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Cultura del placer: suerte de telenovela

Suerte de vivir significa una apreciable contribución de la telenovela brasileña a la conveniente formación de valores en espectadores de todas las edades, principalmente jóvenes

Autor:

Joel del Río

Plagado de dificultades ha estado el camino de la telenovela internacional, entre los desvíos o tentaciones del entretenimiento, imprescindible para sobrevivir en el colmado espacio audiovisual, y el imperativo por realizar un producto válido cultural y artísticamente. Una de las fórmulas para compensar ambos elementos se verifica en la telenovela brasileña llamada originalmente Bom sucesso, en alusión al barrio carioca donde ocurre la mayor parte de la acción, y en español titulada Suerte de vivir, cuya salida al aire en su país de origen tuvo lugar entre julio de 2019 y enero del año siguiente, y que se transformó rápidamente en un éxito total de teleaudiencia para la franja de las siete de la noche.

Para lograr el más definitivo estímulo a la lectura que hemos visto en un producto audiovisual de los últimos 15 o 20 años, los guionistas Rosane Svartman y Paulo Halm (una dupla triunfadora con la anterior Totalmente Demais, que adaptaba al contexto brasileño Pigmalión, de George Bernard Shaw, y se recreaba en las referencias cinematográficas) construyeron cuidadosamente a los dos personajes protagónicos, y a varios otros secundarios a través de caracterizaciones, conflictos y espacios dramáticos donde cohabitan ricos y pobres: la editorial y las mansiones de los potentados,  el barrio Bom Sucesso, con su escuela pública y timbiriches callejeros, además de varios lugares de idealizada compenetración entre unos y otros: la telenovela, el carnaval, la playa.

Y como dos de las piedras angulares del edificio telenovelero son el diseño de personajes y la interpretación, encontraron a un Antonio Fagundes en estado de gracia y en la cumbre de una larga carrera (que incluye éxitos como Vale todo, El rey del ganado, o Por amor) para convencer al espectador de que él es un patriarca autoritario y cascarrabias, aquejado por una enfermedad mortal, y dueño de la editora Prado Monteiro, al borde de la quiebra por el empeño de su administración en publicar solo textos literarios, académicos y clásicos de alta calidad, sin hacer concesiones al gusto masivo. Así, en la trama se discuten, todo el tiempo, los valores artísticos legitimados por el paso del tiempo, y el ascenso del populismo, la frivolidad y la banalización, en contraste no solo con la cultura clásica, sino también con la auténticamente popular.

Por otro lado, fluye una historia de corte Cenicienta, en tanto la protagonista es la costurera Paloma, madre soltera de tres hijos, abandonada por el padre de la mayor y viuda de su segundo matrimonio. Para que se intersecten las dos tramas, Paloma termina siendo acompañante de Alberto Prado Monteiro, hasta que la costurera y el otrora magnate establecen una preciosa amistad, edificada sobre la afición de ambos por los libros y la lectura, y verificada sobre el deseo de compartir el deseo de vivir intensamente, de recrearse en las cosas buenas de la existencia. Todo ello se vehicula a través de excelentes diálogos, salpicados de citas de momentos clásicos de la literatura brasileña y mundial.

Grazi, junto a David Junior y Rômulo Estrela.

A pesar de que la reina de belleza y modelo, devenida primera actriz, Grazi Massafera, dista físicamente de la apariencia que esperaríamos (quizá desde nuestros prejuicios) en una madre carioca de tres hijos, de barrio pobre, trabajadora y de mediana edad, el espectador asume rápidamente la convención de que las buenas actrices se convierten en lo que quieran convertirse, y termina encantado (por lo menos a mí me pasó) con esta mujer noble, desinteresada,tolerante y simpática, una lectora voraz (quién sabe en qué tiempo), cuyo sueño mayor consiste en desfilar en el carnaval, bailando samba y representando a su barrio. Paloma-Cenicienta debe encontrar a su Príncipe Azul en Marcos (encargado al muy exhibicionista Rômulo Estrela), pero antes es pareja de otro personaje escrito e interpretado con sumo gusto: Ramón, el deportista negro, ocasional emigrante, asumido con impresionante naturalidad por David Junior.

Así que, entre otras virtudes a tener en cuenta, además de las apuntadas, Suerte de vivir se anota la positiva naturalidad con que se aborda no solo la unión interracial, sino la presencia de actores y actrices afrodescendientes en casi la mitad del elenco, porque evidentemente se intenta mostrarnos con fidelidad un amplio espectro de colores y tipos humanos, y de esta manera se rompe con cierta tradición telenovelera reciente que avala el rencor o el desprecio por las clases menos favorecidas. A esta simpatía por los humildes y trabajadores, se suma el elogio perenne a esa suerte de guerra cotidiana de la educación y la cultura contra la ignorancia, el salvajismo y la delincuencia, y la oda a la imaginación, la inteligencia y la sensibilidad de la gente menos favorecida pasa también por la exposición insistente en los prejuicios clasistas siempre preeminentes en el Brasil de Bolsonaro.

Además, y en un plano también dominante, la telenovela quiso abordar la imprescindible representación de  la diversidad sexual, tal y como debiera ocurrir en toda sociedad contemporánea que pretenda llamarse civilizada: están los gays en la editora (William apenas se salva de la más evidente caricatura), en la televisión (el galán telenovelero que hace Rafael Infante), e incluso brilla a ratos, en el barrio, la muy asertiva Michelly, adolescente transexual interpretada por Gabrielle Joie que bien pudo atravesar conflictos más variados e interesantes. También se muestra, en positivo, el ascenso de la tecnología para incrementar la comunicación entre la gente, y esta positividad se representa a través de la total afición a sus teléfonos y computadoras de los encantadores Peter y Valentina, interpretados respectivamente por João Bravo y Valentina Vieira.

Y a todos estos argumentos a favor, se suma la paródica crítica al mundo frívolo y estereotipado de la propia telenovela, a través del personaje de Silvana Nolasco, la egocéntrica malvada que interpretó Ingrid Guimarães, con la conveniente dosis de sobreactuación, sobre todo cuando se la presenta como alguien capaz de manipularlo absolutamente todo en función de ser famosa, de aumentar el número de seguidores en las redes, y de que la prensa amarilla exhiba nuevos chismes sobre su vida íntima. Hablando del bando de los malos, imposible obviar ese Diego insaciable y malévolo que nos regaló Armando Babaioff, el brillante antagonista de Naná, un personaje complejo representado con loable exactitud por Fabíula Nascimento.

Antes de concluir este comentario es necesario advertir a mi lector de que tampoco pretendo convencerlo de que está ante la más importante telenovela brasileña que hayamos visto nunca, porque aquí abunda el cliché, los personajes inocuos o francamente innecesarios, las salidas de tono, las situaciones que redundan en lo mismo que hemos visto muchas veces, pero puesto a pensar me pareció mejor, esta vez, resaltar virtudes y claridades, porque lo demás, los lugares comunes están a la vista, y en mi opinión se trata solamente de ganchos, usados sin ningún complejo de culpa, para enamorar a los amantes de la rutina teledramática.

En fin, Suerte de vivir significa una apreciable contribución de la telenovela brasileña a la conveniente formación de valores en espectadores de todas las edades, principalmente jóvenes, porque el foco de los escritores nunca estuvo en los triángulos amorosos y mucho menos en las fechorías de los villanos (aunque ambos elementos estaban presentes) sino que más bien se exaltaba el valor de la familia, la amistad y la cultura, afianzadas a través de valores humanísticos relacionados con el mundo de las emociones o de la ética. Hasta el tema musical de presentación y despedida (O Sol Nascerá, cantado por Zeca Pagodinho y Teresa Cristina) fue seleccionado con esmero y buen gusto para conformar esta joya, cuya transmisión y retransmisión agradecemos a los programadores cubanos.

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