Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Bitácora de Mamá

¿Cómo vive la maternidad una periodista? Tres de nuestras corresponsales confiesan su experiencia

Autores:

Odalis Riquenes Cutiño
Dorelys Canivell Canal
Laura Brunet Portela

6:00 a.m.: Es chef y nutricionista. El primer abrazo del día es de sabores y calorías. Nadie como ella consiente y comprende los gustos y necesidades de cada cual: tostadas, leche y miel para el adolescente; el huevo diario que precisa el pequeño; el té o pudín sustitutos, que solo son manjares si salen de sus manos.

7:00 a.m.: Estratega y velocista. Conoce de memoria la pose y sonrisa adecuadas para conseguir «botella», o las palabras que abren el huequito en el ómnibus, el ritmo y los pasos necesarios para dejar a tiempo a su chiquillo en la escuela.

8:00 a.m.: Por fin, y por algunas horas, será ella misma: la maestra, arquitecta, odontóloga, secretaria, directiva, campesina… Pero en medio de esas faenas, incluso en una reunión importante, puede que su mente se extravíe calculando las frutas que necesita para la merienda de mañanan o programando en su agenda el turno médico del mayor o la reunión de padres (con mayoritario auditorio de madres). Tal vez revise en su celular tutoriales sobre cómo activar el control parental que le recomendaron o qué hacer para que sus hijos sean más unidos.

2:00 p.m.: Puede que alguna desavenencia laboral le amargue el día, pero siempre tendrá el recuerdo de la mirada cómplice del adolescente o de la tibieza del pequeño inquieto: «¡Mamita, dame un abrazo!».

5:00 p.m: Toca ser cuidadora, maestra, árbitro, cocinera, erudita… «Mami, tengo hambre, ¿qué hay para merendar?». «Mamá, ¿qué significa denostar?». «Juega conmigo un ratico, chica… no seas mala…». «¿En qué año empezó la Primera Guerra Mundial?». «Quiero copiar un juego en casa de Carlitos… ¿pueeeeeedo?». «¡Niños, por favor, ustedes son hermanos, tienen que quererse y llevarse bien!». «Pero él empezó, es un pesao…»

7.00 p.m: Equilibrista, moza de limpieza, sicóloga… Fiel a aquello de que «la buena madre se sacrifica por los hijos», intenta todo para mantener a buen resguardo la sonrisa. Mas entre el ajetreo en la cocina, el recoger juguetes una y otra vez, el esfuerzo para reducir ese ir y venir de una pantalla a la otra y hacerlos dormir temprano… su agotamiento crónico se rebela y pega cuatro gritos, aunque se anote mentalmente otra búsqueda para internet: cómo conservar la paciencia.

11:00 p.m.: El cuerpo pesa, los ojos se cierran y solo el amor la mantiene en pie. Tal vez a esa hora reflexione si es poco o mucho el tiempo que les dedica, o de dónde sacará las horas que necesita para ir al gimnasio y a la peluquería…

Sabe que no es perfecta, pero hace tiempo renunció a la intención de llegar a todo. Entiende que formar hombres de bien, seguros, independientes, asertivos, resilientes, implica no pensar por ellos ni solucionarles todo. Debe darles su espacio y dejarlos equivocarse sin contagiarle sus temores, aunque se le estruje el corazón, y montarse con ellos al tobogán o la montaña rusa para embestir juntos la aventura, no vivirla por ellos.

Aun así le satisface ser la que dé el último toque al diente flojo, la única capaz de descifrar la sugerencia del adolescente parco, la que recibe más perretas y exigencias. Agradece que sus hijos guarden para ella sus emociones más fuertes, no porque los malcríe, sino porque saben que siempre será su puerto seguro.

Tal vez en eso esté su mente antes de que la venza el sueño. Pronto el reloj anunciará otro amanecer y volverá a ser chef, nutricionista, estratega, velocista, cuidadora, maestra, árbitro, cocinera, erudita, equilibrista, moza de limpieza, sicóloga… ¡MADRE! Una profesión no rentada. Un oficio de vida.

Nadie dijo que sería fácil

Me auguraron noches de sueño, desvelos, preocupaciones, y solo algunos explicaron que, junto a tantas cuestiones difíciles, serían los días más felices de mi vida. Ella llegó después de mucho tiempo deseándola, buscándola, y desde que supe latía dentro de mí, fue un pedazo de mi alma.

Después vino la lactancia, y ese tiempo en casa en el que te vuelves cómplice de tu pequeña y olvidas cuidar de ti misma solo por velar su salud. A ratos, te sientes dividida: deseas pasar la mayor parte del tiempo con tu hija, pero añoras volver a la calle, a las coberturas… Y cuentas los meses, pero te sabes necesaria en el hogar, indispensable allí donde nadie puede sustituirte, porque tu regazo es su espacio seguro.

Entonces piensas que al año podrás llevarla al círculo, para que juegue con otros de su edad, haga amigos y aprenda canciones… Y llega una epidemia a hacerte su peor jugada: ¿teletrabajo con una beba en casa? Quizá nadie sepa jamás cuánto cuesta encender la PC y tratar de escribir dos líneas ignorando esa vocecita que es tu prioridad: mamá esto… mamá aquello… mamá vamos a jugar…

Responder a sus pedidos y a las exigencias de un medio ha sido, sin dudas, una tarea compleja. Han sido muchas las madrugadas gastadas frente a la pantalla, solidarizándote con los miles de mujeres que detrás del «Quédate en casa» vieron recargarse sus responsabilidades y olvidaron ocuparse de sí misma, a pesar de que papá estuviera al tanto y no faltara la ayuda familiar.

Ahora que la COVID-19 dio una tregua, cuando tu hija finalmente ha hecho amigos en el círculo, son otros los demonios que te llevan a pensar en el porvenir. Tanto tiempo convulso… pero tú te enfocas en un futuro que quieres bueno y justo, y no solo para ti, sino en especial para ella, que apenas sabe de la vida.

Entonces tu cabeza se vuelve un torbellino: salta del reportaje para las chucherías que añoras comprarle, o inventas recetas para ponerle cada noche un plato diferente, que no le aburra el paladar… gran reto en estos tiempos, pero siempre se logra.

Cuando digo que un día ganaré un premio por la capacidad de enajenarme y escribir tres oraciones coherentes a pesar de la algarabía, lo digo en serio, pero soy feliz así… Es más: creo que era aburrida la vida cuando solo los jefes demandaban mi atención. Ahora que tengo «jefa» nueva y todo, absolutamente todo, se subordina a sus intereses, me siento mejor.

Nadie dijo que sería fácil. Me queda claro que la vida cambia y la maternidad es difícil. Pero hace que una crezca, se supere, se divida en mil partes cuando es necesario. Y sobre todo te obliga a ser mejor persona. La mejor madre que deseas para ella.

Soy una madre extraña

Yo soy una madre extraña, y a veces me siento mal por eso. Me pienso y creo que debo cambiar, pero veo a mi hijo tan hermoso de corazón que decido quedarme así, tal como nací aquel 24 de abril a las seis de la tarde, cuando él vino al mundo y yo empecé a crecer hacia dentro.

No se parecía a nada ese amor. Aunque tal vez al principio no era amor, más bien una misión… No lo besé hasta un mes después, cuando sentí que había llegado la hora de los afectos. Sin embargo, en esos primeros treinta días me aprendí cada arruga de su cuerpo, conté su respiración, le di de comer cientos de veces e inspiré su olor lenta y profundamente (esto no he podido dejar de hacerlo). Tampoco dormí, aunque él sí lo hacía por horas.

Así de extraña fui, y todavía lo soy. Y a veces me siento muy normal, hasta que alguien empieza a corregirnos cosas donde no hay error alguno. Mi niño viste de rosa, gesticula cuando habla emocionado, se pone las manos en la cintura, cruza los pies, ha pintado corazones, flores, camiones, monstruos, niños… y lo dejo porque he querido que su arte sea tan diverso como el mundo.

Mi varoncito tiene un libro forrado de princesas porque fue antes de una pionera que lo cuidó bien y decidimos conservarlo. ¿Qué hay de raro en eso?

Puede ser extraño que no me importe que se autodefina «macho, varón, masculinoۚ» porque me importa más que tenga la letra linda o al menos una buena caligrafía, que sus libretas estén limpias y que al hablar sea amable.

Me duele que a otros les moleste ver que no sabe de asuntos de adultos: de venganzas, odios, orgullos y rencillas. Pero yo lo dejo ser inocente porque así él es feliz, y yo también.

Y ya que estoy «confesándome», pongo también lo que algunas no dicen porque es mal visto y lo tildan de extraño: ¡Siento alivio cuando se va por algunas horas o días! Es como cuando abres una olla de presión a golpe: me relajo, me siento libre, me creo una treintañera que no ha tenido hijos y me monto un plan tremendo para ir de fiesta y tomarme un vino; para sacudirme los horarios y ser espontánea de nuevo.

Disfruto ese tiempo, aunque luego me vea vagando lento para no llegar a casa, o me siente en el Prado cienfueguero a imaginar los juegos de matrículas y autos que hacemos después de la escuela, o pase horas colgada del teléfono, tratando de formar parte de su rutina aunque esté a kilómetros de distancia…

Probablemente no sea yo tan extraña… O tal vez todas deberíamos buscar nuestra propia rareza para no seguir el patrón de maternidad de nadie. Mucho menos uno muy añejo, que engendra hijos según el molde que la sociedad impone, en lugar de apoyarles para que logren ser sus propios moldes, y creen una sociedad mucho mejor de la que hoy podemos heredarles.

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