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Igualan otra vez Carlsen y Anand

Anand, defensor del título, jugó con piezas blancas y optó por una apertura española Ruy López y Carlsen, líder del ranking mundial, empleó la defensa berlinesa para firmar las tablas después de 64 movimientos

Autor:

Abdul Nasser Thabet

Ya algunos se están hastiando, pero ahora es que la cosa se pone buena. Solo tablas, sí. Ya van cuatro contando la del miércoles, y aunque uno flojea mientras el otro afloja —alternando los papeles según el grado de estrés— la estrategia del retador Magnus Carlsen (2870 puntos Elo) puede que empiece a dar resultado. Resulta que el campeón defensor, Viswanathan Anand (2775), tiene 43 años, y como el tiempo no pasa por gusto, su contraparte en este Campeonato Mundial apela a esos frescos 22 inviernos vividos para desgastar a un Tigre ya corroído por mil batallas, y puede que hasta cansado de tanto reinar.

El armisticio más reciente llegó tras seis horas de pulso en las que Anand condujo las piezas blancas por los caminos de una apertura Española, parapetada desde el bando negro por una efectiva defensa berlinesa, y finiquitada tras 64 golpes de neuronas.

El planteamiento psicológico del jovencito escandinavo estuvo bien claro, a fin de cuentas el indio «solo» le dobla la edad: provocar luchas largas y tediosas que minen la resistencia del monarca, sabiendo incluso que este ha cuidado muchísimo su preparación física, al punto de bajar seis kilogramos en tres meses debido a su disciplina «tocando el metal» —como diría mi colega José Luis López— dos horas al día en un gimnasio.

Este famoso Muro de Berlín —a veces emparentado con Morfeo— fue el arma de aguante con que el ruso Vladimir Kramnik destronó a su mítico compatriota y maestro Gari Kaspárov en 2000, cuya idea estratégica de fondo recuerda a los candados más radicales del catenaccio futbolístico.

Viswanathan apostó por la iniciativa a toda costa. En cambio, Carlsen, hijo orgulloso de la era computarizada y los cerebros de silicio, confió en la ventaja material y el cálculo milimétrico.

Entonces, el aspirante se apretó los pantalones, prendió su microprocesador interno  —como si tuviera un chip implantado en el lóbulo frontal—, ganó un peón, luego otro, y por poco firma el primer triunfo. Solo se lo impidió Caissa, encaprichada con la presión del reloj, obligándolo a cometer una imprecisión cerca del control de tiempo sobre el lance 40, justo antes de que se agotaran las dos horas pactadas para cada parte  en esa cantidad de movimientos.

Aun así, el niño maravilla siguió desgastando a su rival 120 minutos más, hasta llegado el momento en que retrasar la paridad hubiera sido un acto ofensivo a la inteligencia más elemental.

«Me he visto perdido, y he tenido algo de suerte al contar con jugadas fáciles de ver cuando estaba apurado de tiempo», declaró Anand, conclusión que no compartió Magnus al elogiar al asiático y asegurar que no había visto ninguna continuación ganadora concreta. Cosas que pasan, habrá que seguir esperando.

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