Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Discurso de Ricardo Alarcón de Quesada, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular

Destaca Alarcón que la marcha de nuestro pueblo no se detendrá jamás

Autor:

Juventud Rebelde

Foto: Omara García Se acerca el año cincuenta de la Revolución. Lo iniciaremos cumpliendo una etapa fundamental de nuestro proceso electoral el próximo 20 de enero con la elección de los diputados a la Asamblea Nacional y los delegados a las Asambleas Provinciales. Será esa una jornada de reafirmación patriótica, de conciencia cívica y espíritu revolucionario y tendrá lugar en una coyuntura especialmente decisiva para el destino de la nación.

Jamás pueblo alguno soportó una agresión comparable del Imperio más poderoso como la que ha resistido heroicamente nuestro admirable pueblo. Fue y es precisamente la lucha por la democracia la que nos condujo a esa confrontación sin paralelo que tuvo su origen cuando nació la Patria y continúa hoy, sólo que ahora es aun más cruel y cínica.

Existen pruebas irrefutables que demuestran que el enfrentamiento de Washington con Cuba es la guerra de la tiranía contra la democracia.

Vean este libro. Lo publicó el Departamento de Estado en la última década del Siglo XX. Contiene algunos documentos parcialmente desclasificados correspondientes al período de 1958 a 1960: el año final de la tiranía batistiana y los primeros meses posteriores al triunfo revolucionario. Aparecen aquí informes secretos y actas de reuniones en la Casa Blanca y el Departamento de Estado. Hay 333 páginas dedicadas al año 1958. En la medida que la dictadura se va hundiendo hasta ser barrida por el pueblo, se multiplican las discusiones en las que participan el presidente Eisenhower, el vicepresidente Nixon, el Director de la CIA, el Jefe del Pentágono, los jefes militares y el Secretario de Estado. Los guía una directiva precisa: «debemos impedir la victoria de Castro», repiten una y otra vez, con rabia y frustración siempre crecientes según avanza el año. Elaboraron y discutieron planes, cuyos detalles permanecen en secreto pues los ocultan todavía con profusas tachaduras, para tratar de salvar a Batista y a sus secuaces e «impedir la victoria de Castro», es decir, impedir la victoria del pueblo. La naturaleza de esos planes no es difícil de imaginar. Basta leer el documento 191 acerca de la reunión privada que Eisenhower tuvo con el Director de la Agencia Central de Inteligencia en la que le instruyó que no presentara a las reuniones del Consejo Nacional de Seguridad datos específicos sobre las operaciones secretas relacionadas con Cuba.

Pese a ello en este libro sobran elementos probatorios de la profunda, íntima alianza entre Washington y la banda de asesinos que trataba de aplastar al pueblo cubano. Ayudaron a Batista en todos los terrenos, incluida la energía nuclear. Le dieron respaldo político, diplomático y financiero. La asistencia militar fue total y no sólo en suministro de armas, municiones, equipamiento y asesoría a todos los niveles. Todos los cuadros de la fuerza aérea cubana, la casi totalidad de los oficiales del Ejército, la Marina y la Policía, y unidades completas de las tropas que combatieron a los rebeldes en la Sierra Maestra, fueron entrenadas en escuelas militares norteamericanas. Su alianza con Batista duró hasta el último instante. Quien lo dude que lea el mensaje de la última noche de 1958 enviado por el Secretario de Estado Christian Herter, quien no estaba celebrando con su familia sino trabajando en su despacho, en comunicación con su Embajada en La Habana, en las horas finales de aquel 31 de diciembre.

De hecho siguieron apoyando al tirano después de su vergonzosa fuga. Aquí hay un capítulo completo, dedicado a las gestiones de Washington para encontrarle asilo y protección a él, a sus familiares y compinches. Allá en Estados Unidos siguen celebrando la infausta fecha en que Batista instauró su última tiranía y en este año 2007 nada menos que en el Congreso Federal yanqui se rindió tributo al batistato.

En este libro se pueden encontrar las primeras acciones de la feroz guerra económica que el Imperio desató contra nuestro pueblo y que comenzó mucho antes de lo que dicen los corifeos de la propaganda imperial. Todavía estaba Fidel peleando en la Sierra Maestra y Raúl en el Segundo Frente cuando Washington dio el primero y uno de los más brutales golpes a la economía cubana al organizar y apoyar la salida de los ladrones y asesinos derrotados por el pueblo, quienes saquearon completamente el tesoro público y se llevaron en sus maletas para el territorio norteamericano todas las reservas que guardaba el Banco Nacional. Según afirmaron entonces era un golpe que ningún país habría podido soportar.

Cuando realizaron semejante ataque, el más vulgar y grosero en la historia de la piratería, Cuba no había hecho absolutamente nada que dañase los intereses imperiales, no había adoptado ninguna medida transformadora, no se había iniciado la obra revolucionaria por la sencilla razón de que los revolucionarios aun peleábamos duramente contra la tiranía que con el apoyo yanki intentaba evitar su derrota total y definitiva.

Lo que veían estupefactos los jerarcas norteamericanos en aquellos días finales de 1958 era el derrumbe de su dominio colonial en Cuba. La Isla finalmente sería independiente y antes que llegara a serlo la despojaron de sus recursos financieros. «Ninguno de los mejores gobernante» podrá gobernar en esas condiciones, dejaron escrito en este libro. Pero pudimos hacerlo. Se constituyó el gobierno revolucionario y con Fidel al frente empezó a construirse trabajosamente nuestra obra en medio de las peores dificultades y enfrentando siempre el odio imperialista.

Desde temprano en 1959 Washington emprendió una política que no ha modificado un ápice hasta el día de hoy salvo para hacerla aun más dura, zafia y arrogante con el actual patético habitante de la Casa Blanca. Esa política ha tenido siempre dos flancos: por una parte hacer sufrir al pueblo cubano, impedir que a él lleguen recursos indispensables, hacer que todo le resulte más difícil y por otra parte promover la agresión, incluyendo el terrorismo y la subversión, para lo cual han gastado miles de millones de dólares. Para el pueblo: hambre y sufrimiento, para los traidores y mercenarios: los cuantiosos recursos del presupuesto federal norteamericano.

Está expuesto en este libro. El llamado Programa Cuba establecido en 1959 y vigente hoy con el mismo nombre cuya sustancia es «fabricar una oposición dentro de Cuba por medio de asistencia clandestina externa». Temprano el Presidente Eisenhower orientó como elemento esencial de ese plan que «la mano de Estados Unidos permanezca oculta» y para ello la inventada «oposición» interna debería actuar bajo la aparente dirección de la mafia batistiana instalada en Miami y más tarde de grupos surgidos de ese podrido origen, todos ellos, sin excepción, bajo el control y el mando de la CIA.

Mientras acá sobornaban y reclutaban a gozosos servidores, allá en Washington definían lo que querían hacerle al pueblo cubano. Permítanme leerles lo que está en la página 885 de este libro: «La mayoría de los cubanos apoyan a Castro... el único modo previsible de restarle apoyo interno es por medio del desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales... hay que emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba... privar a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar el hambre, la desesperación y el derrocamiento del Gobierno».

Provocar hambre y desesperación, hacer sufrir a todo un pueblo es, sencillamente, un crimen internacional, el peor de todos, el crimen de genocidio. Es el genocidio más prolongado de la historia. Tres generaciones de cubanas y cubanos lo han sufrido y lo sufren. Un crimen que se concibió para negarle al pueblo cubano sus derechos democráticos. Es el genocidio contra la democracia. El genocidio para volver a imponernos la tiranía.

Desde que los neofascistas norteamericanos empleando a la mafia anexionista de Miami se robaron las elecciones del 2000 y disfrazaron de Presidente a un delincuente mediocre y estulto, el genocidio contra Cuba no ha cesado de multiplicarse. Más de una vez han llevado ante cámaras y micrófonos al deplorable personaje a anunciar más y más planes contra Cuba.

Vísperas de nuestra reunión, exactamente la semana pasada, aparecieron nuevos documentos para recordarnos que esa política no ha cambiado, que la están aplicando ahora mismo cuando termina el año 2007.

El miércoles 19 de diciembre la Contraloría General del gobierno de Estados Unidos dio a conocer este documento que revela que ese país dedica más recursos a perseguir presuntas violaciones al bloqueo y a las restricciones a los viajes a Cuba que los que emplea para combatir el terrorismo y el narcotráfico. Algunos datos: los viajeros procedentes de Cuba son sometidos a inspecciones casi siete veces más intensas que los que arriban desde cualquier otro lugar; entre los años 2000 y 2006 la mayoría de las investigaciones y sanciones ejecutadas por las agencias federales, exactamente el 61 por ciento, tenían que ver con Cuba y no con otros asuntos, a pesar de que como consecuencia de las inhumanas e irracionales prohibiciones impuestas por Bush, que afectan especialmente a las familias cubanas, el número de los viajeros ha descendido drásticamente en ese período.

Esos datos han provocado cierta alarma en algunos medios de prensa de aquel país que han apuntado que la persecución contra Cuba está afectando la capacidad gubernamental para actuar contra los problemas reales de Estados Unidos. Frente a ellos ¿puede alguien dudar que Cuba es víctima de una feroz guerra económica? Medio siglo después esa guerra continúa y además se intensifica y desborda los límites de una obsesión patológica.

Irónicamente la publicación de este informe coincidió con esta otra noticia. Los miembros del Congreso norteamericano, republicanos y demócratas, acordaron dar mayor impulso a sus esfuerzos para socavar la sociedad cubana. Para ello se pusieron de acuerdo con el gobierno para quintuplicar la cifra de fondos que dedicarán el próximo año para pagar a sus agentes asalariados que operan contra el país en que accidentalmente nacieron.

¿Qué autoridad tiene el Parlamento yanqui para violar la soberanía de Cuba? ¿De que democracia puede hablar un Parlamento ignorante que se cree dueño del mundo pero no ha sido capaz de detener una insensata guerra contra Iraq que es repudiada por la mayoría del pueblo norteamericano? ¿Un Parlamento que nada hace por los 50 millones que carecen de servicios médicos en aquel país? Un Parlamento que permite a Posada Carriles y Orlando Bosch pasearse libremente por las calles y tolera sin chistar el infame cautiverio de Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Antonio Guerrero, Fernando González y René González verdaderos luchadores por la democracia y la libertad, héroes antiterroristas que soportan ya su décimo año de injusta y cruel prisión.

¿De qué democracia pueden hablar quienes son cómplices del genocidio contra el pueblo cubano y de los innombrables crímenes del Imperio en todo el mundo?

En rigor cuando los politiqueros de Estados Unidos hablan de democracia no tienen la menor idea de lo que están hablando. Jamás han conocido un sistema en que todos los ciudadanos adquieren automáticamente la condición de electores sin recurrir a engorrosos y costosos trámites concebidos precisamente para restringir su número; en el que la lista de electores es pública y sujeta al control popular; en el que los candidatos son postulados directa y libremente por los propios electores; en el que los candidatos no son promovidos por maquinarias corruptas ni se enfrascan en multimillonarias y demagógicas campañas financiadas por grandes intereses que son sus verdaderos amos; en el que para ser electos haya que recibir la mayoría absoluta de los votos; en el que el escrutinio es público, abierto a la participación de cualquiera; en el que los que son electos no reciben beneficio monetario alguno por el desempeño de su función y que por ella deben rendir cuentas periódicamente a sus electores y que estos pueden revocarles sus mandatos en cualquier momento. Si se atreviesen a introducir algunas de esas cualidades de la democracia cubana en el sistema político norteamericano éste se derrumbaría y el noble pueblo de ese país podría dar los primeros pasos hacia una sociedad democrática y empezaría a exigir derechos de los que no se ocupan allá, salvo raras y honrosas excepciones, los farsantes que dicen representarlo.

¿Conciben acaso una sociedad en que todos sus ciudadanos nacieron en hospitales sin costo alguno para sus padres y tienen asegurado para toda la vida el derecho a la educación y a la atención médica, ambas completamente gratuitas, y la seguridad y la asistencia social garantizadas universalmente?

¿Son capaces aunque sea una vez de convocar al pueblo a discutir abierta y libremente sus problemas como hemos hecho en Cuba muchas veces, como lo hicimos en los momentos más duros y difíciles del período especial y más recientemente a partir del histórico discurso del compañero Raúl el pasado 26 de Julio? Millones de cubanos han expresado sus opiniones sin limitación alguna, han criticado lo que consideraron que debían criticar, han hecho cuanta propuesta quisieron hacer. Ese fructífero y abarcador debate fortalecerá la sociedad cubana, la hará más justa, más eficiente, reforzará nuestra capacidad para seguir resistiendo y avanzar. Se cambiará lo que deba ser cambiado, se rectificará lo que deba ser rectificado. No renunciaremos jamás a la independencia ni a nuestro socialismo que defenderemos siempre al tiempo que lo haremos cada vez mejor.

Las elecciones del 20 de enero deben ser una demostración de la unidad patriótica, una respuesta vigorosa del pueblo a quienes han tratado de exterminarlo durante medio siglo, un claro y firme respaldo a un sistema auténticamente nuestro, cubano, que entre todos sabremos perfeccionar para hacerlo cada vez más democrático, más revolucionario, más socialista.

Larga ha sido la marcha desde que en La Demajagua juramos conquistar una Patria absolutamente independiente en la que floreciera la igualdad plena y la solidaridad humana. Ya desde aquellos tiempos el Padre de todos los cubanos nos advirtió del enorme desafío que enfrentábamos. «Estados Unidos a lo que aspira es a apoderarse de Cuba: ese el secreto de su política» alertó cuando la nación cubana daba apenas sus primeros pasos.

Largo, difícil, fue el camino desde aquella profecía de Céspedes hasta que Fidel, el mejor cespedista, pudiese proclamar que el Imperio jamás tendrá a Cuba.

Fueron grandes los sacrificios, muchos los que entregaron sus vidas sin divisar la victoria. Por delante nos queda todavía una ruta de luchas, esfuerzos y heroísmo. Pero la marcha de nuestro pueblo no se detendrá jamás.

¡Viva el Año 50 de la Revolución!

¡Viva Cuba Libre!

¡Vivan Fidel y Raúl!

¡Con ellos, por la Patria y el Socialismo, seguiremos luchando, todos unidos, hasta la Victoria Siempre!

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