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Las mil y una ciudades

Una sugerente arquitectura dialoga y se integra al paisaje santiaguero con tanta gracia, que es imposible permanecer indiferentes

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Tierra bendecida sin reparos, Santiago de Cuba lo tiene absolutamente todo: un contexto natural de magnífica belleza, con paisajes que asombran; un patrimonio cultural excepcional, sedimentado por cinco siglos de viva existencia; y una imagen peculiar, hermosísima, que a la hora de establecer su planeamiento urbanístico y arquitectónico supo aprovechar y adaptar a la perfección hasta las llamativas características morfológicas de un territorio que, por muchas de estas mismas razones, fue fundado en el verano de 1515.

De Santiago de Cuba lo primero que impresiona, a los ojos del visitante que tiene que acostumbrarse a recibir de un golpe tanta hermosura, es su Centro Histórico, que se distingue por una fuerte presencia residencial.

Se trata, sin dudas, de un singular paisaje urbano. Y en ello radica, a decir de la arquitecta Gisela Mayo Gómez, directora del Plan Maestro de la Oficina del Conservador de la Ciudad (OCC), su notable validez: «en que la huella del tiempo ha enfatizado su excepcionalidad y autenticidad, dadas por la cualidad de la traza semirregular de la urbe, la presencia de considerables plazas y plazuelas reanimadoras del espacio público, la armoniosa adaptación topográfica, la relación que se ha establecido entre el medio construido y lo natural.

«Todos ellos son atributos que por separado generan cada uno un tipo de ciudad, pero que sumados y superpuestos dan lugar a esa ciudad paisaje que admiramos hoy, cualidad que le brinda esa forma de anfiteatro que posee; imagen que nos llega desde el frente marítimo, y que regala desde el mar y las montañas que la circundan, amplias perspectivas de alta calidad estética, a lo que se suma la policromía que resulta de la interacción entre la bahía y las cordilleras del Cobre y Boniato, que incorporan el verde y el azul al trasfondo equilibrado del paisaje».

Pero son muchos los Santiago que existen dentro de uno solo, enfatiza Gisela. Y es que lo mismo se puede admirar por su condición de ciudad ondulante, «dada por las imponentes sinusoides de sus calles, que obligan en los recorridos al continuo subir o bajar; que como mirador, gracias a su sistema de terrazas naturales que descienden desde la cota 55 hasta el nivel del mar, razón por la cual aparecen puntos altos y bajos que permiten descubrir también esas cubiertas de las edificaciones, cuya textura y color rojizo del material de terminación, incorporan un detalle adicional a la visualidad del entorno».

Y ahí no acaba. La especialista explica que siguiendo la tendencia de sus arterias y el coqueteo constante de estas con la topografía, se construyeron en varias de ellas escalinatas, en las cuales las edificaciones quedaron dispuestas de manera coherente a cada lado de la calle. En el Centro Histórico sobresalen cinco grandes de esas escalinatas, que otorgan complejidad a la escena urbana. La de Padre Pico es la de mayor reconocimiento nacional e internacional por sus valores históricos y la habilidad demostrada para salvar los desniveles del terreno, lo cual constituye un aporte al urbanismo santiaguero, dando lugar así a la ciudad escalonada».

Igual se puede ver como ciudad laberinto o como ciudad pública. El primero de estos dos rasgos que cualifican al Centro Histórico se debe «a la frecuente aparición de calles, callejuelas y callejones que ponen en evidencia múltiples puntos de discontinuidad vial y que posibilitan cambios perspectivos en el nivel de recorrido, de modo que lo mismo pueden conducir a que en su andar el caminante encuentre cierres visuales, que aperturas de amplias perspectivas.

«Por otra parte, bastaría con mencionar sitios emblemáticos como el parque Carlos Manuel de Céspedes, la Plaza Dolores, la Plaza de Marte, la Placita de Santo Tomás o la Plazuela de Trinidad, las que junto a otros espacios de barrio demuestran por qué Santiago de Cuba se considera una ciudad pública. Y es que estos reflejan tradiciones, historia, costumbres y cultos de sus habitantes, como muestra genuina de su identidad».

Expresividad, audacia y belleza

No se necesita ser pintor, poeta, fotógrafo... para quedar hechizado frente a una sugerente arquitectura que logró dialogar e integrarse al paisaje con afinada gracia, y a las soluciones técnico-constructivas que se tomaron para explotar al máximo las particularidades del terreno. Por ello resulta tan difícil permanecer indiferentes ante ese espacio urbano de alto valor artístico y urbanístico que constituye el Centro Histórico de Santiago de Cuba.

De hecho, nos hace notar la también arquitecta Nancy Amparo Giraudy Rodríguez, directora de la Oficina Técnica de Restauración y Conservación de la OCC, que esta tierra cuenta con más de 2 000 edificios categorizados como bienes patrimoniales y 23 áreas monumentales. Estas y otras edificaciones reflejan, asegura, una variedad funcional, formal y técnico-constructiva donde se mezclan estilos y tipologías que arman el repertorio arquitectónico de la urbe.

«La ciudad histórica se desarrolló a partir de los lineamientos de las Reales Ordenanzas de las Leyes de Indias, evidenciadas en su Plaza de Armas, con una posición central dentro del núcleo urbano, alrededor de la cual se asentaron las instituciones representativas del poder colonial. En ella se efectuaban las actividades mercantiles, ejercicios militares, religiosos y culturales.

«La estructura urbana en su origen era sencilla, pero al expandirse los conglomerados surgieron nuevos distritos, espacios y plazas de carácter secundario. La etapa colonial se distinguió por la arquitectura civil, doméstica, religiosa y militar», señala Nancy Amparo, quien afirma que el siglo XX fue el período de máxima expresión en cuanto a variedad de estilos arquitectónicos en Santiago.

«Fue en esta etapa en que se conjugaron en el panorama urbano los estilos eclécticos, art decó, monumental moderno, racionalismo y protorracionalismo. Mientras el eclecticismo santiaguero, por ejemplo, llamó la atención por la sobrecarga formal en espacios interiores y exteriores, por el amplio uso de técnicas de moldeo en elementos decorativos de la fachada y en la terminación de sus pisos, el art decó tuvo mayor presencia en edificios civiles, militares y en las viviendas».

También fue esta la etapa en la que brilló el ilustre Carlos Segrera Fernández, considerado como el iniciador del progreso urbanístico y arquitectónico de la era republicana. Como se establece en el libro Carlos Segrera,  publicado por Ediciones Alqueza de la Oficina del Conservador de la Ciudad y que firmaron Marta Lora Álvarez y Carmen Lemos Frómeta, «él, con su amplia mentalidad y brillantes concepciones, en los inicios del siglo XX regaló a Santiago de Cuba una imagen renovada y moderna».

Inmuebles de alto valor estético como el Palacio Provincial de Gobierno, el Club de San Carlos, el Museo Bacardí, los hoteles Casa Granda e Imperial, que exhibe en cada piso una decoración distinta (en estos momentos se trabaja para devolverle su esplendor), o como el palacete de José Bosch y Vicens (desde 1974 acoge al Palacio Provincial de Pioneros Una flor para Camilo), o la remodelada Santa Basílica Metropolitana Iglesia Catedral, resultan suficientes para poner de manifiesto la grandeza de este creador, quien «fue capaz de realizar interpretaciones de mucha fuerza por la volumetría y monumentalidad, y de elevada riqueza expresiva».

Su genialidad la reafirma el arquitecto Omar López Rodríguez, Conservador de la Ciudad, en el prólogo del mencionado texto: «Para los santiagueros de hoy no es posible imaginar la ciudad desconociendo la obra de este artista. Su labor proyectual, admirable en una vida tan corta, significó un rayo de luz —necesario e intenso— para dejar atrás el panorama sombrío de fines del siglo XIX».

Si bien Segrera «encarnó la innovación y representó lo más avanzado del pensamiento en materia de arquitectura y urbanismo de las fuerzas vivas santiagueras», más adelante continuó conformándose la fisonomía de Santiago. De hecho, aunque este maestro sobresalió, además, por realizar los primeros edificios de más de dos pisos, a pesar de los riesgos sísmicos, como nos recuerda Nancy Amparo, fue gracias a la introducción de las técnicas constructivas de prefabricación, en la etapa revolucionaria, cuando aparecieron con más fuerza inmuebles de dos niveles, en el caso de las edificaciones ejecutadas con esfuerzos propios; y de cuatro, cinco, 12 y 18 plantas, sobre todo para los edificios multifamiliares, en los ejes principales de la ciudad y en los nuevos repartos.

De ese modo terminó de delinearse un patrimonio construido que emociona por su expresividad, audacia y belleza, orgullo no solo de los santiagueros, sino también de todo un país.

De Cuba y de la humanidad

Quisieran muchas ciudades poder lucir ese patrimonio  acumulado, la riqueza monumental que distingue a Santiago, que provoca la envidia cuando muestra paisajes culturales verdaderamente excepcionales, empezando, como le gusta siempre aclarar al arquitecto Omar López, por el más importante y que dio origen al resto: el paisaje histórico urbano generado por la ciudad fundacional.

Luego aparecen asociados otros también muy significativos: el fortificado, representado por el Sitio Castillo del Morro San Pedro de la Roca; el arqueológico cafetalero del Oriente Sur; el asociativo El Cobre; el funerario del Cementerio Patrimonial Santa Ifigenia; y el arqueológico subacuático que representan los pecios resultantes del combate naval de 1898, cuando en medio de la llamada Guerra Hispano Cubano Norteamericana fue hundida la Flota del Almirante español Pascual Cervera y Topete.

«Contenedores culturales son estos paisajes; y a través de ellos se alcanza el conocimiento y disfrute de sus respectivos entornos geográficos, y la comprensión de la evolución del pensamiento y la actuación de los habitantes de la urbe», apunta el Conservador de Santiago. «Siendo como son la herencia más genuina de la cultura local, estos paisajes culturales se constituyen en patrimonio material y memoria viva de la nación cubana».

Bañado por el Mar Caribe y devenido Parque histórico cultural, el Sitio Castillo del Morro San Pedro de la Roca surgió en tiempos de la colonia como una fortificación para la defensa contra los ataques de piratas y corsarios, y para enfrentar acometidas entre imperios.

«También con vínculos tradicionales con la ciudad aparece El Cobre, un paisaje asociativo relacionado con la minería, la esclavitud y la religión. Todo cubano tiene entre sus aspiraciones culturales visitar este lugar cargado de energía positiva, donde se venera a la Virgen de la Caridad».

Para López Rodríguez, en tanto, ponerse en contacto con el Cementerio Patrimonial Santa Ifigenia es «establecer un   intercambio inusual con la historia y el arte. Museo a cielo abierto, recorrer sus laberintos entre tumbas y panteones provoca singulares apreciaciones sobre la vida y la muerte. Es este un lugar de cita espiritual con el Héroe Nacional José Martí, con grandes de la historia patria como Carlos Manuel de Céspedes, Guillermón Moncada, Flor Crombet, José Maceo, Mariana Grajales, Frank País, los jóvenes asaltantes al Moncada y muchos otros que forjaron la identidad del pueblo cubano».

Yaumara López Segrera, jefa del Grupo de Arqueología de la OCC, considera, por su parte, que el paisaje arqueológico cafetalero del Oriente Sur también jugó un papel esencial en el proceso de reconocimiento y toma de conciencia del ser santiaguero. «Impulsada por la implantación cafetalera, la ciudad, que hasta ese momento había mirado hacia el mar, comenzó a percibir las montañas como un recurso no solo económico sino también cultural e identitario.

«Todavía subsiste la huella material en las ruinas de las haciendas cafetaleras, fomentadas por los emigrados franceses en las primeras décadas del siglo XIX. Por la alta significación histórica y cultural de este paisaje existe el interés de materializar el proyecto Los Caminos del Café.

«Todo comienza con la restauración de la hacienda Fraternidad, de su jardín, de las ruinas próximas, de los caminos que relacionaban el conjunto con la ciudad, con el puerto, con el mundo. El proyecto persigue cumplir con el objetivo de lograr un desarrollo socioeconómico, sobre la base del patrimonio y de la cultura, sostenido por un turismo responsable».

Cuna de oro

Con más de 30 monumentos nacionales, dos integrados a la Lista del Patrimonio Mundial y una joya de la cultura inmaterial universal como la Tumba Francesa de la Caridad del Oriente, Santiago es, además, la cuna del son, la trova y el bolero.

Que la música cubana y la universal estén en deuda eterna con Santiago tal vez se deba al hecho de que a su Catedral llegó el presbítero Miguel Velázquez, quien trascendió como el primer músico cubano. Años más tarde, la ciudad contaría con Esteban Salas, un habanero que en los meses iniciales de 1764 ejerció como maestro de Capilla de la Catedral.

«Al igual que su antecesor, Salas involucró a los santiagueros en las ceremonias religiosas y legó una importante colección de misas, himnos, salmos y villancicos, que aún hoy se cantan. Su labor fue decisiva para el rumbo que tomaría la música cubana», opina el músico y compositor Rodulfo Vaillant, presidente de la Uneac en el territorio.

«Fue aquí donde, en las últimas décadas del siglo XVIII, tuvo lugar un gran movimiento musical con una significativa participación popular, lo cual estimuló el surgimiento de artistas y cantores espontáneos. Como guía apareció el cantautor Pepe Sánchez, seguido por Sindo Garay, Alberto Villalón, Emiliano Blez, Rosendo Ruiz (padre) y otros que sobrepasaban la veintena.

«En 1883, cogido de la mano con el movimiento trovadoresco, vino el bolero. Su creador fue el mismísimo Pepe Sánchez, padre de la trova. Pero a inicios del siglo XX, ya contábamos también con otro ritmo que vino a enriquecer el panorama musical cubano: el son, que vio la luz en las zonas suburbanas y en las calles, definiendo el gusto por el baile que tienen los cubanos. Se dice que fue Nené Manfugaz, trovador guantanamero radicado acá, quien con su tres interpretó y popularizó los primeros sones conocidos».

Mas Santiago destaca asimismo por haber sido el suelo primero que pisaron José María Heredia, el autor del Himno del desterrado, quien, a decir de Leonardo Padura, «aceleró el proceso de gestación del espíritu cubano»; el patriota Emilio Bacardí, quien se afanó por salvar reliquias de la guerra de independencia y al arte cubano, y consiguió crear, en el estertor del siglo XIX, el primer museo cubano; y Félix B. Caignet, quien escribiera la mítica radionovela El derecho de nacer...

Tierra de los carnavales más sonados de la Isla, desde que se apoderara de sus calles esta fiesta popular de tradiciones, a principios del siglo XX, aunque este jubileo haya tenido como antecedente las celebraciones y los cantos que, en tiempos de la colonia, tributaban los esclavos a sus santos, y que en el mes de julio lograban su mayor expresión alrededor de los días de Santa Cristina (24), de Santiago Apóstol, Patrón de Santiago de Cuba (25), y Santa Ana y San Joaquín (26).

Quinientos años han bastado para saber que cuando Santiago está de carnaval la vida adquiere otro sentido; se llena de alegría, música y color. Es cuando las comparsas y los paseos buscan asombrar con la gracia de imaginativas coreografías y las calles se desbordan de llamativos vestuarios, carrozas, muñecones, malabaristas, faroleros, penduleros, comidas, bebidas, quioscos de rústica madera y techo de guano...

En esa fecha todo es puro deleite. Aunque el mayor es arrollar dejándose gobernar por las congas santiagueras. Ya eso es otra cosa: el más auténtico sabor cubano. Ritmo con personalidad propia, al que hay que responder siguiendo el designio de los tambores, la campana, el quinto, la corneta china...

Así ha sido siempre desde que surgió esta tradición centenaria que los santiagueros reconocen como uno de los momentos más esperados del año. El sonido contagioso de estos instrumentos ha convidado a bailar por la ciudad. Ya dio la orden... Al carnaval de Oriente me voy/ donde mejor se puede gozar...

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