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La universalidad de mi aldea es inmensa

El versátil pianista y compositor Ernesto Oliva, con una sólida formación académica y un fuerte arraigo por su natal Guantánamo, hace trascender los géneros autóctonos de su tierra y de su país en constante experimentación con la música de concierto

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Josué Oliva y Rosa Figueredo no se equivocaron. En aquel momento, su hijo Ernesto no lo entendía, y es lógico. ¿Cuántos niños pueden saber, a sus siete años de edad, a qué desean, realmente, dedicar su vida? Piano, dijeron ellos. Dibujar, pensaba él, y si de música se trataba, batería en todo caso. Pero sus padres fueron sabios, y viendo sus cualidades, a aquel maestro le dijeron: Él sí quiere estudiar piano. 

De cantar en coros, participar en actividades y acompañar a su padre trovador, ya sabía el pequeño Ernesto. Entonces, como un juego, comenzó a estudiar piano. Ningún niño puede asumir con absoluta seriedad los estudios musicales, al menos no al principio.

Después sí, y ha sido una dicha hasta ahora. «Cada cual lleva un artista por dentro, cada cual vive sus procesos creativos de una u otra forma, y, según cómo y con quién se relaciona, va transitando por ese camino que lleva dentro. Tal vez no llegue a ser el gran artista del momento, pero, ¿quién sabe?, puede que sea benefactor de un gran teatro o de una compañía, y nada del arte le será ajeno porque sentirá por sus venas lo que requiere un gestor cultural o una persona que asuma un rol de decisión importante para el arte en algún lugar. Siempre le será útil lo aprendido».

El pequeño Ernesto, aún no muy convencido de su talento para el piano, asistía a clases con la esperanza de cambiarse para batería, e incluso hizo las pruebas para ese instrumento y para el saxofón. 

«Sin embargo, todo cambió cuando conocí a mi profesor Francisco Gardner. Me enseñó música, pero también me enseñó a cocinar, a reparar ventiladores, a arreglar mi bicicleta, a ser el hermano de sus hijos. No quería que solo me dedicara a tocar piano, creo que me preparó para la vida. Me apoyó en todo, pero me instaba a forjar mi individualidad, y eso también se lo agradezco.  

«El régimen de estudios era duro. Siete u ocho horas diarias y en una libreta el maestro me presentaba las opciones, es decir, el posible resultado que podía tener si estudiaba esa cantidad de horas o no. Sigo esa teoría de aprendizaje con mis alumnos porque es bueno que uno sea capaz de discernir hasta dónde quiere llegar y el esfuerzo que debe hacer para lograrlo».

Luego de recibir el premio Musicalia en tres oportunidades,
decidió cambiarse a la carrera de Composición, pues ya se sentía seducido por las clases del maestro Juan Piñera. Fue un cambio importante en su formación, necesario ante sus inquietudes de encontrar otras formas de sentir y ofrecer la música.

«Tampoco puedo dejar de mencionar a mi maestro Cecilio Gómez y a Jorge Luis Pacheco, quien no fue mi instructor directo, pero sí estuvo en otra parte importante de mi construcción artística en escena».

Inmerso en los últimos detalles en la posproducción de su DVD De regreso a la aldea, Ernesto Oliva nos adelanta que será presentado en el próximo Festival Internacional Jazz Plaza junto a la Camerata Romeu. Los antecedentes están en su álbum Mi aldea, y por supuesto, en todo lo que ha trabajado durante su trayectoria artística.

«Sinco… pa’ Changüisa es un disco resultado de la beca Conmutaciones de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) que, en coordinación con el Instituto Cubano de la Música y el Sello discográfico Producciones Colibrí, potencia y promueve la joven vanguardia de la música académica en Cuba. La protagonista fue la pianista Lianne Vega. Es un disco a piano solo, con obras mías, de los dos libros de la Suite Sinco… pa’ Changüisa, que estuvo nominado en Cubadisco 2019.

«Después llegó Mi Aldea, también como resultado de una beca de la AHS, la Ignacio Villa, que promueve el trabajo dentro de la música popular. Es un homenaje a mi tierra natal, a Guantánamo, al tesoro musical de esa zona del país, y además es un tributo al poeta Regino Eladio Boti, también guantanamero. 

«En el formato está el piano, el contrabajo y dos sets de percusión con una función colorística, digamos. Me acompañaron Olivia Rodríguez en el contrabajo, los percusionistas Alejandro Aguiar, Natali de la Caridad Chongo, Tania Haase en la voz, Camilo Moreira en el coro y como invitados la Orquesta del Lyceum de la Habana, el trompetista Mayquel González y la violinista Laura Esther Riverol. 

«Este álbum, bajo el sello Egrem y con nominaciones en Cubadisco 20-21, fue también producido musicalmente por Dennis Peralta, pianista y compositor, y la ingeniería de sonido estuvo a cargo de Tony Carreras. 

«Mi Aldea fue de esos discos que sufrió el proceso de la pandemia, por lo que no pudo tener el impacto directo en su momento. Cuando empecé a lanzar el disco, ya yo sentía que era un fonograma viejo, es decir, ya yo estaba en otro momento creativo. 

«Entonces lanzamos el disco en el teatro del Museo Nacional de Bellas Artes, y empezamos a tener algunos espacios en algunos bares y clubes nocturnos, y se fue transformando el concierto tradicional de tocar las obras y explicarlas. Ganamos con la interacción con el público, dando así un concierto diferente, donde de alguna forma las personas del público cantaban con nosotros, se sentaban a tocar con nosotros, y así ha fluido el proceso en tanto resultado híbrido entre la música de concierto y la música popular. 

«Es algo que me gusta resaltar porque, en definitiva, hoy en día muchísimas de las músicas populares que se dieron en siglos pasados se ven como algo muy clásico, y en aquellos momentos fueron músicas populares y folclóricas, y así también pasa en nuestro país. Ha sucedido con el jazz, con el tango, con la samba, con el danzón y con el son, pero no había sucedido con el changüí en el ámbito de la música de concierto, me refiero. ¿Cómo reflejar el contrabajo en este género autóctono de mi tierra, qué semejanzas posee con la marímbula, que es la que lleva el sostén armónico, cómo el piano lleva también la función del tres? Esto no lo estoy inventando, Lilí Martínez ya venía trabajándolo, y sabemos que
revolucionó el tumba´o que conocemos hoy desde el piano en la música popular, y está también el contrabajista Yelsy Heredia trabajándolo».  

—Lo difícil es que la música cubana se escribe de una forma y se toca de otra.

—Así es. Entonces hay que tener un feeling incapaz de describir, genuino. Eso es lo que explica que un japonés, por ejemplo, pueda leer y tocar una pieza cubana de manera fiel según la partitura, pero no hacerlo como lo hace un cubano. Lo percibo cuando escribo para músicos extranjeros, con los que desarrollo algún proyecto. Es difícil, como lo ha sido para nosotros aprender a tocar a Beethoven o a Mozart, pero hay que hacerlo, y hacerlo bien. 

—¿Qué propones con el DVD De regreso a la aldea?

—El proyecto, apoyado por el Fondo de Arte Joven, amplía la visión artística más allá de mi cuarteto La aldea, gracias a la participación de la Camerata Romeu. Se grabó en los Estudios Abdala, al igual que Mi aldea, y la sonoridad es la propia de una grabación en vivo. Fue realizado por Mayra María García y con la Ingeniería de Sonido de Daniel Legón.

«Es la música de mi Guantánamo querido unida a la música de concierto, la razón de su existencia. Los temas son, además del que titula el DVD, Café Changuiao, Sonengueao, Interludio: «...y tu lluvia», Son del guateque, Chipa´e tren, Kiribañingo, Pa´ti, Pa´Pastorita, ¿un guarareaux? y ¿Cañenga? Estamos también trabajando para ofrecer un concierto hermoso en enero, así que espero que el público disfrute y se conecte con mi música.

Ernesto Oliva accedió a esta conversación poco tiempo antes de viajar al rencuentro con amigos y proyectos musicales importantes en su vida, como el que sostiene con la cornista Sara Willis, integrante de la Orquesta Filarmónica de Berlín, con quien trabajó como compositor, junto a otros cubanos, en el CD–DVD Mozart y Mambo II, Cuban Dances, junto a la orquesta del Lyceum de La Habana, dirigida por José Antonio Méndez. Ratifica, con certeza, «que la universalidad de mi “aldea” es inmensa».

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