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Docarmo en la oscuridad

Silvia Gorra sigue las peripecias matriarcales de Docarmo en la telenovela brasileña en boga, con las luces apagadas de la casa, y un vaso de agua «al tiempo». No, no es un ritual espiritista para comunicarse con la altruista mujer-madre-empresaria-amiga-vecina. Es un asunto de voltaje eléctrico mal atendido: si enciende un equipo tiene que apagar otros, incluyendo el refrigerador.

Silvia, quien reside en la calle 23 número 809, entre A y B, en el municipio capitalino de Plaza de la Revolución, me escribe porque en el verano de 2005 se dirigió a la Organización Básica Eléctrica (OBE) de ese territorio, en Zapata y 4, para reportar el bajo voltaje que sufren ella y otros vecinos.

Precisa que entonces, luego de lo que denomina «tremendo peloteo», fue atendida por una funcionaria que dirige las brigadas de operación. La respuesta fue que en ese momento no tenían materiales para tales trabajos. Y Silvia lo entendió, pues estaba el país emergiendo de los estragos de huracanes y esas eran las prioridades.

Al final del período vacacional de 2005, la señora volvió, y solicitó ver al director, pero fue imposible. Reportó nuevamente la situación, y esa misma noche fue visitada por los de la OBE, quienes diagnosticaron que todo se debe al transformador del área, pero el problema solo se solucionaría cuando se desvinculara el servicio eléctrico del aledaño policlínico Héroes del Moncada.

Pasaron los meses, y la caía de voltaje se registró una que otra vez en el invierno. Pero ya desde finales de abril de 2006 el descenso se hizo sentir con regularidad desde aproximadamente las ocho de la noche hasta avanzada la madrugada.

El 22 de abril pasado volvió a reportarlo y recibió rápidamente la visita: las mediciones arrojaron que a su casa entraban 103 voltios. Y vecinos que utilizan la 220, recibían apenas 112 voltios. Los de la OBE dijeron que al siguiente día irían otros compañeros de ellos a trabajar en el mejoramiento de la línea de entrada del edificio. Pero no fueron.

Al lunes siguiente reportaron de nuevo. Tampoco fue nadie. Entonces Silvia solicitó ver a la supervisora, quien le comunicó que la primera queja reportada no había sido despachada por los operarios.

Volvió a hacer el reporte en Zapata y 4, y la remitieron de nuevo a la jefa de las brigadas, la cual le comunicó que ya tenían los materiales, pero ahora carecían de trabajadores para ejecutar la reparación, pues estaban laborando en el Plan Malecón.

Ha transcurrido más de un año y Silvia y sus vecinos siguen haciendo malabares con la maltrecha corriente que les llega. Ellos tienen derecho a pensar que las transformaciones que implica la Revolución Energética no son solo de tecnologías y maximización de la eficiencia en el consumo, sino también de la disposición humana a atender, responder y resolver asiduamente las quejas de los clientes.

No creo que se necesite invocar el espíritu emprendedor de María Docarmo para resolver el problema. Albergo la esperanza de que Silvia pueda ver la telenovela hasta con una cervecita fría y sin penumbras... aunque sin derroche.

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