Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un regreso a las esencias, 40 años después

Autor:

Roberto Díaz Martorell

Los regresos importan siempre, pero los encuentros son mejores. No solo volver a las cosas dejadas, los paisajes, los recuerdos, los olores…, sino también a las personas que tuvieron que ver con otros tiempos, y eso último fue lo que exbecarios de África y Nicaragua encontraron hoy en Isla de la Juventud.

Indescriptibles es la palabra adecuada para reseñar esos abrazos después de 40 años, las lágrimas iniciales que fueron transformándose en sonrisas, las miradas escudriñadoras buscando aquel niño de entonces o para ajustar la imagen ahora añosa con la del profesor o profesora que enseñó las primeras letras y los primeros números.

La alegría, el asombro por lo nuevo y el agradecimiento estaban a «flor de piel». Volvían al lugar que por idea del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz los acogió como hijos legítimos y no solo les ofreció educación, sino que también les abrió el corazón de las familias pineras, como recordó el maestro Ramón García durante la conmemoración: «no solo tuvieron instructores, también tuvieron padres, hermanos y amigos».

Eso no fue casual ni por mandato. Fue una expresión elocuente de la vocación de solidaridad de la Revolución Cubana con los pueblos del Tercer Mundo, y del pueblo pinero, protagonista del proceso de formación social y cultural de aquellos muchachos, refrendado desde el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba en 1975, cuando Fidel expresó que había que preservar la cultura particular y la identidad de las naciones.

Y así lo expuso Edgar Zapata, uno de los más de 25 000 nicaragüenses que estudiaron en Isla de la Juventud desde 1979, al agradecer a los cubanos la preparación recibida, «porque nos ayudó a ser mejores hombres y mujeres, nos alejaron de la guerra y nos permitieron llegar a esta Isla donde aprendimos el pan de la enseñanza, el amor de los profesores, hoy a 40 años somos profesionales y estamos en Cuba de visita celebrando, cumpliendo con el presagio de Fidel cuando dijo que algún día regresaríamos de vacaciones, y aquí estamos».

La reafirmación de estas palabras vino tras una ovación prolongada que acompañó el discurso de Jerobean Shaanika, embajador de la República de Namibia en Cuba, cuando emocionado agradeció la voluntad de la Mayor de las Antillas de romper, con este proyecto educacional, las cadenas de la opresión en África y sustituirlas por cadenas humanas de solidaridad.

 Solidaridad que benefició en esas cuatro décadas a más de 35 000 adolescentes y jóvenes de 33 nacionalidades de África, América Latina y Asia; proyecto que se inició en octubre de 1977, cuando llegaron los primeros a las escuelas y a las familias pineras, procedentes de Mozambique.

Durante su estancia en el territorio, los exbecarios visitaron sus antiguas escuelas, los barrios donde muchos de ellos vivieron como uno más de la familia, inauguraron una exposición de fotos y, sobre todo, compartieron con antiguos profesores y amigos.

Roberto Únger Pérez, historiador de la ciudad y profesor de la Universidad Isla de la Juventud, subrayó esta celebración como el escenario propicio para reconocer al pueblo pinero, principal protagonista del proceso de formación cultural y social de aquellos jóvenes que Cuba rescató de las guerras y las rencillas tribales, para ofrecerles la oportunidad de crecer como seres humanos.

Ellos volvieron convertidos en profesionales en cada uno de sus países, volvieron también para revivir y agradecer a un pueblo por el futuro que disfrutan hoy y volvieron también por lo que dijo el abogado, filósofo, pedagogo y maestro brasileño, Paulo Freire, cuando acotó que volver no es solo una manera nostálgica de mirar hacia atrás, sino una mejor manera de conocer lo que está siendo, para construir mejor el futuro.

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