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Príncipe de América, Rey del mundo

El cubano Jorge Felimón se coronó campeón en Kielce, y fue el único latinoamericano que subió a lo más alto del podio

Autor:

Luis Autié Cantón

Jorge Felimón ganó. Incluso cuando muchos pensaron que la colina estaría demasiado elevada para coronarla, Felimón la venció. Único en su clase, último reducto cubano en la lucha por conseguir un título que apaciguara la ardentía que dejó el paso de los nuestros por el Campeonato Mundial Juvenil de Boxeo en Kierce, Polonia.

El crucero dio el primer paso para convertirse en una figura reconocida del boxeo cubano, y lo hizo encerrado entre cuatro esquinas frente al púgil local Jakub Straszewski. En el primer asalto sobrevolaron el encerado los fantasmas de tantas y tantas peleas perdidas por decisiones más cercanas al apego geográfico que al desempeño técnico. Tres jueces vieron ganador al polaco.

No obstante, Felimón eliminó a golpes cualquier ventaja local, al punto que sus puños, hechos ventisca, obligaron a Straszewski a recibir dos conteos de protección en el asalto intermedio. Esos son los momentos definitivos. Los momentos en los cuales un boxeador ve como el ring se le tambalea de un lado a otro, y distingue la figura borrosa de la mano arbitral mostrando un dedo, luego dos, tres…

Ahí se echan a correr, despavoridas, las esperanzas de uno. Y también cogen aire las del otro, sabedor de que la paliza a su contrario no es solamente física, sino también mental. En el segundo asalto, sin una raspa de duda, Felimón era «medio» campeón mundial.

El cubano, de ese momento en adelante, se transformó en un martillo pilón que terminó el combate con conteo completo de 5-0. Única medalla de oro cubana en Kielce. La única, pero nos hace feliz. Nuestra delegación quedó alejada de los puestos cimeros de la competencia, en el sector masculino, dominado por Rusia, Kazajistán y Uzbekiztán. De esta forma, además, Felimón «salvó» la honra de Latinoamérica en el torneo, pues fue el único representante del continente que logró subir a lo más alto del podio. Pasó lo mismo hace tres años en Budapest, Hungría, cuando un cubano fue el único ganador por nuestra región.

Por otro lado, me pregunto, querido lector, lo que hubiera podido suceder en caso de que Cuba hubiera tenido también representación femenina. Ya es hora, no me canso de decirlo, de conformar una escuadra de muchachas. Las hay. Buenas, además. Me parece poco inteligente regalar —sí, perder por no presentación me parece un regalo— diez medallas por el simple hecho de que en nuestro país no se valore el boxeo como un deporte inclusivo. Es hora. Nuestro movimiento atlético lo necesita.

 

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