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¿Celebrarán el Día contra el Ruido?

Los cubanos que aquí revelan sus sufrimientos por la oreja, seguramente no podrán celebrar hoy, como se hace cada último miércoles de abril, el Día Internacional de Lucha contra el Ruido.

Mildred Rosales Silva, quien vive en la calle Aurelio Fernández No. 5, en El Cobre, Santiago de Cuba, cuenta que en el círculo social del poblado acostumbran poner música a un volumen muy elevado, sin tener en cuenta que es un área abierta, rodeada de un cuerpo de guardia, un hogar materno y viviendas donde habitan niños, ancianos y personas enfermas. Le bastaría decir que, sencillamente, habitan personas, las cuales merecen paz, sosiego y respeto.

Precisa que han conversado con el administrador del círculo, han planteado el problema en asambleas de rendición de cuenta del delegado, y enviado cartas al Partido y a la Dirección de Gastronomía. «Y nadie soluciona el problema —dice—, que lejos de mejorar empeora día a día».

Felicia Bonamusa Lachiondo (Céspedes 718 A, entre Cristina y Minerva, Cárdenas) censura la elevada contaminación acústica provocada en el vecindario por el cabaré Las Palmas, en esa, la llamada Ciudad Bandera.

Señala que desde 2011, en reiteradas ocasiones y diversos escenarios, ha denunciado oficialmente tal exceso sonoro. Y al no ver solución, acudió en 2015 al Tribunal Municipal, el cual emitió fallo a su favor en la Sentencia 5 del 29 de enero de 2016.

Dicho fallo al principio fue acatado, pero hace más de dos meses ha comenzado a incumplirse nuevamente, por lo cual, Felicia subraya: «No estamos en desacuerdo con el disfrute de actividades recreativas y culturales por parte de la población, pero existen acciones y medidas que se pueden tomar para que no afecten la calidad de vida del vecindario».

Berta Pérez Pérez (Maceo 139, El Cristo, Santiago de Cuba) lleva dos años quejándose por la agresión acústica que sufre, al igual que el resto de sus vecinos.

Señala la señora que al lado de su casa había una bodega, que fue abandonada por Comercio. Y se decidió otorgarle ese local, como vivienda, a un damnificado por el huracán Sandy. Pero el beneficiado, subraya, convirtió el sitio en una «discoteca bar», donde se venden bebidas alcohólicas. El inmueble es un caserón con techo corredizo de zinc, y solo los dividen unas paredes sencillas de ladrillo levantadas por la familia de Berta, porque la divisoria con la bodega era de madera.

De esa situación —afirma— tienen conocimiento la Policía, el delegado de la circunscripción y el presidente del Gobierno, «que todas las actividades del poblado las hace en este lugar: carnavales y todo lo que se autoriza lo hace en esta esquina, llamada La esquina del diablo, por todas las indisciplinas y fajazones; además ahí se orinan dondequiera, pues el local no tiene baño.

«Este pueblo es grande, tiene parque, plaza, Casa de Cultura, pero todas las fiestas las hacen aquí. Los termos de cerveza los ponen en esta esquina, y todo lo sufrimos los vecinos de alrededor», destaca.

Refiere Berta que ha hecho acusaciones ante la Fiscalía Municipal, pero nada se resuelve. Asegura que autoridades del gobierno le han dicho que «cada vez que ellos hagan esas fiestas, y los fines de semana, ¡que me vaya de mi casa para que no me molesten!».

Y en la ancestral ciudad de Trinidad, en Gloria 114, entre Boca y Desengaño, Ramón Zayas Montalbán lamenta que un bar cercano, de Palmares, contamina sonoramente la cuadra con altos decibeles todos los días de la semana, aparte del ruido propio de los vociferantes que allí acuden.

«El local no tiene condiciones para esos shows. Es muy pequeño y sin techo», subraya. Han acudido disciplinada y repetuosamente a todos los factores de la ciudad, incluidos el Gobierno, el Citma, la Oficina del Conservador, Palmares y el Mintur, entre otros.

«Lo que en este caso nos aterra es la falta de acción y la insensibilidad de los factores que deben intervenir», sentencia Ramón.

Al final, esta es solo una muestra de la indisciplina sonora que cobra expansión en el país hace años, y no todas las autoridades pertinentes le ponen coto y sitúan la paz y el respeto a los vecinos al inicio de sus agendas públicas. Diversión, música y baile son necesarios, pero hay que poner orden y hacer cumplir las leyes. Y hay que estudiar bien dónde y cómo se instaura esa diversión en ciudades y pueblos.

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