Por los caminos de las universidades cubanas, de uno a otro confín de la isla, transita por estos días finales de abril, un trío singular. Presumo que al ser presentados en cada sede pueda originarse una confusión: ¿poetas, juglares, comunicadores? Quizá sea mucho más elocuente llamarles, de una vez, por sus nombres: Guillermo Rodríguez Rivera, Sigfredo Ariel y Eduardo Sosa. A fin de cuentas, el hecho de que Guillermo y Sigfredo se expresen casi siempre en versos —aunque el primero, ya lo sabemos, ha incursionado con agudeza en la narrativa y ha emprendido este periplo, como ya veremos, con un ensayo como pretexto—, y Eduardo expanda su voz entre las cuerdas de una guitarra, se contradice con la pasión de este último por la lírica y la de los otros dos por la música.
Esta bienandanza, que partió el lunes pasado por el Instituto Superior Pedagógico de Guantánamo y culminará el 22 de mayo en la Colina Universitaria habanera, tiene por argumento la difusión y discusión del libro de Guillermo, Por los caminos de la mar o Nosotros, los cubanos (Ed. Boloña, 3ra. edición). De este título ha dicho el venerable Cintio Vitier: «se trata de asumir todo lo que vivimos desde todos los lenguajes (...), de poner el lenguaje al servicio de la realidad (...), de escribir como se vive y en esto Guillermo Rodríguez Rivera es un sencillo maestro, más conversacional que magistral». Luego, en una frase, Cintio resume el propósito del ensayo: «Una meditación sobre los hechos que nos constituyen como nación y como patria».
De lo humano a lo divino va Rodríguez Rivera en este riguroso, y a la vez, desenfadado, intento por definir quiénes somos, de dónde venimos y hacia lo que vamos, o mejor dicho, nos proponemos ir y que se sintetizan hacia el final del texto cuando preconiza: «Con logros que Cuba deberá cuidar celosamente y deficiencias que habrán de echarse a un lado, acaso esta isla tenga la oportunidad de realizar el ideal martiano: la unión de la plena independencia del país con la libertad de cada uno de sus ciudadanos. Será un hecho de justicia histórica para un pueblo que, en la frontera de todos los imperios, tanto ha luchado por conseguir su felicidad».
Como este no es un libro que se mueve entre abstracciones y entelequias, el lector sabe, desde un principio, que la escritura tendrá que moverse en el terreno de la experiencia histórica, la sabiduría popular, la psicología, la ética y la política.
Ejemplar, en esta última zona, se nos revela el apéndice donde analiza el fenómeno de la globalización y su impacto en América Latina en general y Cuba en particular. O el capítulo donde demuestra la indigencia moral de la contrarrevolución radicada en Estados Unidos y la frustración de los gobernantes de esa nación ante la irreductible persistencia de la Revolución.
Al mismo tiempo vale la pena paladear el largo fragmento dedicado a Benny Moré, «el guajiro pobre y negro, que ascendió por su talento hasta ser el mejor cantante de la historia de un país de cantantes y que respetó siempre sus valores de origen, y resultó por ello entre nosotros un héroe popular».
Ahora bien, en la gira universitaria de Guillermo, Sigfredo y Sosa, el libro es apenas un pretexto para el diálogo abierto, la discusión sincera y la descarga de poemas y canciones. Nos han llegado noticias de lo bien que les ha ido a estos juglares entre estudiantes y profesores de la región oriental, donde entre boleros y sones, se han dicho las cosas más tremendas sobre el sentido de pertenencia, la amistad, el amor, el desarraigo, el dolor y la esperanza, es decir, sobre la vida misma.
No estará mal que un itinerario como este hallara resonancia en otros ámbitos, ni que otros poetas y trovadores, asistidos por el duende de la fluida comunicación y el hondo calado, la emprendieran por estos caminos.