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El escalpelo luminoso del doctor Orfilio Peláez

El Programa Nacional de Retinosis Pigmentaria,  conducido por el eminente oftalmólogo cubano, posibilitó identificar la prevalencia de esa enfermedad por provincia y diagnosticar y dar seguimiento asistencial a unos 5 200 pacientes 

Autor:

Marianela Martín González

Si los genios son inmortales como los dioses, de seguro el doctor Orfilio Peláez Molina festejará su cumpleaños 97 este 17 de noviembre desde algún rincón inasible del Universo, burlándose de la Parca que tocó a su puerta el 17 de enero de 2001. 

 Quien le cortó el cordón umbilical con un cuchillo de tusar caballos a aquel recién nacido en la finca Arroyón de Magarabomba en la provincia de Camagüey, nunca supo que le dio un espacio en este mundo al resucitador de la visión, el futuro creador del  novedoso tratamiento para frenar el avance de la retinosis pigmentaria y uno delos iniciadores de los trasplantes de córnea en Cuba con su escalpelo luminoso.  

 Este 17 de noviembre lo festejará transida de evocaciones la doctora Mirta Copello Noblet, especialista de segundo grado en Oftalmología. Ella trabajó con el doctor Orfilio en el Programa Nacional de Retinosis Pigmentaria, inaugurado por Fidel el 11 de septiembre de 1989, mediante el cual fue posible determinar la prevalencia de la enfermedad por provincia, así como diagnosticar y dar seguimiento asistencial a unos 5 200 pacientes en toda Cuba.

El doctor Orfilio Peláez, eminente representante de la medicina cubana. Foto: Archivo digital

 Entre tantas virtudes que distinguieron a su profesor, la doctora Copello recuerda que Orfilio jamás miró con desdén a los demás, aun cuando gozó del encomio de prestigiosas instituciones científicas del mundo, y tuvo la admiración y el apoyo de Fidel para la creación del Programa Nacional de Retinosis Pigmentaria. «Su filosofía era la unidad entre los que llevábamos adelante aquel proyecto humanísimo integrado por un grupo multidisciplinario».

 La también profesora consultante y auxiliar de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana, pondera la repercusión del programa creado para tratar a los pacientes con retinosis con cierta nostalgia: «Abarcaba todo el país. Era tan integral que cada vez que se detectaba a un paciente con el padecimiento, se hacía un estudio genético en toda la familia. De ese modo se trataban los pacientes a tiempo y se evitaba que perdieran la visión. Ese programa era único en el mundo».

  A quien fuera el primer director que tuvo La Liga contra la Ceguera después de 1959, diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular, y Héroe del Trabajo de la República de Cuba, uno de sus más allegados alumnos y colaboradores— el doctor Carlos Llapur Almaguer—, lo define como un imán para el estudiantado; porque lo explicaba todo con nitidez, y con  argumentos claros y seguros borraba la fina línea que confunde una enfermedad de otra.

 «”Mijo” era su palabra mágica para romper protocolos e implicarte. Me llamó así cuando toqué a su puerta siendo apenas un estudiante de tercer año de Medicina. Era entonces el vicedecano de investigaciones del Hospital Salvador Allende, y yo necesitaba un profesor que me permitiera insertarme en el trabajo científico para hacer la ayudantía.

 «Me propuso hacer una investigación de Oftalmología titulada Fondo de ojo normal, y acto seguido me hizo una retahíla de advertencias para que lo asumiera con responsabilidad.  Ese día no me pareció tan paternal como luego lo fue hasta que dejó este mundo».

 Era exquisito en su trato con todos, señala el doctor Llapur, pero mucho más con los pacientes que padecían retinosis pigmentaria, quizás pensando en todos aquellos que no tuvieron más opción que buscarse un lazarillo y aprender Braille antes de que él validara su programa enfocado en tratar de devolver la luz y la visión al mayor número de enfermos posibles. Y seguramente lo inspiró en su batalla contra la retinosis aquel condiscípulo de la carrera, que atrapado por el padecimiento, terminó suicidándose.

«Aquel profesor, que se nos parecía a Finlay por sus patillas y curiosidad permanente, cuando hubo una epidemia de conjuntivitis hemorrágica en Cuba parecía un capitán en medio de la tormenta. Decenas de muchachos íbamos para el Pabellón Frank País, del Hospital Salvador Allende, donde se atendían estos casos, a ayudarlo a tratar a los pacientes con esa dolencia.

 «En la Clínica Internacional de Retinosis Pigmentaria Camilo Cienfuegos, donde trabajé con él desde su inauguración en junio de 1992, le gustaba pasar los 14 de febrero con el salón bien complicado, con once y hasta 14 casos para operar. Él padecía de una  fibrilación auricular que se le quitaba operando. Tú le proponías inyectarlo y te decía: "No, mijo,  yo voy para el salón y ahí me controlo”. Increíblemente cuando le tomabas el pulso, luego de haber operado el segundo caso, ya se le había quitado la arritmia».

Luz de muchos cubanos y personas de todo el mundo

Fidel y el doctor Orfilio Peláez en una imagen de archivo. 

 Como quien aprendió en el seno familiar que la honradez y cumplir con la palabra empeñada es ley, evoca a su padre el reconocido periodista especializado en temas científicos, Orfilio Peláez Mendoza:

 «Sin que sus brazos fueran imprescindibles en la finca, mi abuelo le enseñó a tumbar caña, guataquear y hasta ordeñar vacas. Así le inculcó la valía del sudor.

 «Los sábados después de pasar visita a los operados, se dedicaba al jardín de la casa, de donde salían las rosas que cada mañana le regalaba a mi madre durante el desayuno, que  siempre le gustó preparar para la familia. Cuando llegaba del trabajo comenzaba otra jornada para él, porque los vecinos venían a tomarse la presión y hablarle de sus dolencias. Todavía muchos de nuestros vecinos en Santos Suárez me recuerdan como hasta altas horas de la noche sentían el teclear de su máquina de escribir, porque siempre estaba involucrado en alguna investigación o informe.

 «Antes de 1959, él y mi madre por sus medios se las ingeniaron para al menos dos veces al año recorrer los sitios más apartados de la campiña pinareña y examinar de la vista, sin costo alguno, a toda persona que encontraran con ceguera. De esa forma detectó los primeros casos con retinosis pigmentaria que estudiaría.

«Era tanta su avidez por la investigación que años más tarde cuando regresó de una estancia de casi un año en la otrora Unión Soviética, al bajarse de la escalerilla del avión vimos que traía una caja bastante grande. Como entonces el televisor de la casa  estaba roto, pensamos de inmediato que traía uno nuevo. Para sorpresa mía y de mis hermanos, se trataba de una mesa especial para operar animales, lo cual lo ayudaría mucho para el diseño de lo que dieciséis años después sería la técnica quirúrgica que creo para detener el avance de la pérdida de visión provocada por la retinosis, y lograr que muchos pacientes cubanos y de más de noventa países sometidos al novedoso proceder, pudieran ampliar su reducido campo visual y mejorar la visión central.

«Además de la cirugía, el tratamiento cubano combinaba otros elementos, como la ozonoterapia, la electroestimulación y el uso de vitaminas y medicamentos. Una parte de los enfermos que lo recibieron lograron reincorporarse a sus quehaceres, mejorando su calidad de vida.

 «El 15 de enero de 2001, Fidel tenía un encuentro con la comunidad científica del país, en el Palacio de las Convenciones, en ocasión del Día de la Ciencia Cubana. Y por esos avatares de la vida, mi padre no pudo estar allí. Horas antes sufrió un infarto cerebral que le provocó la muerte el 17 de enero.

 «En la casa conservamos lo que él escribió y no pudo expresar ese día. El texto abogaba porque la retinosis pigmentaria pudiera ser derrotada en su totalidad, e incluso diagnosticada en estadio prenatal, y evitar su desencadenamiento, con el apoyo de tecnologías tan promisorias, como las terapias génicas.

 «Ese era el sueño del viejo; y para que no se desvanezca, el programa que él condujo con tanta pasión debe revitalizarse de algún modo, acorde con las condiciones actuales. Sería muy triste ver apagarse a un proyecto que significó la luz de muchos cubanos y personas de todo el mundo», confiesa Orfilio Peláez Mendoza. 

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