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La última hebra

Las redes sociales andaban desesperadas con sinceridad, verdaderamente preocupadas, sin tristes sensacionalismos. Se afirmaba que la gran vedette de Cuba, Rosita Fornés, estaba muy malita en Miami, y la auténtica angustia de Cuba se respiraba. Este miércoles murió la artista irrepetible y desde entonces su pueblo la llora

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

¡Esa sí es una mujer! Mi abuelo estudiaba el efecto de sus palabras, las saboreaba detenidamente, las detenía en el aire, cuando Rosita Fornés aparecía en la pantalla. Mi abuela dejaba caer una mirada que hacía temblar la casa.

Ahora, que estoy contemplando La Habana desde la terraza de la artista, La Habana de verdes y de grises, siento el poder de su mirada. Una brisa húmeda nos envuelve. Rozo una de sus manos. Cómo quisiera que mi abuelo estuviera aquí. 

Allegro

—Usted que ha trabajado tanto, ¿ha podido detenerse a pensar en lo mejor que ha hecho?

—Sí, he trabajado tanto… que a veces hay que recordarme algunas cosas. He tenido satisfacciones como actriz dramática o de comedias, como vedette de un espectáculo, o a veces cantando una sola canción que me haya quedado bien. En el teatro, hice hasta un ciclo de Tennesse Williams o Confesión en el barrio chino, por ejemplo. Y, lógicamente, como intérprete de operetas y zarzuelas que es en lo que más peso tuve.

—¿Nunca pensó en la ópera?

—Mira, comencé en el género español y me di cuenta con mi voz lírica de que podía abordar perfectamente la opereta y la zarzuela. En el género español y en la comedia musical, los personajes tienes que actuarlos, no solo salir a cantarlos, y hay que bailar. Yo había dado mis clases de baile, de ballet y hasta de acrobacia, y todo me gustaba… Siempre me he preciado de tener sentido común: la ópera… bueno, eso eran palabras mayores.

—¿Alguna vez usted se propuso ser una vedette?

—Debuté como vedette en México en 1945, en un espectáculo de gran revista musical, como se decía entonces, y donde trabajé al lado de grandes figuras como Agustín Irusta y Hugo del Carril; el argentino Roberto Rati, quien me contrató, me explicó qué hacía una vedette: «Tienes un libreto, tienes que hacer sketch, personificar determinados tipos, cantar, participar en cuadros colectivos en escena, salir a bailar, cantar lo lírico, también música popular, y claro, enseñar las piernas… eso más o menos me explica». Y mis padres me decían: «Rosita, eres una señorita decente… ¡cuidado!». 

«Yo había escuchado hablar de la Mistinguett, había conocido a Josephine Baker, pero sabía que en América eran más conservadores. Yo había visto postalitas con actrices casi en cueros, y me dije: “¡Qué horror, yo no hago eso!”. Después, para que veas, mis piernas tomaron fama… pero hasta ahí… vedette es una palabra francesa, que se refiere a la primera atracción de un espectáculo, y también podía ser un hombre, como Maurice Chevalier».

—¿Por qué no incluye al cine entre lo mejor que ha hecho?

—Cuando me vi en el filme El deseo, con Emilio Tuero y Chano Urueta, era muy nueva en la técnica y yo misma decía: «¡Qué mal!». Tras el éxito del filme Del can can al mambo (1951), que me ganó un contrato de exclusiva, cuando iba a comenzar a hacer cine de verdad en los estudios Churubusco de México, regresé a Cuba. No es un trabajo que he abordado con la seriedad del teatro y posteriormente la televisión, que fui dominando con el tiempo.

«En el cine cubano actual tuvo mucho éxito de público Se permuta (1984), de Juan Carlos Tabío. Considero que estuve bien, pero no más allá; la verdad es que tuvo más fuerza la puesta teatral. En el caso de Papeles secundarios (1988), tengo la suerte de que la película sea algo así como un clásico. El director, Orlando Rojas, me señaló que tenía que barrer a la Fornés y yo me dejé conducir».

—¿Qué persona existe detrás de tantas luces?

—Me ha gustado en ocasiones estar en una nube, no por considerarme superior, sino porque soy soñadora y romántica. En la ficción, soy como se me exija, dulce o malvada; pero eso es en el escenario. La artista es esta misma señora que está conversando aquí contigo.   

—¿Qué deudas guarda con su físico y su vestuario?  

—No te voy a negar… Mi cuerpo me lo han celebrado. A veces me molestaba que me hablaran tanto de él o de la ropa, y no de lo que hacía en la escena; pero mi concepto de la belleza es especial. Nunca me consideré bella. Por otro lado, el género que he cultivado me ha exigido vestir bien. Y de ahí viene esa fama desmedida. 

—¿No la envanecieron tantos halagos, tantos aplausos?

—Puede ser que cuando se es muy joven, tal vez se caiga en momentos de envanecimientos; sin embargo, he tenido una cosa en mi mente que me ayudó a prevenirme. Yo me dije: “He trabajado para esto, es lo que yo quería alcanzar, y no puedo extraviarme”. Cada vez que me dan una ovación o la gente se pone de pie, doy gracias a Dios porque eso suceda. 

—¿Cuánto ha dejado a un lado de su vida personal?

—Más que todo, mi adolescencia. Desde los 13 años comencé a cantar y a los 15 a trabajar. Desde esa edad empecé a hacer vida de mujer, de mujer que se cuidaba: cero salidas con amigas, noviecitos y fiestas. Siempre luché, no obstante, por mi vida personal, y hubiese querido tener otro hijo. En un tiempo lo sacrifiqué todo por mi arte. Luego por mantener mi hogar, por mis padres, dije que no a ofertas muy tentadoras. Todo lo mejor me lo ofrecieron, incluidos contratos en España y en Broadway. Y yo siempre decía: «Muchas gracias, más adelante…».

Andante

Rosalía Palet Bonavia nació en Nueva York el 11 de febrero de 1923, mientras sus padres, la madrileña Guadalupe y el catalán Santiago, viajaban a la Gran Manzana por razones de negocios. «Me trajeron a Cuba desde pequeña. No es que yo tuviera conciencia de cubana a los dos años ni cosa por el estilo; pero fue aquí que empecé a ser artista, de aquí partieron todas mis posibilidades. Es mi patria, la que yo siento y la que he adoptado».

La prensa mexicana la escogió como la mejor vedette de América durante dos años consecutivos, 1951 y 1952. La siguieron mimando tiempo después, años después, pero su vida daría un vuelco: «Pensé en un momento compartir el trabajo entre Cuba y México. Al divorciarme de mi primer esposo, Manuel Medel, quise poner tiempo, tierra y agua por medio. Empecé a trabajar en la Televisión Cubana, y junto a mi familia, me sentía realizada, y México se fue quedando siempre para más adelante».

Nadie como ella ostenta tres premios nacionales: Teatro (2001), Televisión (2003) y Música (2005), mas su fama los precede con largueza, su fidelidad había sido premiada mucho antes. Ella siempre mantuvo su lucidez, incluso en tiempos difíciles. No hubo quien la hiciera bajar del escenario, que era su manera de ser cubana, de ser universal, que era su manera de ser.  

El realizador radial Lázaro Sarmiento ha descrito la fascinación de parte de su público, ese que, por encima de todo, «la esperaba a la salida de los estudios del Focsa con flores, latas de conserva, cigarros, la estampita de la Virgen, cualquier cosa, con tal de mimar a su estrella favorita… para Rosa Fornés el oficio de estrella es un trabajo a tiempo completo, casi de obrera». (1) 

Presto

—¿Ha pensado alguna vez, cuando pone su cabeza en la almohada, que es ya una leyenda de la cultura cubana?

—Lo he pensado muchas veces. Me siento contenta de lo que he logrado. Sé que a estas alturas soy esa especie de leyenda que dices. Y lo que quisiera es que no me recordaran por una imagen estereotipada, por banalidades o por la palabra vedette; sino como una artista que lo dio todo, todo lo que podía dar de acuerdo con el talento que pude tener. Y siempre con mucha verdad.

—¿Cree que algunos la han subestimado?

—Mira, mi abuela creía que todo el mundo era bueno. Yo crecí en eso y he pecado de ingenua por confiar demasiado en la gente, en lo que te dicen o en lo que prometen; pero te digo una cosa, sin que me quede nada por dentro: si pongo en una balanza a los que me quieren y a los que no, los primeros se los llevan ampliamente…

«Algunos han querido negar calidad a mi arte, no me han visto con la importancia de un poeta, un bailarín clásico, un gran actor de obras clásicas, o un intérprete de música culta; sino como una artista superficial, o con una imagen de arte menor… En cambio, yo nunca subestimé a nadie, le di a todo lo que hice la importancia que tiene. Eso sí, nunca sucumbí a modas o a vulgaridades: he sabido tener clase. Nunca quise comerciar con mi arte, y actué sobre todo por el placer de hacerlo. Yo nunca me tarifé». 

Coda

Rosita Fornés somos nosotros mismos. Ella es la rosa náutica que nos protege del tiempo. Ella es nuestro contacto con otra dimensión, la última hebra. (2)

 

Notas:

(1) Lázaro Sarmiento: El oficio de estrella es un trabajo a tiempo completo, en el blog Buena suerte viviendo http://lazarosarmiento.blogspot.com/2008_02_01_archive.html

(2) Esta entrevista fue publicada inicialmente en el suplemento cultural Ámbito, de Holguín, y luego en el volumen El hueso en el papel (Editorial Oriente, 2011). Se la envié. Nunca esperé respuesta, pero esta llegó tiempo después. No fue una nota de cortesía, sino una extensa carta. La aprieto contra mí. Rosalía Palet Bonavia-Rosita Fornés era un ser humano increíble. Su fallecimiento en Miami, a los 97 años este 10 de junio, ha desgajado a una de las leyendas más grandes de la cultura cubana.

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