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La estafa venía sellada

Esta columna saluda el hecho de que el Ministerio de Comercio Interior haya dispuesto teléfonos centrales y correo electrónico para que los consumidores agraviados por la pandemia del engaño y el maltrato puedan hacer sus denuncias directamente. Y hacemos votos porque al respecto, cuando se comprueben los desmanes, se adopten medidas radicales, sin paños tibios.

Por nuestra parte, continuaremos reflejando las quejas de consumidores burlados, como Consuelo Orejas Pérez, residente en Mayía Rodríguez 461, apto. 314, entre Patrocinio y Carmen, Víbora, La Habana.

Revela Consuelo que el 1ro. de marzo pasado compró una bolsa de leche en polvo entera Matilda de un kilogramo en la Tienda Panamericana La 1ra. del Cerro, de Santa Catalina y Vento. Y al siguiente día compró allí mismo otra más.

Como Consuelo tiene una balanza digital, pesó ambas bolsas. Una tenía 0,840 gramos y la otra 0,825. Ninguna tenía un kilogramo del producto. Y ambas, en su envoltura sellada, reflejan que el contenido es un kilogramo. E informan que fueron envasadas por la Empresa Complejo Lácteo de La Habana, Carretera Monumental Kilómetro 23 y medio, Cotorro, La Habana. El envase no comunicaba ningún teléfono ni correo electrónico para hacer una reclamación. Y por ambas, Consuelo pagó 10,40 CUC.

La consumidora llamó al teléfono que se mostraba en la tienda y vertió su queja. Le tomaron los datos, la tienda donde las adquirió y a qué corporación pertenece. Y le notificaron que en breve le darían respuesta.

Al cabo de varios días, recibió la respuesta desde el teléfono 76836202, y ella supuso que pertenezca al Ministerio de Comercio Interior. Y quien le respondió le dijo que no tenían que ver con el asunto, pues recibían las bolsas de leche en contenedores y no podían pesar cada bolsa. Le aconsejó que se dirigiera a la planta envasadora.

«¿Acaso tendría yo que ir hasta El Cotorro a formular mi queja?», cuestiona Consuelo, y recuerda que le dijo a su interlocutora que ellos son el puente entre el consumidor y la planta de envase, y bien podrían elevar una queja al productor, porque ella a quien le pagó fue a la tienda y no a la Empresa Complejo Lácteo.

Todo parece indicar que ni con el empaque sellado desde la fábrica nos libramos del atraco. Porque puede parecer una nimiedad de gramos, pero así, poco a poco, el engaño cobra dimensiones mayores.

¡Qué puntapié!

Caridad Pérez González (Cocos 117, entre Rabí y Flores, 10 de Octubre, La Habana) compró el 10 de febrero pasado en una tienda de Calzada de 10 de Octubre y Zapote, y al precio de 322 pesos, un par de zapatos de vestir para su esposo, como regalo por el Día de los Enamorados. Pero compró un disgusto.

Marca Puntapié, los zapatos a simple vista tenían buena apariencia. El 4 de abril su esposo se los estrenó, y viraron despegados ambos a casa.

El 6 de abril Caridad fue a la tienda y le mostró los zapatos, junto al comprobante de venta, a la misma empleada que se los vendió. La empleada le dijo que debía volver allí cuando el administrador estuviera presente.

El 9 de abril volvió y habló con el administrador. La escuchó con calma y al final le dijo que «no tenía solución para mi problema, pues había pasado algún tiempo entre la compra y la reclamación; y que lo que más podía hacer por mí era que le dejase los zapatos y mi número de móvil, para así localizarme en cuanto tuviese una solución, la cual podía tardar días o meses».

Caridad lo hizo así, con la esperanza de una pronta solución. Y el 14 de abril, cuando me escribió… ¡estaba sin los zapatos y sin el dinero!

«No puedo seguir esperando por una solución a un problema que yo no causé. Y lejos de ayudar a mi esposo, lo que compré fue un disgusto y más problemas», concluye.

Es evidente en ambas historias de hoy que el mal viene de fábrica. ¡Qué puntapié al bolsillo!

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