Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Una joya llamada Ramona de Saá

Con fragmentos de esta entrevista publicada en nuestro diario, el 9 de abril de 2006, rendimos homenaje a una de las fundadoras del Ballet Nacional de Cuba y una de las figuras más notables de la pedagogía de la danza en el mundo contemporáneo, quien falleciera en la madrugada de este miércoles

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

El salón luce grande. Inmenso. Tanto, que quizá la música de Riccardo Drigo no alcance las altas paredes de color beige. Ningún adorno, excepto un reloj, roba la atención. En el fondo, un gigantesco espejo descubre la imponente barra, la alfombra verde botella que protege el cuidado tabloncillo, y a dos alumnos de ballet junto a su orgullosa profesora Ramona de Saá, quien calza zapatos de tacón alto, pulóver azul y una pantaloneta que, además de combinar perfectamente, le brinda la libertad de movimientos que necesita, porque ella, flamante Premio Nacional de la Danza 2006, va a bailar.

Cheri, como la llaman quienes la quieren (que son muchos), se sienta en una esquina, cerca del equipo reproductor que regalará la conocida melodía de Drigo, utilizada para el pas de deux de El Corsario, una de las coreografías con las que Annie Ruiz y Yonah Acosta, estudiantes de tercer y segundo año de nivel medio de la Escuela Nacional de Ballet (ENB), representarán a Cuba en el 9no. Concurso Internacional para Estudiantes de Ballet. A una orden suya, la música arranca, y Annie y Yonah comienzan a mostrar por qué los bailarines cubanos son tan aclamados en el mundo.

La entrada

Los primeros acordes de El Corsario flotan en el aire. Yonah se presenta ante un público imaginario, y unos segundos después Annie se desplaza como una princesa hacia su lado. Ramona, con sus piernas entrecruzadas, mueve su cabeza al compás de la melodía, mientras con su mano derecha dibuja un perfecto arco como si invitara a danzar; la otra descansa femeninamente sobre su hombro.

«Tenía 11 años y estudiaba en la Escuela pública No. 16, cuando llegó una convocatoria de la Academia Alicia Alonso. La profesora que estaba a cargo de Educación Artística habló con mi mamá para que nos presentáramos a las audiciones mi hermana Margarita y yo, y así lo hicimos», me cuenta Cheri, sin perder de vista a sus muchachos. «Yo pasé
primero, pero, cuando le correspondió el turno a mi hermana, Fernando Alonso se sorprendió: “¿Tú otra vez? Ya yo te vi.” Tuve que explicarle que éramos gemelas. No niego que teníamos condiciones, mas estoy convencida de que eso le llamó mucho la atención.

«Contábamos con 14 años cuando hicimos nuestra primera gira artística. Viajamos a Sudamérica: Argentina, Brasil, Chile… Fue una experiencia inolvidable. El Ballet Alicia Alonso entonces estaba integrado por 35 bailarines. Como éramos muy jovencitas nos convertimos en las mascotas del grupo, en las hijas de Alicia y Fernando, quienes no solo nos enseñaron a bailar, sino que nos formaron para la vida. Es más, primero consultábamos cualquier cosa con ellos que con nuestros padres. Vivíamos obsesionados por hacer horas extras, trabajar más, recibir más clases. Era verdaderamente apasionante».

—¿Y empezaron inmediatamente a bailar?

—Nosotros tuvimos una formación muy fuerte. Al inicio veníamos a la Academia tres veces por semana. Luego, a medida que avanzábamos en los niveles, aumentaban las frecuencias, hasta que llegó el momento en que teníamos ocupada toda la semana. Tanto Alicia como Fernando soñaban con crear una compañía netamente cubana. Pero en los inicios, Alicia invitaba a bailarines extranjeros.

«Fíjate cómo era, que cada día de la gira se bailaba un ballet diferente: El lago de los cisnes, Giselle, Coppelia, La fille mal gardée… Y el peso caía sobre las espaldas de Alicia. Ese sello, su entrega absoluta en el salón y el escenario, ha sido un ejemplo que nos ha acompañado siempre, y tuvo en nosotros una influencia impresionante, algo que trato de inculcar a las nuevas generaciones. Bueno, regresando al principio, aunque empezamos a bailar antes, nos graduamos en el año 1956».

Adagio y variaciones

Annie y Yonah sudan copiosamente. La coreografía ha sido pasada más de una vez. Sus cuerpos esbeltos y armoniosos se agitan, pero se ven frescos, seguramente porque apenas han traspasado los 15 años. Quien no tenga el ojo tan entrenado como Ramona, pudiera asegurar que la interpretación se acerca a la perfección. Pero Cheri exige más.

—Usted llegó a la categoría de solista, pero su carrera se detuvo en pleno ascenso…

—Sucedió que se me presentó un problema con el menisco de la rodilla mientras hacía una variación de La Bella Durmiente, que es muy compleja. Fernando tuvo que sacarme del escenario, porque no podía dar ni un paso. Hice varios tratamientos y me recuperé. De hecho, estuve siete meses por los países socialistas. Incluso, en China me aplicaron un tratamiento de acupuntura, con el que pude seguir bailando unos años más. Pensé que era mágico porque resistí, y resistí bailando.

«Después me casé, quedé embarazada, aunque seguí danzando hasta casi dar a luz a mi primer bebé. Y eso, al parecer, me resintió. Un día, tratando de abrir la ventanilla de una guagua, me volvió a ocurrir. El doctor que me atendía me aconsejó una operación, pero no quería un tajazo en la rodilla. Entonces, el Maestro empezó a darme tareas en la ENB, y yo me fui involucrando de tal manera que en 1967 me propuso la dirección».

—¿Fue muy duro abandonar su sueño?

—No tanto, porque desde el principio se nos inculcó que si bailar era importante, enseñar no lo era menos. Cuando Alicia y Fernando fueron por primera vez a la Unión Soviética, la Academia quedó prácticamente en manos de unas cinco o seis muchachitas. Por aquel tiempo, Batista le quitó el subsidio al ballet, pero Fernando y Alicia planificaban funciones y nos mantenían activas bailando para que el
inevitable cambio no nos sorprendiera cruzados de brazos. Y esa fue una decisión muy acertada, porque nos dio la posibilidad de aprender a enseñar, que es una tarea muy compleja.

«Desde un principio adoré enseñar, me vi realizada en los estudiantes que iba graduando. Y no, no fue ningún trauma dejar la escena. Más difícil fue compartir la enseñanza con la crianza de las niñas (tuve dos) y todo lo demás, pues me entregué mañana, tarde y noche a lo que hacía. Prácticamente mis hijas iban conmigo a todos lados. Hoy son muy buenas maestras de ballet. En fin, esta parte de mi vida ha sido tan hermosa e intensa como la otra».

La coda

Cuando la entrevisté, Ramona de Saá podía estar disfrutando plácidamente por saberse la figura más importante de la danza en la Isla este año junto a Santiago Alfonso, pero prefirió el ajetreo diario, máxime cuando el plantel que conduce es sede del 13er. Encuentro Internacional de Academias para la Enseñanza de Ballet. Pero ella no podría pegar tranquila la cabeza en la almohada, si no logra perfilar cada detalle del baile de sus queridos muchachos.

—¿Trece horas diarias en la Escuela no la distancian mucho del hogar, de su familia?

—Cuando se trasladó la ENB para este magnífico edificio, el Comandante en Jefe nos pidió que la dirigiéramos, y no podía negarme, aunque ya no éramos tan jóvenes. Es más, conmigo sucedió algo mágico: yo perdí repentinamente a mi esposo un 1ro. de marzo y los Talleres Vocacionales de Ballet abrieron dos días después… Vine a la inauguración, y al poco tiempo me incorporé de lleno a mis tareas, lo cual ha sido una inyección vital, porque fueron 40 años de un matrimonio muy unido, aunque hacíamos actividades muy diferentes —quizá por eso duramos tanto, porque cada encuentro era una luna de miel—. Sin duda, estar con mis muchachos me ayudó a enfrentar la pérdida. Es verdad que a veces no pudimos estar todo el tiempo que quisimos con la familia, pero no por eso dejé de atender a los míos, de mimarlos, de quererlos.

—Profesora y bailarina, y ha obtenido los premios más significativos que reconocen ambas profesiones en Cuba…

—El día que me otorgaron el Premio Nacional de la Danza yo estaba en el salón. La noticia me llegó dando clases. La alegría más grande me la dieron mis alumnos y mis compañeros. Fue muy emocionante. Ya antes me habían entregado el Nacional de Enseñanza Artística. Me siento muy feliz, pero también más comprometida. Son premios que dedico a mis alumnos y profesores de ballet de todo el país, que son mi razón de ser. ¿Qué más puedo pedir? El hecho de que me consideren la quinta joya del BNC es como estar en el cielo.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.