Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Terapia con ellos...

Cada vez que le abren las entrañas a una avenida o calle para algún arreglo interior, los vecinos cruzan dedos y hacen fatídicos pronósticos de accidentadas secuelas y nuevos «desarreglos». Presienten que esa arteria ya no será la misma, y no precisamente para bien. Y aciertan no pocas veces.

Yunett Camejo lo vivió así, allá en calle 286 número 8114, entre 81 y 83, en el municipio capitalino de La Lisa. Hace más de un año estalló allí una conductora de agua y fue reportada. A los dos meses aproximadamente, Aguas de La Habana se presentó y abrió en la vía una zanja enorme.

Los vecinos convivieron con ese inmenso hoyo más de cinco meses. Inundaciones, cuando llovía, y hasta aguas sucias se confabularon, porque el respiradero de una fosa en la misma esquina estaba tupido.

Volvió Aguas de la Habana «a concluir el trabajo». Repararon las tuberías y demoraron un mes más, pero volvieron a cerrar la herida vial: con varios camiones de escombros y un poco de cemento dieron por terminado el trabajo.

Al cabo de una semana, sin embargo, comenzó a abrirse la herida. «Era lógico que se abriera con la cantidad de material con la que se selló», asegura Yunett, y cuenta más: el respiradero de la fosa volvió a tupirse, y fue solucionado con el concurso de los vecinos. Pero el hueco, ese casi tiene la propiedad de crecer característica de los organismos vivos. Cada vez se acentúa más. Y los autos que pasan desprevenidos quedan atascados...

Al final, los vehículos se desvían por 81, contraviniendo las leyes del Tránsito, pues esta vía concluye frente por frente a una vivienda, la cual ha sufrido ya el impacto de varios carros. Y todo por una zanja que se abrió, pero no se cerró bien.

Nada, que a las calles les sucede como a las personas. Herida que no sana bien, seguirá trayendo complicaciones.

Y a las viviendas también puede aplicársele el símil con la salud humana. De no atenderse a tiempo un pequeño problema en un órgano o tejido, este puede comenzar a incidir sobre otras partes y sistemas del cuerpo, hasta amenazar la vida misma.

Ese es el caso del edificio situado en Campanario 306, entre Neptuno y San Miguel, en Centro Habana, remitido en carta por Arístides Padrón, residente del apartamento 303 en el inmueble, quien al menos conserva el anticuerpo de la inconformidad.

Cuenta Arístides que hace más de cuatro años colapsó de vejez la tubería metálica de una y media pulgadas, que va desde el motor del agua gasta la azotea. Dicha conductora asciende por dentro de una falsa columna ubicada en uno de los extremos laterales del edificio. Y la filtración generada desde entonces ha provocado que los cimientos del inmueble, y los propios apartamentos del mismo, vayan destruyéndose, con las consiguientes enfermedades respiratorias agudas entre los vecinos.

Según Arístides, han malgastado su tiempo apelando a múltiples instancias (Vivienda, Poder Popular, Micro Social y Aguas de La Habana), y siempre reciben la misma respuesta: no hay recursos, no hay materiales.

«Debemos seguir rogando para que ocurra un milagro antes de un derrumbe parcial», sentencia, y revela lo más elocuente: con solo 30 metros de tubería se podía haber evitado todo.

Y Arístides remarca las palabras «indiferencia» y «pasividad». Pero, analizando profundamente el cuadro clínico, hay que situarse un momento del lado de las víctimas: cuántos casos ya desahuciados de edificaciones no comenzaron por algo así, como una especie de quistecito que, de ser erradicado a tiempo con la terapia adecuada, hubiera evitado males mayores.

Siempre los problemas de recursos gravitan, y los hemos tenido muy fuertes. Pero ya es hora de que con más agilidad y previsión, salvemos la salud de nuestras edificaciones de la fase terminal. El abandono a la larga sale muy, pero que muy caro.

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