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Plaza sitiada de escándalo

Desde el pueblecito rural El Jamal, en el municipio guantanamero de Baracoa, Migdoris Rodríguez Sánchez revela una extraña irrupción sonora que perturba la paz de los vecinos y privatiza un espacio que siempre fue social y público.

Comienza lamentando que en esa comunidad, como en muchas otras del país, no hay un teatro ni un cine, ni ofertas culturales para que los jóvenes se entretengan y enriquezcan su espiritualidad.

«Lo único que teníamos, afirma, era una plaza pequeñita donde los promotores culturales hacían actividades para el pueblo; y de un momento a otro llegan unas personas con tres o cuatro carpas y no sé cuántos bafles, y dicen que esa plaza es de ellos».

Manifiesta que de viernes a sábado los susodichos cierran la plaza y cobran a cien y 150 pesos por persona.

«Esto es abusivo, refiere. ¿Ustedes saben lo que significa en un hogar donde hay tres o cuatro jóvenes cuánto hay que tener para que esos muchachos puedan participar?

Ahora parece que la plaza tiene dueño, sostiene, porque el Gobierno la ha rentado. Y la música es de viernes a domingo, y no se puede estar ni tranquilos dentro de la casa, de lo alta que la ponen.

«Hay personas mayores, niños y enfermos, y uno se queja, pero nadie responde. Y la ponen a todo volumen y hasta las tres o las cuatro de la mañana, desde las dos de la tarde.

 «No se puede ver televisión, dice, ni conversar en familia. Dentro de las viviendas las paredes tiemblan y los techos vibran. El que no padece de los nervios ya va a padecer, así como están las cosas.

«No hay dónde quejarse, no aparecen las autoridades correspondientes; solo bolsillos llenos de dinero esperando que llegue el próximo viernes para seguir cobrando.

Migdoris ruega que en medio de tanto desenfreno en lo que fue una plaza de todos, se haga sentir el peso de las autoridades.

«No podemos más, alguien que nos diga qué hacer, y nos explique si este nivel de volumen de la música tan fuerte es permitido. Estamos preocupados por el destino de los jóvenes de nuestro barrio, si lo único que tenían era esa plaza, y ahora tienen que pagar cada vez que la cercan», concluye.

No es la primera vez que irrumpen quejas aquí sobre el desenfreno musical que quebranta la paz de la gente. Y ahora se adueñan de los espacios públicos para engrosar los bolsillos. ¿Adónde ha ido a parar la tranquilidad y el respeto en esos campos de Cuba?

 

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