente en música para bailar o electrónica y hip hop), los doramas (larguísimas y románticas telenovelas que venden la imagen de un país feliz y sin conflictos), e incluso toneladas de publicidad que fomentan la imagen de un país exportador de electrodomésticos: Samsung, Hyundai y LG.

Sin embargo, la imagen autocomplaciente y «sinflictiva», divulgada mundialmente por el soft power, ha comenzado a resquebrajarse a partir de algunos filmes complejos, artísticos y muy críticos, que actuaron como bumerán, exorcizaron las satinadas propagandas Made in South Korea, e introdujeron dudas y cuestionamientos en torno a niveles profundos de la realidad nacional. Entre los realizadores más ilustres, en esta encomiable operación de confrontar escenarios socialmente conflictivos y personajes reales, destacan Bong Joon-ho (autor de Parásitos, Palma de Oro en Cannes y triunfo en cuatro categorías del Oscar) y Lee Chang-dong, de quien La séptima puerta exhibe ahora la excelente En llamas (2018, conocida por su título en inglés Burning), un filme que describió las traumáticas barreras clasistas.

Para que los cinéfilos cubanos estén al tanto respecto a ciertas características del cine sudcoreano es preciso saber que Joon-ho y Chang-dong representan el giro hacia el drama social de alto impacto, en medio de autores bastante conocidos sobre todo gracias a las elegantes recreaciones de la pasión, el crimen y el exceso (Park Chan-Wook y su famosa trilogía: Simpatía por Mr. Venganza, Old boy, Señora Venganza), el poético y a veces violento Kim Ki-Duk (La Isla, Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera) o el prolífico y singular Hong Sang-soo con sus crónicas verbalistas de las relaciones personales en ambientes por lo general intelectuales, a lo Woody Allen (En otro país, Ahora sí, antes no, Lo tuyo y tú). De modo que si bien «el milagro» parecía al principio un momento de fortuito éxito, muy pronto se cimentó toda una industria liderada, en lo creativo, por cineastas que tenían mucho que decir respecto a la imagen de un país crecientemente occidentalizado.

La consagración de Bong Joon-ho como el cineasta más afamado en el exterior nunca fue un obstáculo para desarrollar su tendencia al criticismo, patente en filmes anteriores, de corte fantástico, como El Huésped (2006) y Okja (2017), ambas enfocadas desde el ecologismo. En la primera se presenta a un químico norteamericano que ordena echar residuos peligrosos en las tranquillas aguas del río Han y como consecuencia aparece un extraño tipo de serpiente acuática que devora a muchas personas, hasta que llega una niña pobre, de una familia marginal, que establece otra relación con el monstruo. Okja habla sobre la amistad entre otra niña y su mascota, un cerdo gigantesco, animal afectivo manipulado genéticamente para cubrir bastardos intereses corporativos y comerciales de la industria alimenticia.

Graduado en sociología, un hecho que gravitó sobre su interés en retratar las diferencias de castas, Bong Joon-ho también supo tensionar los códigos de la violencia en sendos tratados sobre las diferencias sociales colmadas de tensión, histeria y auténticos brotes de barbarie: Memorias del crimen (2003) y Parásitos, inspirada en experiencias personales, pues también debió dar clases de inglés a una familia rica para pagarse la Universidad. Memorias del crimen se basaba en hechos reales y presentaba los crímenes de un asesino en serie que aterrorizó incluso las altas esferas, mientras el Gobierno y los medios intentaban silenciar los hechos.

Al igual que la mayor parte de sus colegas, Joon-ho también suscribió la tremenda tradición del cine nacional, relacionada con el melodrama y el thriller en Madre (2009) y hasta consiguió realizar en inglés la superproducción internacional Snowpiercer (2014) o Rompenieves, un thriller, esta vez distópico, sobre los sobrevivientes de una segunda era del hielo, todos ellos precisados a vivir en un tren a gran velocidad, que completa una vuelta al mundo cada 365 días. Los últimos vagones corresponden a los pobres, mientras que los del principio están repletos de déspotas acaudalados.

Gracias a su versatilidad patente en todas estas películas, el norteamericano Quentin Tarantino lo renombró como «El Spielberg coreano», pero Bong Joon-ho decidió seguir siendo profeta en su tierra, y si Snowpiercer y Okja lo distanciaron de la industria coreana del cine, muy pronto regresó al medio que mejor conoce para rodar Parásitos. Similar reafirmación de lo suyo se verificó las varias veces que debió salir al escenario de la entrega del Oscar para agradecer sus estatuillas, y todo el tiempo habló en coreano, aunque maneja el inglés con bastante fluidez. En una de esas ocasiones declaró: «Cuando era joven y estudiaba cine, había un dicho que llevaba tallado en el corazón: lo más personal es lo más creativo. La frase es de Martin Scorsese».

También famoso como novelista, y graduado en Filología, Lee Chang-Dong optó por un cine personal y de apelación colectiva, pero insiste sobre todo en esteticistas melodramas de corte realista, que reflejan las represiones inherentes a sus coterráneos, con una narrativa calmada, aunque se estructure en torno a personajes obsesivos y sin salida: Burning es su obra maestra más reciente luego del prestigio conquistado con las anteriores Caramelo de menta (2000), Oasis (2002) y Poesía (2010).

Burning, que programa La séptima puerta, significa el regreso del autor al ruedo luego de ocho años sin realizar nuevos títulos para el cine. Le vino muy bien la pausa, porque estamos delante de uno de los filmes coreanos más elocuentes sobre temas como la alienación y la soledad, todo ello aplicado a una historia entretejida con altas dosis de suspenso, en torno a la relación entre tres amigos: una muchacha sensitiva, un joven pobre y resentido, y un potentado oportunista. Pero la estructura y el suspenso del thriller sicológico cede el paso a la ilustración, a través de los varones, de dos países dentro de uno en que se divide Corea del Sur: uno rico, altanero, urbano, utilitario y consumista; el otro menesteroso, aislado, rural, iracundo y marginal.

Burning porta una visión mucho más enrarecida, lúgubre y darwinista que la transparencia apabullante, pero a veces un tanto esquemática de la también estremecedora Parásitos.Y si bien en este último filme se exhibe con grandilocuencia el origen de la violencia y el caos, en el que se verá en La séptima puerta, la sensación de alarma y sospecha está distribuida a lo largo de la trama, sin que el espectador pueda precisar con exactitud de dónde proviene. Y tal ambigüedad es un sugestivo logro que ahora exhiben estos maestros coreanos, pero antes estaba reservado a creadores tan prestigiosos como Alfred Hitchcock y Luis Buñuel.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.