Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Ruta 10

En la página con la que inicié el año en curso (Días de enero) publicada el 2 de dicho mes, aludí a la llamada «consigna de la vergüenza» con la que el Movimiento 26 de Julio llamó a la ciudadanía a sumarse, en los días finales de 1958, a la resistencia cívica contra la dictadura. Circuló primero de boca en boca y ya a mediados de diciembre, cuando era más feroz la censura de prensa, apareció impresa en no pocas publicaciones nacionales, como el Diario de la Marina, primero en publicarla. Una expresión breve y seca que con solo tres signos instaba al pueblo al retraimiento durante las celebraciones pascuales: «0-3-C». «Cero cine; cero compras; cero cabaré».

Pese a que el escribidor trató ampliamente este tema en su página correspondiente al 23 de diciembre de 2018, al retomarlo en la pasada entrega del 2 de enero cometió, confiado en su memoria, el error de sustituir «compra» por «cena»; «Cero cine; cero cena; cero cabaré» y sobre el cual me llama la atención el Doctor en Ciencias José Marín Antuña, profesor Titular y Emérito de la Facultad de Física de la Universidad de La Habana, que en su correo define acertadamente el «0-3-C» como «un golpe muy bien dado por el Movimiento 26 de Julio». El distinguido profesor vivió aquellos momentos y los recuerda en sus detalles.

«¿Qué es 0-3-C?», decía el anuncio que el inexistente laboratorios Moreci, fabricantes «de un efectivo tónico capilar», hizo publicar en la prensa, a veces a página completa. Solo en los días finales del año 58, Radio Rebelde, desde la Sierra Maestra, daba respuesta a la interrogante. Moreci era la sigla del Movimiento de Resistencia Cívica. Los líderes del 26 se habían valido de un ingenioso ardid para lograr su objetivo. Al mismo tiempo se ponía a circular un plegable, dice el profesor Marín Antuña, con las décimas que se reproducen enseguida.

Cero cabaré

«Cuando por placer mundano / Vas una noche de fiesta / En nuestra gloriosa gesta / Está muriendo un cubano / Cae la sangre de tu hermano / Derramada por su fe / ¡Ayuda tú… ponte en pie! / No traiciones a tu tierra… / Si toda Cuba está en guerra / No vayas tú al cabaré».

Cero cine

«Cuando en torpe indiferencia / Dices que estás aburrido / Otro cubano ha caído / Cumpliendo con su conciencia / No niegues tú la existencia / De la lucha en tu vivir/ Ya te podrás divertir/ Pero hoy la sangre conmina: / Cuando el tirano asesina / ¿A qué cine vas a ir?».

Cero compras

«Por cualquier capricho vano / Vas a comprar con exceso / ¡Y cuando gastas un peso / Está cayendo un cubano! /Le das un peso al tirano / Y ayudas a su maldad / Deja ya tu vanidad / Que tu honor tiene una cita /¡Lo que Cuba necesita / Es comprar su libertad!».

Jacomino-Vedado

Desde hace algunas semanas se transmite en las mañanas de Cubavisión un programa que engrampa por su interés, variedad y ágil y agradable conducción, Ruta 10.

Muchos se preguntan la razón de ese nombre y la respuesta, o al menos una de ellas, es sencilla. Se transmite a las diez de la mañana y son muchas las cosas a las que puede dar cabida en su marco. Exactamente como una guagua en la que cabe de todo, aunque los más jóvenes ignoran que hubo en La Habana un ómnibus que llevó el número diez. La ruta 10, Jacomino-Vedado.

¿Cuál era su recorrido? Son muchos los que lo preguntan y si puedo consignarlo hoy aquí es gracias a la gentileza del narrador Julio Travieso, nuestro más reciente premio nacional de Literatura, que lo remitió al escribidor con presteza. El autor de El polvo y el oro conserva en su biblioteca un librito que detalla el recorrido de las 36 rutas de guaguas de la Cooperativa de Ómnibus Aliados (COA) que prestaban servicio en la ciudad en los años 50, cifra que no incluye las rutas de los Autobuses Modernos.

La ruta 10 iniciaba el trayecto en su paradero situado en la calzada de San Miguel del Padrón entre Primera y Segunda, reparto Carolina. A partir de ahí, en bajada, seguía por la calzada de San Miguel del Padrón, Beltrán, Carretera Central, calzada de Luyanó. calzada de Diez de Octubre, San Joaquín, Manglar e Infanta. Entonces, si era una ruta 10 vía Rampa seguía hasta 23, y si era una ruta 10 vía Universidad, doblaba en San Lázaro. Ambas coincidían en L y 23 para continuar hasta 12 y llegar primero a 15 y luego a 16, e iniciar la subida por 23. La vía Rampa llegaba hasta Infanta. La vía Universidad alcanzaba L y llegaba a San Lázaro. Ambas continuaban por Infanta, Diez de Octubre, calzada de Luyanó, Carretera Central, Beltrán, calzada de San Miguel del Padrón, Primera y Paradero.

Con los años, la ruta 10 achicó su recorrido para finalizarlo en las inmediaciones del hospital ortopédico Fructuoso Rodríguez y terminó desapareciendo.

Coa y autobuses modernos

El transporte público de pasajeros en La Habana estaba en manos de dos grandes empresas: la Cooperativa de Ómnibus Aliados (COA) y Autobuses Modernos. La COA disponía de vehículos marca General Motors, de fabricación norteamericana, que se identificaban por números (1, 2, 10, 24, 25…), mientras que los vehículos de los Autobuses Modernos, marca Leyland, británicos, se identificaban, en sus inicios, con letras y números (L4, M2…). La COA, entidad privada en forma de cooperativa de los propietarios de los diferentes vehículos, era la mayor de las dos firmas. Contaba con más de 12 000 obreros y empleados y 1 800 carros. Autobuses Modernos contaba con unos 5 000 obreros y empleados y 780 vehículos, de los cuales, unos 460 estaban inactivos.

Tenía paraderos en Lawton, Cerro, Príncipe y Víbora; depósitos en Agua Dulce y estacionamiento en Línea y Túnel. Propiedad de la Financiera Nacional de Transporte, bajo el control de un testaferro del general Batista, operaba con deudas y recibía, amén de beneficios fiscales, fuertes subsidios del Estado y préstamos de la banca paraestatal. Fueron los Autobuses Modernos los sustitutos de los tranvías. Los primeros de estos que llegaron a Cuba, en 1949, estaban pintados de blanco y los habaneros los llamaron, jocosamente, las enfermeras.

La COA percibía el 75 por ciento de los gastos del transporte urbano de la población, con recaudaciones superiores a los 24 millones de pesos anuales. Operando en lo fundamental solo en la capital del país, cubría el 70 por ciento del trasporte de pasajeros de la República.

El costo del pasaje, tanto en la COA como en los Autobuses Modernos, era de ocho centavos, y de dos centavos la transferencia que permitía continuar viaje.

Piquera

La palabra «piquera» es un cubanismo. Los automóviles, y antes los coches, esperaban en fila el reclamo de los clientes y del primero de la hilera se decía que estaba «a pique» de hacer la carrera.

Dice Marcelo I. Corajuría en su libro Historia y pasión del automóvil en Cuba (2015) que no fue hasta 1914 cuando operó la primera piquera pública de taxis que existió en Cuba, y se estableció frente al hotel Inglaterra y en áreas del puerto de La Habana.

Su empresario fue el mítico piloto cubano Ernesto Carricaburu, que con buen tino y olfato comercial, escribe Corajuría, adquirió un lote de diez Ford T para ponerlos en servicio de alquiler.

El Ford T llegó a Cuba por primera vez en 1912 y uno o dos años más tarde resultó masivo el desembarco de autos de esa marca. Siempre de color negro, pues no fue hasta los años 30 que empezó a predominar el color vino en el Ford. El modelo T se fabricó hasta 1927, en total unos 15 millones de unidades, y dejó una estela de admiración y cariño. Todavía hoy cuando sale a la calle alguno de los pocos T que quedan en Cuba, es frecuente escuchar la exclamación: ¡Mira qué bonito ese fotingo!

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