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Salvando el amor: Dayhan, de la entrega a la despedida (+ Fotos y Video)

El doctor cubano Dayhan Jiménez Donaire, integrante del primer grupo de trabajo que atendió a los enfermos de Covid-19 en el hospital de campaña en Crema, Lombardía, fue despedido con honores por el pueblo y las autoridades italianas, mas él insiste en que sus aplausos son para los colegas que batallan en Cuba

Autor:

Liudmila Peña Herrera

El sonido es intenso, cada vez más urgente. Las luces se acercan al hospital, en medio de la noche. ¡El primer paciente! Ya lo están ayudando a bajar de la ambulancia. El doctor Dayhan mira al «profe Quiñones», como buscando en sus ojos la seguridad de que todo saldrá bien. Al doctor Oliva también. Todos se miran, animando al otro. Transcurren apenas instantes y ya están prestándole asistencia, cumpliendo con todo el protocolo italiano dispuesto para tales casos. Es la primera jornada de trabajo de la Brigada Henry Reeve en el hospital de campaña de Crema, Lombardía.  

Casi dos meses después, el doctor Dayhan Jiménez Donaire es otro: mucho más experimentado y aún más humano. Ahora sin escafandra ni careta facial, camina rumbo a la Plaza de Domo junto a sus colegas. A su paso estallan los aplausos. El pueblo de Crema sale a las calles, a las puertas, a los balcones, a la propia plaza, a gritarles de nuevo ese icónico «grazie, Cuba» que traerá de regreso a su tierra ese grupo de corajudos, como la mejor de las medallas.

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Todavía resuenan en su memoria los aplausos y las campanadas de la torre de la Catedral del Duomo. Todavía las emociones del doctor Dayhan están a flor de piel. Las historias que él y sus colegas protagonizaron durante dos meses en suelo lombardo son el testimonio épico de una ofensiva declarada a la covid-19 en favor de la vida.

Mucho habrá de recordar después, porque ahora, recién comenzado el periodo de cuarentena y todavía en tierra italiana, sabe que de Lombardía no solo se llevará el crecimiento humano y profesional, sino también el cariño de los pacientes recuperados.

«Muchas historias nos han marcado. Recuerdo la de Evelina, una abuelita de más de 70 años que había perdido a su esposo y a uno de sus hijos a causa de la pandemia. Delante de cámara dijo que los cubanos nos habíamos convertido en sus ángeles guardianes. Y también me conmueve mucho el pequeño Alexandre, un niño de apenas tres años que cada tarde salía con sus padres, vestido con una bata de médico y con estetoscopio al cuello, a saludar a nuestra caravana. Nos llena el corazón de satisfacción saber que el pueblo italiano está agradecido, y que el tiempo acá y los riesgos que hemos corrido no han sido en vano», confiesa el doctor Dayhan.

Este joven de 29 años de edad, especialista de 1er grado en Medicina General Integral y residente de 2do año de Cirugía General en el Hospital Naval, de La Habana, asegura que no sintió temor cuando el director del hospital lo llamó por teléfono para comunicarle que había sido seleccionado para combatir la Covid-19 fuera de Cuba: 

«No tuve ninguna duda. Sabía que estaba preparado y que ayudaría a personas necesitadas en cualquier lugar del mundo. Para eso escogí esta profesión, para eso me preparo cada día».

Sin embargo, no niega que cuando escuchó el nombre del destino, lo asaltó la preocupación por las responsabilidades crecientes de su esposa, Daimelis Llerena García, y su hijo Sergio, de apenas quince meses. Pero eso no lo detendría pues, como él mismo asegura, su familia siempre le ha brindado «un apoyo incondicional, porque saben cómo soy: en Italia, en Cuba o donde fuera, yo iba a estar combatiendo la pandemia. Claro que extraño a mi esposa y a mi pequeño. Cada día que estoy lejos me pierdo pasos importantes en su desarrollo, y esas experiencias no se repiten; pero estoy consciente de que, en el futuro, sentirá orgullo de su padre».

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A través del chat de Messenger le pregunto si ha cambiado su visión sobre la Covid-19 luego de dos meses de enfrentarla y él dice que no, que «realmente es difícil cambiar la forma de ver una enfermedad que ha causado tantas muertes. Claro, los nervios iniciales han ido desapareciendo».

Entonces habla sobre los momentos más complejos, esos que a los médicos calan profundo:

«Ser testigos del sufrimiento de las personas afectadas es duro. Muchas de ellas, además, habían perdido seres queridos a causa de la pandemia. Ver la tristeza y el miedo en sus rostros me daba una sensación difícil de describir.

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«Me conmovió mucho la historia de Anttini, un paciente de más de 60 años con antecedentes psiquiátricos, con su madre octogenaria como única familia. Ambos estaban internados, y mientras él mejoraba de forma notable, el estado de ella empeoraba con los días. Tuvo que ir a la terapia. Él fue dado de alta y trasladado al asilo donde vivían. En una segunda etapa, el señor regresó a nosotros, y en uno de sus escasos momentos de lucidez nos comentó de la muerte de su  madre, y nos expresó el dolor por no haber estado a su lado en los momentos finales de su vida. Solo nos quedó el consuelo de su recuperación y su sonrisa de gratitud ante el alta médica», rememora Dayhan, quien narra cómo tuvieron que enfrentarse a cada obstáculo que aparecía mientras desempeñaban su labor:

«Cuando logramos adaptarnos al clima frío, cuando con esfuerzos y estudio superamos la barrera idiomática, cuando logramos establecer comunicación con la familia, entonces nos llegó una preocupación mayor: la pandemia afectaba nuestro territorio nacional. Eso complicaba más las cosas, porque realmente nos crecían las preocupaciones».

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- ¿Cómo asumiste la posibilidad real del contagio?

- El riesgo de contagio está presente siempre, es algo que viene con la profesión. En este caso, uno solo que enfermara constituía un riesgo para la Brigada, sin contar con que causaría estragos en el plano emocional de todos. Pero nos hemos cuidado los unos a los otros como una familia. Hemos cumplido con todas las medidas necesarias tanto en el trabajo como fuera de él.

- ¿Qué constituyó aliento y fortaleza durante estos dos meses?

- En medio de todo esto, siempre encontramos razones para seguir adelante. Pienso mucho en mis padres, en mi esposa y en mi bebé. Han sido motivación suficiente para seguir en pie y luchando. Además, saber a mis colegas batallando en nuestros hospitales en Cuba, y en especial a los míos, los del Naval —que son mis hermanos—, me ha llenado de fuerzas. Ellos, que no sólo se preocupan por mí, sino también por mi familia, son mis héroes. Para ellos van mi admiración y mis aplausos. 

- ¿Cuánto has crecido profesionalmente con esta experiencia?

- Aquí hemos vivido una experiencia de hermandad muy bonita que nos ha ayudado a rescatar algunas de las habilidades que no usábamos en nuestra práctica cotidiana, pues desde un inicio comenzamos a desarrollar algunos procederes sencillos para ayudar a los enfermeros. Entre ellos, la canalización de venas periféricas, la colocación de sondas vesicales o la punción arterial para la realización de la gasometría. También es importante destacar nuestra interacción continua con el personal de salud italiano, que nos permitió adaptarnos de forma rápida a sus protocolos y a su metodología de trabajo, tanto en el seguimiento de los pacientes como en el manejo de la terapéutica.

- ¿Qué imagen te llevarás grabada del día de la despedida?

- La plaza, las personas con banderas, las campanas doblando a la vez como homenaje, muchos reconocimientos, los agradecimientos a la brigada y el cariño del pueblo italiano. Fuimos caminando desde el hotel hasta la plaza y todo el camino fue con el pueblo aplaudiendo y gritando «¡gracias, Cuba!» Esa es la imagen que me llevo.

Fotos: Cortesía del entrevistado

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