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Más amparo, menos angustias

Ante el coronavirus se extreman las medidas higiénicas en el hospital psiquiátrico de Matanzas. El avileño se relocalizó para ceder sus instalaciones a un centro de aislamiento   

Autores:

Hugo García
Luis Raúl Vázquez Muñoz

Lázaro Díaz Brindis es un hombre bajito, silencioso, laborioso, muy conocido en el Hospital Psiquiátrico Docente Provincial Antonio Guiteras Holmes. Preguntarle sobre el coronavirus parecería un conflicto intelectual, un verdadero desafío, pero no; para mi sorpresa contestó con la mayor naturalidad del mundo: «Nos lavamos las manos con hipoclorito antes del desayuno, la merienda, el almuerzo, la merienda, la comida y la merienda», nos dice sin mediar preguntas este residente que apoya en el almacén.

Al andar por sus pasillos, salas y otras áreas, apreciamos que en cada una existen frascos con hipoclorito para lavarse las manos. Por supuesto, a los inquilinos se les suministra directamente, por lógica precaución. Pacientes bien calzados y vestidos, afeitados, muestran que allí se trabaja por la calidad de la atención.

En las entregas de guardia se realiza una actualización del COVID-19 en Cuba y el mundo, y el departamento de docencia capacita a los trabajadores sobre esta enfermedad.

Ya se preparó una sala, por si aparece alguien con síntomas poder aislarlo hasta proceder con las indicaciones para estos casos. Diariamente el epidemiólogo recibe en la puerta del hospital a todas las personas y les pregunta si han tenido manifestaciones catarrales, motivo por el cual algunas han tenido que regresar a sus casas para evitar cualquier contagio.

A la viva

Al llegar a esta institución de la salud, ubicada en el Consejo Popular Guanábana, en las afueras de la ciudad de Matanzas, comprobamos que todo el colectivo está a la viva. En la puerta de entrada nos suministraron hipoclorito en las manos y antes de entrar al inmueble nos preguntaron por nuestro estado de salud.

El doctor Ángel Guillot Moreno, director del hospital y especialista en Primer Grado de Siquiatría, asegura que han fomentado una pesquisa activa diaria para conocer si hay  casos con manifestaciones catarrales, fiebre u otros síntomas, tanto a pacientes como a trabajadores y visitantes, y limitaron las visitas familiares a solo los miércoles, de 1:00 a 4:00 de la tarde, y una vez a la semana las reuniones de servicio con pacientes y familiares para explicarles lo relacionado con el estado de salud del interno y la situación actual con el coronavirus.

Este centro cuenta con 167 camas y 147 pacientes. De los 44 residentes permanentes, 14 son mujeres. Las enfermedades más frecuentes son las esquizofrenias, los deterioros del comportamiento, las dependencias y el déficit mental.

«Aquí buscamos su rehabilitación, y en el caso de los crónicos potenciar sus capacidades para que se sientan como si fuera su casa. Se les habla de la epidemia, pero no tienen percepción de riesgo de esta enfermedad, no perciben que eso puede ser un problema, aunque uno repita argumentos sobre los peligros del coronavirus y cómo evitar su transmisión», afirma el doctor Guillot.

Esta institución cuenta con una Unidad de Intervención en Crisis (UIC), dos salas para pacientes agudos, dos salas de pacientes crónicos y otra de larga estadía, así como un servicio de deshabituación de las dependencias y un área de hospitalización parcial.

Ostenta la categoría de Hospital Colectivo Moral, con resultados positivos en la labor asistencial de sus más de 300 trabajadores, entre ellos 13 especialistas, varios residentes y 50 enfermeras, a lo que se suma servicios de lavandería, peluquería, barbería, rehabilitación, atención al paciente, área de medicina natural y tradicional, servicios estomatológicos, de laboratorio y podología.

«Somos una familia», enfatiza Guillot Moreno.

Trato especial

En la UIC conversamos con Olga Mederos Failde, quien cuida a su mamá, Evangelina: «Aquí el trato es exquisito y se han tomado todo tipo de medidas para evitar el nuevo coronavirus. Es constante la higienización de las manos y la limpieza de las mesitas, sillas y camas con un paño con cloro. En verdad nos preocupa que se esparza la epidemia, pero sabemos que el país tiene control estricto y es fundamental que en las casas se adopten las medidas con seriedad», exhortó Olga.

Igualmente Marisol Espinosa Bolaño, que atiende a Reina, su mamá, comenta que las medidas de higiene funcionan y que se les han dado charlas educativas a los familiares: «El paciente aquí es guiado, no posee control de sus acciones; por eso cuando va al baño o va a ingerir algún alimento hay que estar al tanto para lavarle las manos». 

La doctora Anisleidys Alfonso Fernández, especialista de Primer Grado en Medicina General Integral (MGI) y en Siquiatría, jefa del Servicio médico de mujeres, explica que se conversa con las pacientes sobre diferentes hábitos tóxicos, como fumar, y se explica cómo evitar enfermedades respiratorias, pero recalca que lo más importante es que se habla con todos para saber el estado de salud.

«Teniendo en cuenta el tipo de pacientes, les explicamos que para evitar el catarro hay que lavarse las manos, pero hablándoles con un lenguaje que puedan entender», dice, y explica que cada día se les toman los signos vitales, y si son adultos mayores, cada ocho horas.

«Hasta ahora no tenemos a nadie con trastornos respiratorios y el personal de enfermería se encarga de limpiar bien las superficies, porque sabemos la susceptibilidad del virus ante las medidas higiénicas», resume.

Según la doctora Lázara Camaraza Arencibia, especialista de Primer Grado en Siquiatría y MGI, muchos internos son personas inteligentes que ven todos los días el televisor, se asustan y preguntan desde la angustia: «Algunos poseen mejor capacidad de discernir y en ellos nos auxiliamos para que también insistan con al resto sobre las medidas higiénicas».

En el área de lavandería, la jefa de brigada, Beatriz García, cuenta que a cada paciente se le confecciona ropa personalizada, con sus iniciales o nombres bordados en los pijamas, abrigos, pantalones y hasta en la ropa interior: «Eso es ideal para mantener la higiene».

Otra iniciativa ha sido la fabricación de nasobucos: «Hicimos 20 en una jornada y ya contamos con más de cien en el hospital», asiente la costurera Yanetsy Almaguer Velázquez, quien aprendió a cortar el molde y montarlo con un programa de la televisión. «Si hiciera falta, en un día podría hacer muchos más», se muestra optimista frente a su máquina.

Las licenciadas en Enfermería Daymarel Fuentes González y Esther Carrillo Pumariega, y la enfermera general Adelaida Alarcón Torres, coinciden en que sus pacientes son como su familia y los tratan como tal, por eso vigilan su estado de salud y emocional, para que se sientan amparados.

Una mudada histórica

En una mudada de emergencia, el Hospital Psiquiátrico de Ciego de Ávila Nguyen Van Troi hizo las maletas y se instaló al otro extremo de la ciudad por su lado este, en el conocido motel La Rueda.

«No ha sido fácil el traslado, pero había que hacerlo, explicó a JR el doctor Ismael Domínguez Batista, director del centro, al día siguiente del traslado. Todavía hay que ordenar algunas cosas, sobre todo el archivo, pero lo más importante es que estamos brindando los principales servicios y los pacientes de más cuidado están con nosotros».

El galeno nos recibe en su nueva oficina: el cuarto de una de las cabañas del recinto. Camino a esta el visitante puede notar los cambios que se han hecho o se están realizando. La piscina, por ejemplo, fue cercada por completo y no tiene agua. En la carpeta del motel se aglomeran expedientes, mantas y otros paquetes. A todas luces, por el momento, ya no será recibidor de huéspedes, sino un pequeño almacén.

Adaptarse al cambio

La decisión de mudar a este centro especializado se tomó en la provincia al valorar las instalaciones que podían acoger un centro de aislamiento. El inmueble del Nguyen Van Troi reunía una serie de facilidades para ese fin: está alejado de la ciudad y tiene salas amplias y consultorios, entre otras facilidades que permiten atender a pacientes sospechosos de haber contraído la COVID-19.

El motel La Rueda, por su parte, podía funcionar como Siquiátrico suplemente: relativamente aislado, en un ambiente de campo, tranquilo, sin ruido. Solo que se debía acondicionar. Y a la carrera. En 24 horas. Por eso las primeras medidas fueron tapar los tomacorrientes y los ventanales de vidrio para impedir accidentes. También mejorar la cerca perimetral y cerrar otras áreas que podían significar un riesgo. La piscina era una de esas.

En cuanto al servicio, también se tomaron decisiones emergentes. Los pacientes en mejor estado que no requerían mayor seguimiento fueron dados de alta y enviados a sus hogares. La consulta de desintoxicación para enfermos de alcoholismo no funciona por el momento: Entrará en servicio en la medida en que se organicen los locales. También se crearon condiciones para aislar a cualquier paciente que muestre síntomas respiratorios sospechosos.

En un costado del motel-hospital hay un grupo de trabajadores dialogando con internos. Para La Rueda fueron los 40 pacientes de larga duración, que estarán distribuidos en las cabañas.

«La necesidad de personal aumentó», explica Danger Lezcano Díaz y lo reafirma José Alberto Ramos Díaz. Ambos son asistentes del hospital y su función es trabajar directamente con los enfermos—. «Antes dos de nosotros atendíamos una sala con 20 pacientes; ahora hay que ubicar uno por cabaña. Es posible que tenga solamente un paciente, pero no debe estar solo».

A esa prioridad de incrementar la plantilla se le da seguimiento por las autoridades de la provincia. De hecho fue uno de los primeros temas analizados en el Grupo Temporal que coordina el enfrentamiento a la COVID-19 en Ciego de Ávila: contratar a más asistentes y más custodios.

En un banco de las áreas externas, la enfermera Milka Díaz Lezcano (quien realiza funciones de supervisora) revisa documentos. De hablar pausado, la especialista atiende en un tono casi maternal a un paciente que se le acerca: él quiere estar solo en una cabaña para hacer «las cosas debidas», le pide y ella sonríe.

«Ellos también se están adaptando —reflexiona—. Lo más importante es que están en un lugar que no es precisamente un hospital; pero igual van a estar seguros y atendidos».

El doctor Ismael, por su parte, camina entre los pasillos del motel. «Todavía tengo que aprenderme estos trillos —dice—. A veces cojo por uno y termino en el lado que no es».

Dos pacientes se le acercan, él les pone la mano en el hombro y conversan en tono jocoso. El doctor dice: «Yo sé que tú me vas a cumplir, ¿no es así?» «Sí, médico, sí —dice uno de ellos, hombre fuerte, pelado bajito—. Yo le cumplo».

Sigue su camino con paso ágil a pesar de su corpulencia. «Doctor, ¿no extraña el hospital?», le preguntamos. «Claro —dice sin aflojar el paso, hasta que se detiene e introduce una mano en el bolsillo de la bata—. Nuestro sentido de pertenencia es grande. Pero para lo que está ahora, hace mucha falta».

Encoge los hombros y antes de retomar el camino asegura: «Acuérdese de una cosa: ahí se va a luchar. Ahí se va a hacer historia».

Los pacientes son tratados con mucho amor por un personal profesional calificado.Foto:Hugo García.

La costurera Yanetsy aprendió a fabricar los nasobucos.Foto:Hugo García.

 

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