Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los dos Estados Unidos

Autor:

Armando Hart Dávalos

Ya desde las primeras décadas del siglo XX, Lenin, con su formación marxista, había apreciado que la intervención norteamericana en Cuba significaba la aparición en el plano internacional del imperialismo en Estados Unidos. Hoy, la crisis mundial del imperialismo hegemónico es bien evidente y uno de sus signos más relevantes se observa precisamente en lo referido a Cuba, América Latina y el Caribe.

La recientemente celebrada Cumbre de las Américas, en Cartagena de Indias, Colombia, ha venido a subrayar con fuerza que Estados Unidos ya no puede ejercer su dominio imperial en el mundo de la forma en que venía haciéndolo, y mucho menos en América Latina y el Caribe, que fue históricamente su principal sustento.

Nunca se había visto una situación como la que hoy tiene lugar en el seno del propio imperio con los movimientos de indignados Ocupa la Casa Blanca, Wall Street y otros, así como otros procesos de rebeldía nunca vistos en ese país. Por ello, aconsejo a los revolucionarios de América Latina y el Caribe tener muy en cuenta que hay dos Estados Unidos y que debemos unir fuerzas con aquellos que en su seno luchan por un mundo de paz, por cambiar el orden impuesto por el poder financiero y la maquinaria de guerra que controlan el Gobierno. Así lo apreció Martí con su visión latinoamericana, caribeña y universal. El Apóstol de nuestra patria afirmó: «Amamos a la Patria de Lincoln, tanto como tememos a la patria de Cutting». Aludía a un oscuro aventurero que intentó ocupar una parte del territorio de México.

Para los hombres y mujeres de mi generación, llegar a la conclusión de que ya el Gobierno de los Estados Unidos no puede mandar en el Caribe ni en América Latina en la forma que antes lo hacía, y que están en marcha en la región importantes procesos integracionistas, es un acontecimiento que marca una nueva época de la historia, distinta a la que hemos vivido desde que tenemos uso de razón.

Es por eso que a más de cinco décadas del triunfo de la Revolución, siento que nuestra generación, la del centenario del natalicio de José Martí, está ganando su batalla histórica contra el imperialismo, y esta victoria se obtiene también para Cuba, para América y el mundo. Porque ya hoy nuestras verdades están insertadas en la historia universal, y cada vez se hace más evidente que el Gobierno norteamericano no puede intentar aplastarnos sin afectar profundamente los propios intereses de su sistema social.

Nadie puede predecir cuánto durará la torpe e ineficaz política guerrerista e injerencista de las administraciones norteamericanas contra Cuba, pero de lo que sí estamos seguros es de que la significación internacional de nuestro país no se generó por una prepotencia ni por un ridículo nacionalismo estrecho, sino por la geografía, la economía y la historia de esta Isla. Ello está determinado por factores objetivos que no resultan simplemente coyunturales y que generaron una capacidad de resistencia en nuestro pueblo frente a las fuerzas que a lo largo de casi dos siglos se opusieron, primero, a que Cuba fuera nación y, después, trataron de subordinarla a sus intereses.

El diferendo no es solo contra un Gobierno o un Estado, el diferendo es contra una nación en la que ha cristalizado una cultura que hizo síntesis de lo más avanzado del movimiento intelectual y espiritual de Occidente en los últimos siglos. Fidel ha dicho que Cuba fue el Vietnam del siglo XIX; esperamos que se tenga la sensatez de impedir lo que representaría un Vietnam en el Caribe en pleno siglo XXI.

En enero de 1959, cuando Fidel llegó al antiguo campamento militar de Columbia, madriguera principal de la tiranía batistiana, advirtió que se había conquistado la victoria en la guerra de liberación, pero que comenzaban otros tipos de desafíos y dificultades más importantes aún que las que se tenían antes del triunfo de la Revolución. Hoy, cuando se advierte que la política norteamericana contra Cuba está herida de muerte, se gesta una etapa de mayor sutileza y rigor en el combate que nuestro pueblo tiene que dar y dará por la plena integridad de la nación.

El imperio yanqui seguirá cambiando sus maneras de intentar subordinar a sus designios a la nación cubana pero, en esencia, mantendrá el mismo propósito. Las nuevas formas revolucionarias de luchar en defensa de Cuba tomarán nuevos alcances y estarán cargadas de peligros, pero estos riesgos —como ya hemos visto— no son solo para Cuba, sino también para el mundo.

Hay que tener muy en cuenta que el momento que estamos viviendo es radicalmente diferente al de décadas anteriores. Nunca la cultura y la unidad han sido más necesarias para enfrentar exitosamente las tareas de la Revolución. Cuba tiene una cultura con enorme potencialidad para continuar su camino a favor del ideal de redención universal del hombre y de la justicia para todos, lo que nos representamos en el socialismo. La historia cultural cubana expresa la esencia de lo que somos, y de lo que debemos ser, y constituye nuestra mejor carta de presentación ante el mundo para asumir los nuevos desafíos del siglo XXI.

El Apóstol de nuestra independencia expuso el papel estratégico de Cuba en el entorno de América y del mundo y dijo: «Antes que cejar en el empeño de hacer libre y próspera a la Patria, se unirá el mar del Sur al mar del Norte, y nacerá una serpiente de un huevo de águila». Debemos procurar que nazca una paloma que sea capaz de volar tan alto o más que las águilas porque, como soñaba Martí, hay que evitar el conflicto innecesario entre las dos secciones hostiles del hemisferio occidental y contribuir de esa forma al equilibrio del mundo. Para todo esto se exige la plena independencia de Cuba, las Antillas y la América de Bolívar y Martí. Esa es nuestra aspiración de ayer, de hoy, de mañana y de siempre.

En estos tiempos de graves convulsiones financieras, del terrorismo, del crecimiento de los negocios de la droga, del desorden generalizado, etc., ¿cómo hacemos los cubanos para estar a la altura de nuestras responsabilidades históricas? Exaltando los valores éticos y culturales presentes en nuestra historia de más de dos siglos y llevándolos a la educación, a la política y a todos los planos de la vida nacional; consolidando la cultura jurídica y el cumplimiento estricto de la ley.

Esto solo se puede materializar superando definitivamente el viejo postulado reaccionario de «divide y vencerás» y situando para siempre en nuestros corazones el principio de unir para vencer. Ojalá que los dueños modernos de las riquezas tengan la sensatez necesaria para entender las advertencias de Fidel y podamos salvar a la especie humana de la catástrofe que se avecina y abrir cauce para ese mundo mejor al que aspiran millones de seres humanos en todo el planeta.

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