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El amor ha muerto; ahora es un algoritmo

En estos días se escribió mucho —desde la ciencia— sobre el amor. Digamos que se renovó el catálogo de su «biología». Algunas cosas ya se sabían; en otras, se profundiza

Autor:

René Tamayo León

Hay fechas universales. Días que se celebran en casi todo el mundo. El de los enamorados o San Valentín es uno. Ya pasó. Pero es que cada uno genera una cantidad tal de información —desde la seria a la especulativa, desde la broma a la tontería— que a veces es un crimen pasarla por alto. O guardarla para «refritarla» el año que viene, según el argot periodístico.

No importa que el tema ya sea Bohemia vieja. Diré en su defensa que el Día del Amor es todos los días. ¡Algunos comentarán que estoy hablando boberías! Y es verdad. Es el estado natural de un colega cercano, devoto y cultivador de crónicas cursis (y es que hay cosas que se te pegan de los amigos)...

Mas, vayamos al asunto. En estos días se escribió mucho —desde la ciencia— al respecto. Digamos que se renovó el catálogo de la «biología del amor».

Algunas cosas ya se sabían; en otras, ahora se profundiza.

El estudio científico más reciente y consultado sobre la actividad cerebral relacionada con el amor es La neuroimagen del amor. Fue elaborado por tres universidades primermundistas: las de Siracuse y Virginia, EE.UU., y la de Ginebra, Suiza.

Se publicó en octubre de 2010, en la revista Journal of Sexual Medicine. La revista mexicana Crónica hizo su reseña.

La primera conclusión de esta pesquisa fue que el enamoramiento es un proceso químico que impacta al cerebro en una quinta parte de segundo y provoca un aumento en sangre de los niveles de la molécula Factor de Crecimiento de Nervios, fundamental en los procesos químicos que ocurren en las personas cuando ingresan a nuevos grupos. (Es decir, el «amor a primera vista» existe).

Este tipo de relación también provoca un sentimiento eufórico alto. El antecedente de esta tesis está en las investigaciones de los doctores Donald Klein y Michael Lebowitz, del Hospital Psiquiátrico de Nueva York. Ellos verificaron que actos aparentemente insignificantes entre dos personas que se atraen provocan descargas de grandes cantidades de un neuroquímico llamado feniletilamina. («El amor es una droga»).

La investigación también señala que este sentimiento provoca algunas fallas o distorsiones en áreas del cerebro relacionadas con la percepción cerebral, tanto en el circuito de neuronas que se activa cuando se usan metáforas del lenguaje como en el que participa en la transmisión de imágenes del ojo al cerebro cuando se crean imágenes mentales a través de palabras. Según la líder del estudio en EE.UU., la neuróloga Stephanie Ortigue, esto puede dar muchas pistas sobre por qué una persona enamorada percibe a su pareja mucho más atractiva, interesante e inteligente que los demás. («El amor es ciego»).

Y un hallazgo agregado: cuando se activan algunas partes del cerebro relacionadas con el sentimiento amoroso, se producen señales que estimulan movimientos en el corazón y el estómago; es decir, el conocido efecto «mariposas en el estómago».

Otro estudio de expertos holandeses, publicado originalmente en la revista Psychological Science, comprobó que el ritmo cardiaco puede alterarse de manera muy marcada luego de una ruptura. O sea, el corazón responde al desamor. («Corazón partido»).

Cupido es una molécula

Además de las novedades que confirman que Cupido, al final, es una molécula, un hijo de la química y la biología, por estos días de celebraciones de San Valentín también se ha acudido a los estudios clásicos, como el de la antropóloga Helen Fischer, de la Universidad de Rutgers, Nueva Jersey, EE.UU.

Según la erudita, existen tres procesos cerebrales distintos que definen tres tipos de relación en el devenir amoroso.

El primero es el impulso sexual, regulado por la testosterona. El segundo, el amor romántico (el enamoramiento), que dura año y medio y está dominado por la dopamina, un neurotransmisor que influye en el estado de ánimo. Y el ciclo se cierra con el cariño; al parecer, regido por la oxitocina y la vasopresina.

Son dos hormonas que afectan la zona cerebral que controla el placer y la recompensa. La vasopresina en particular potencia la unión de la pareja y el instinto de proteger a los hijos, señala un reportaje de la agencia británica BBC.

Según la experta, también hay cuatro «personalidades biológicas» que determinan por qué unas personas se sienten atraídas por otras. Ninguna es mejor que otra. Veamos a continuación:

La primera incluye a personas muy creativas, curiosas, arriesgadas, enérgicas, espontáneas y flexibles. Se sienten atraídas por quienes poseen las mismas particularidades. Desde el punto de vista químico, tienen altos niveles de dopamina.

La segunda versa sobre seres humanos sociables, tranquilos, ordenados, meticulosos, prudentes, tradicionales. Siguen las reglas y respetan la autoridad. Se fijan en individuos que exhiban los mismos rasgos. Poseen mucha serotonina.

Sin embargo, la tercera y cuarta personalidad biológica del amor están muy conectadas. Por los altos contenidos de testosterona en una, y estrógenos en otra, ambas se atraen.

A la tercera personalidad biológica del amor pertenecen personas directas, decisivas, tercas, analíticas, escépticas y buenas con los números. Predomina en ellas la testosterona. Y buscarán para pareja a seres con mucho estrógeno.

Y la cuarta incluye a individuos idealistas, emotivos, intuitivos, dulces, fáciles de tratar y buenos para comunicarse con los demás. Desde el punto de vista químico, tienen altos niveles de estrógeno y se sienten atraídos por personas con mucha testosterona.

Efecto mariposa

El redactor de esta página ya es un hombre viejo y enfermo. Mirando a mi alrededor y hacia atrás, no logro encontrar una persona en específico que encaje de forma exacta en uno de estos perfiles. Muchos de ellos se entrecruzan y mezclan en cada individuo. Así que no busque en su mente. Quizá un examen químico le ofrezca respuestas mejores.

Mientras tanto, siga amando. El aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un tsunami al otro lado del mundo, o un huracán en el Caribe. Pero si las mariposas del estómago vuelan hasta su oreja izquierda quizá encuentre felicidad.

Al menos eso es lo que concluyo de los estudios de la neuróloga Stephanie Ortigue, según los cuales «el área del cerebro que se encuentra sobre la oreja izquierda juega un papel crucial en el proceso de enamoramiento, pues allí se forma la imagen que la persona tiene de sí misma». («El amor primero pasa por uno», digo yo).

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