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Terror fue todo lo que tuvimos

Testimonio de la madre del primer niño mártir de la Sierra Maestra, fallecido hace 50 años víctima del ataque perpetrado por el ejército batistiano al poblado rural de Cayo Espino

Autor:

Marianela Martín González

«Ningún espectáculo nos ha impresionado tanto como el de aquel niño moribundo, que sin llorar apenas llamó a su abuelita para decirle que la había querido mucho, pero “ya no la podría seguir queriendo porque iba a morir”. Era como si aquel niño precoz tuviera conciencia de su sacrificio, como si comprendiera que también estaba muriendo por aborrecer a los bárbaros que ametrallan humildes casas de familia».

Estas declaraciones fueron hechas por Fidel el 14 de abril de 1958, cuando compareció en vivo por primera vez en la emisora Radio Rebelde, al ser entrevistado por el periodista Jorge Ricardo Masetti, oportunidad en la que denunció el ataque perpetrado el 10 de abril por el ejército batistiano al poblado rural de Cayo Espino, donde no existía objetivo militar alguno.

Orestes Antonio Gutiérrez Escalona apenas tenía seis años cuando lo asesinaron. A 50 años de la muerte de aquel pequeño de apenas seis años, llamado Orestes Antonio Gutiérrez Escalona, al que se refirió Fidel por la emisora guerrillera, JR conversa con Virgen Escalona Remón, madre del mártir.

«En Cayo Espino había un club donde proyectaban películas. Una noche pusieron una y cuando le pregunté si iría, me dijo que no, porque no podíamos dejar sola a la abuela.

«Le aseguré que yo la cuidaría, pero cuando la vieja se durmió fui para el club. En un intervalo que hicieron para cambiar el rollo tuvieron que prender las luces y me vio; entonces se levantó y regresó a la casa para acompañar a su abuelita paterna, que era uno de sus seres más queridos.

«Prefiero hablar del niño así, y usted permítamelo, antes de recordar cómo murió, porque su muerte me pareció un disparate tan grande, que después de eso pensé que no tenía sentido vivir.

«Cuando se iba a jugar, su hermano César se quedaba llorando, y él no se marchaba definitivamente hasta ver a su hermanito tranquilo; entonces su padre tuvo que ponerle a la reja una cadena con una pesa, para que César no se fuera detrás de su hermano, pues el temor de Orestico era que se perdiera si salía a buscarlo.

«César a cada rato recuerda que cuando iban a la bodega, Orestico recogía a dos o tres amiguitos muy pobres que vivían cerca de casa, para que cuando el bodeguero le diera la contra (una especie de regalo por comprar) también les diera a ellos.

«El 17 de enero de 1952 nació y nos trajo la felicidad que a la gente del campo le da la aparición de su primer hijo varón. Era el segundo de nuestra prole, y no lo digo porque ya no esté, pero era el más obediente.

«Es extraño, pero él no fue travieso; tal vez de ese modo hubiera disfrutado más su corta vida. Era dócil, y parecía predestinado a la abnegación».

Razones de la metralla

Virgen Escalona Remón, madre de Orestico. «Nuestra familia se identificó con el Movimiento 26 de Julio, y mi esposo Orestes Gutiérrez fue uno de los primeros en incorporarse al Movimiento en Cayo Espino. Era mensajero en la Columna 1 José Martí, y llevaba mensajes, medicinas y revolucionarios que se sumaban a la lucha en la Sierra Maestra.

«Yo confeccionaba brazaletes y banderas del Movimiento y recopilaba medicinas y armas.

«El día que murió yo había comprado un pedazo de carne de puerco. Era muy difícil hacerse de comida por aquella zona, pues como sabían que nosotros ayudábamos a los rebeldes en el suministro de alimentos, estábamos bloqueados y teníamos que pedir permiso en el cuartel hasta para comprar sal.

«Ese mismo día cociné un pedazo, y el resto lo guardé para otra ocasión. Orestico me pidió más y no pude darle porque ya se había acabado. La carne que quedó se echó a perder en el refrigerador de luz brillante que teníamos, porque no tuve valor de cocinarla (llora).

«Ese día hubo una batalla en el Pozón. Se fajaron los rebeldes contra el ejército. Perdimos a dos compañeros, un muchacho que se llamaba Manuel, que le decían la Corúa, y el teniente Reyes.

«Cuando concluyó la batalla los rebeldes se retiraron y en la esquina, adonde había un quiosco, dispararon dos tiros. Salí a ver qué había pasado y uno de ellos me dijo: “Esos tiros son de victoria, porque acabamos con la tropa”.

«Los muchachos salieron detrás de mí cuando me vieron conversando con los rebeldes, y Orestico exclamó: “Ahorita viene Fidel”, porque él pensó que la guerra se había acabado.

«No pasó una hora cuando escuchamos los aviones. Primero vino un B-26, hizo un giro y se fue, pero al instante volvieron dos iguales y tres cazabombarderos, que no tiraron bombas, pero sí balas calibre 50. Uno de esos proyectiles cruzó la casa nuestra que era de madera.

«Fidel, durante una visita que nos hizo, sugirió que hiciéramos un refugio, porque de los batistianos se podía esperar cualquier cosa. No nos apuramos, y ese día tuvimos que protegernos contra la pared que daba al fondo de la cocina.

«El proyectil lo hirió en los dos miembros inferiores. Le fracturó un fémur y le desgarró la arteria femoral. A su hermana Lucía la misma bala le hirió la pierna derecha, y a la prima Claribel Escalona le perforó el pie izquierdo, cercenándole los dedos.

«Durante una pequeña tregua, Luis Enrique Guerra, un cuñado de mi esposo, fue a buscar un practicante que vivía en el barrio, pero había tenido que marcharse por la persecución del ejército de Batista. En su lugar vino el hijo y le puso un torniquete.

«Aprovechamos la tregua y llevamos al niño a casa de la abuela Lucía Peña, donde habían puesto unos sacos de arroz sobre la mesa para que la anciana se guareciera.

«Ella le dijo: “¿Mi hijo, ya tú no me quieres?, y él respondió: “Yo te quiero mucho, pero no voy a poder seguir queriéndote, porque voy a morir”. Cuando cesó el bombardeo mi esposo consiguió un yipi y lo llevamos al campamento de los médicos, porque para Manzanillo no se podía salir, debido a que estábamos rodeados por el ejército.

«Cuando íbamos hacia el hospitalito nos cruzamos con Fidel y Celia Sánchez en un lugar que le decían Porvenir. Entonces el Comandante le levantó la sábana y le preguntó si le dolía y Orestico contestó que no, que le daba lástima ver como tenía sus piernas.

«Fidel le dijo a alguien que lo acompañaba en ese momento que se fuera con nosotros y le dijera al doctor René Vallejo Ortiz que pusiera el caso en preferencia.

«Llegamos al campamento e inmediatamente Vallejo lo acostó en una mesa rústica y le pidió a mi esposo que extendiera el brazo para extraerle sangre y ponérsela al niño, para ver si con eso mejoraba.

«Al poco rato el médico nos dijo: “No se puede hacer nada”. Enseguida murió.

«Los doctores Piti Fajardo y Vallejo lo envolvieron en una sábana y cerca de las once de la noche lo llevamos para casa de una tía.

«No contamos ni con una vela... No tuvimos nada. Le hicimos su ataúd rústico. A las seis de la mañana lo enterramos en el patio de la casa. Ahí quedó todo».

Más dolor sobre el dolor

«Como la herida de Lucía no dejaba de sangrar, el doctor Vallejo me dijo que nos arriesgáramos y la lleváramos para Manzanillo, porque se suponía que había fragmentos de la bala en el interior de la magulladura.

«Cuando traté de llegar a Manzanillo me apresaron con los dos muchachos. A las diez o las once de la noche se llevaron a César, que solo tenía tres años, para entrevistarlo. Le preguntaron si conocía a Fidel y dijo que sí, pero que eso no se les podía decir a los guardias.

«A los tres días la madrina del niño logró sacarlo, pero mi otra hija y yo nos quedamos seis días detenidas. Nos pusieron un policía en medio de las dos para que no nos comunicáramos.

«Luego nos celebraron juicio y Cecilio Fernández, quien dirigía la jefatura de ejército en la zona, nos dijo que teníamos que agradecerle la liberación a las instituciones de Manzanillo, las cuales se habían reunido para pedir la libertad de todos los presos políticos.

«Teníamos pánico. A los que soltaban después los mataban. Tan es así que nos obligaron a regresar a nuestra casita y ese mismo día volvieron a ametrallar Cayo Espino. Cuando salimos corriendo una ráfaga nos pasó por delante. Pensé que esa vez los esbirros me matarían a todos mis hijos. Nunca más volvimos a esa casa.

«Desde entonces comenzamos prácticamente a vagar de un lado a otro, viviendo donde pudiéramos, gracias a la misericordia de amigos y familiares. El terror fue todo lo que tuvimos hasta que triunfó la Revolución».

Esta escuela, ubicada en Las Mercedes, próximo a la Sierra Maestra, lleva el nombre del niño mártir, allí solo estudian dos alumnos. —¿Qué siente cuando visita los lugares que llevan el nombre de su hijo?

—Me lleno de fuerza para seguir viviendo.

«Hay una frase de Orestico que parece iluminada y yo la tengo siempre presente cuando voy a esos sitios: “Ahorita viene Fidel”. En todos esos lugares llegó la voluntad de la Revolución que impulsó el Comandante. A todos llegó el líder.

«Hay uno que es especial para mí: la escuela rural de Las Mercedes, donde la matrícula la conforman solo dos niños. Nada les falta a esos muchachos. Tienen un maestro bueno y los medios para aprender. Pero lo más importante que tienen es tranquilidad para vivir, sin el temor de que aviones asesinos puedan arrancarles sus días, como le hicieron a mi hijo».

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