Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Patriota y mujer de todos los tiempos

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

A pesar de la reducción de su figura a la madre ejemplar y la poca visibilidad a la que ha sido condenada por una historiografía todavía androcéntrica, el legado de Mariana Grajales Cuello trasciende hasta nuestros días.

Con 53 años dio el ejemplo de su vida. Se impuso a la edad, los prejuicios sexistas, los peligros que se avizoraban y, comprendiendo que su lugar estaba junto a los suyos, tomó su prole y se fue a la manigua.

Dicen que antes había hecho jurar a toda su familia, padres e hijos, delante de Cristo, «que fue el primer hombre liberal que vino al mundo», libertar la patria o morir por ella; compromiso por el que abandonaron todo y partieron a los campos mambises ocho de sus 14 hijos, respondiendo a la convicción, que les había inculcado, de que por encima del hecho mismo de la vida estaban la justicia, la libertad, la Patria...

En esa resolución iba toda la fuerza y madurez  de la típica mulata santiaguera, desenvuelta, enérgica, capaz de mantener sus ideas. Su origen humilde y su residencia en las cercanías de la ciudad le impidieron acceder a alguna de las pocas escuelas que existían para su clase, por lo que su educación se basó en los preceptos y normas que le transmitieron sus padres y que ella supo trasladar a sus hijos.

A los 16 años se casó con Fructuoso Regüeiferos, un pardo libre conquistado por su gracia, quien falleció seis años después. Esta prematura viudez, la maternidad de tres hijos varones y la condición de jefa de casa que debió enfrentar en un ambiente precario e inestable, forjaron su carácter y le obligaron a madurar tempranamente.

Esa capacidad con que supo imponerse a sus condiciones de vida se fortalecerían más tarde cuando inscribe como hijo natural al pequeño Justo (1843) y la ubicarían como transgresora cuando decide unirse consensualmente con Marcos Maceo, con quien tendría nuevos hijos.

La investigación histórica y la tradición oral nos regalan las imágenes de ese hogar de virtud y armonía que supo construir con Marcos, donde los hijos, Regüeiferos o Maceo,  tenían iguales deberes y derechos, eran arrullados por canciones de cuna en las que se hablaba de libertad y recibieron un cúmulo de valores que les acompañarían para toda la vida.

Mariana fue horcón y aliento de su hogar, acicate y ternura. Toda esa fuerza y valentía que signaron sus días estarían también en aquella decisión de marchar a los campos de batalla llevando consigo a sus hijos más pequeños.

En lo adelante, la comodidad de la finca fue sustituida por la vida a la intemperie, en cuevas o antiguos refugios de cimarrones; el constante peregrinar por los llanos y montañas del territorio insurrecto de Oriente y Camagüey, muy cerca de los sitios donde combatían sus hijos.

A la vez que arreglaba la ropa de los soldados en la manigua, trasladaba armas y pertrechos a los mambises. Como otra prueba más, debió enfrentar Mariana las frecuentes heridas de sus hijos que combatían con arrojo al enemigo.

Una y otra vez debió apretar las lágrimas, recoger los trozos de su corazón deshecho y seguir, sin el esposo que dejó de respirar entre sus brazos; perdido el hijo de solo 16 años y una vida por delante…

Después del triste fin de la guerra grande, Mariana, como muchos patriotas, marchó al exilio en 1878 y se estableció en Kingston, Jamaica, donde estuvo hasta su fallecimiento, el 27 de noviembre de 1893. Allí debió enfrentarse a un idioma, costumbres y una cultura diferentes; sufrió los rigores de la pobreza,  de la estrecha vigilancia española, y el sufrimiento de tener a sus hijos y familiares dispersos por el Caribe y Centroamérica, asediados por los agentes al servicio de España. A pesar de que la asediaron las vicisitudes, nunca dejó aquella mujer venerable de tener el vestido limpio,  ni su casa dejó de ser centro de reunión de los cubanos exiliados.

El legado de la heroína alcanza la Cuba actual. Su ejemplo trasciende y se prolonga en las historias de cientos de mujeres consagradas, entregadas a una causa, en aquellas que con pujanza son formadoras de sus hogares y de sus hijos, y que hacen a muchos exclamar: ¡Esa es una Mariana!

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