Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Alma Mater, centenario y trascendencia

Alma Mater hace cien años estaba signada por el espíritu juvenil de los estudiantes universitarios que la fundaron: jóvenes, alegres y rebeldes, imposible que se impusieran cortapisas a sí mismos

Autor:

José León Díaz

…de amar las glorias pasadas se sacan fuerzas para adquirir las glorias nuevas.

José Martí

Carta a Manuel de la Cruz, Nueva York, 3 de junio de 1890.

1- Jóvenes

En el año de su centenario, ciertos sucesos colocaron a la revista Alma Mater en el candelero de las redes sociales digitales. Un candelero a veces banal; otras, no tanto; ora terreno propicio para que algunos promuevan las llamadas fakenews... Pero, no es este (al menos no directamente), el asunto de las cuartillas que siguen.

Alma Mater hace cien años estaba signada por un irreprimible espíritu juvenil, lúdico, y a ratos ligero. Y era lógico que así fuera: la hacían jóvenes, muy jóvenes estudiantes universitarios. Julio Antonio Mella, sin duda el corazón de este empeño, solo tenía 19 años. Por eso cuando en Nuestro credo, el muy citado editorial aparecido en la página 9 del número inaugural, escribe: «Por medio de este órgano los estudiantes cubanos se comunicarán espiritualmente con todos sus compañeros que hablan el idioma de Cervantes en ambos hemisferios, y divulgaremos así la cultura, el valor de la juventud intelectual cubana», puede parecernos que usa palabras muy impetuosas, y de hecho lo son; pero si a continuación leemos: «Y esto, es obra beneficiosa a la patria. Por ella laboramos; para ella nacimos», entonces lo comprenderemos todo: no está pensando solo en lectores contemporáneos de otras latitudes, sino de otros tiempos, es decir, en nosotros y los que vendrán después. Sobre este asunto, llamémosle trascendencia, volveremos más adelante. Por ahora, solo apuntar que los hacedores de aquella Alma Mater eran jóvenes, alegres y rebeldes, imposible que se impusieran cortapisas a sí mismos.

2- Breve historia

Según Nelio Contreras, tres fueron las etapas de Alma Mater durante la república neocolonial. La última de ellas comenzó el 12 de abril de 1952, apenas a un mes del golpe de estado perpetrado por Batista. Reaparecía la publicación luego de una prolongada ausencia desde los años treinta. La dirigía Manuel Carbonell. La voz de los universitarios, un arma de combate en esos años, se mantuvo en la clandestinidad y saliendo de forma esporádica hasta la caída del tirano.

El momento anterior corresponde al periodo 1928-1934, en plena efervescencia de la lucha antimachadista. Es una etapa llena de contingencias y varias interrupciones; pero Alma Mater se las arreglaba para llegar a sus lectores una y otra vez, ya fuera como publicación mensual o semanal, e incluso diaria. Entre sus directores estuvieron Julio César Fernández y Carlos Prío, y contó como jefe de redacción con Mario Kuchilán Sol. Estos son los años en que Pablo de la Torriente Brau publicara muy valientes artículos de denuncia, o de frecuentes colaboraciones de personalidades como Juan Marinello, Rafael García Bárcenas, Raúl Roa… Como detalle curioso, a mediados de 1933 publicación y realizadores, a causa de las persecuciones, se vieron obligados a trasladarse a Tampa. Tras el derrocamiento de Machado volvió Alma Mater a editarse en La Habana; y una vez de vuelta, se convirtió en diario, con el gran Enrique de la Osa como subdirector. El cierre en 1934 se debió a que sus principales firmas decidieron concentrar sus esfuerzos en Ahora, una publicación organizada por antiguos miembros del Directorio Estudiantil Universitario y el Ala Izquierda Estudiantil.

Pero es en su primer período, esos ocho números que van de noviembre de 1922 hasta junio de 1923, en el que quiero detenerme un poco más. Mella, como se conoce, fungía como su administrador. Bajo los seudónimos de Lord MacPartland o Zeus suscribió numerosos artículos y comentarios aparecidos en esas páginas. Luego, al fundar la FEU apenas un mes después que la revista, esta se convirtió de forma natural en su órgano oficial. Pero en todo momento la publicación mantuvo su poder de convocatoria gracias a su frescura y combatividad. Entre sus rasgos distintivos destacaba la presencia de más de una decena de secciones fijas en las que se podía seguir la actualidad en la colina, la vida en cada una de las facultades, o se abordaban temas del interés estudiantil.

Quiero mencionar algunos de esos espacios, ya conocidos gracias a otros investigadores. Por ejemplo, En el Feudo de Bustamante, en el que Mella, como Lord Mac Partland, hacía gala de su sentido del humor al tratar asuntos de su facultad y carrera, Derecho. Desenfadada sería también la sección De Farmacia, firmada por Boticaria, donde se hallan párrafos como estos: «[…] Tenemos gran cantidad de “cuerpos activos”; pero no por eso dejo de comprender que hay también mucho “jarabe simple”. En el elemento activo tenemos una “toxina” […]». Un humor a simple vista muy contextualizado, que se nos escapa entre los vericuetos del tiempo. Pero así suele ser el humor. Otras, como Nosotros, les servían para divulgar notas de la publicación y del equipo editorial; o Chiquitas universitarias, que promovía a las alumnas de cada carrera, vale recordar que entonces las muchachas constituían una exigua minoría en las aulas universitarias. Destacadas también resultan las secciones relacionadas con el deporte, eran varias dedicadas a las distintas especialidades. En este sentido, no debe olvidarse que el antecedente de Alma Mater fue Varsity, que, como su nombre indica, se centraba en lo deportivo.

Este primer período de la revista finalizó en junio de 1923, cuando Mella decidió fundar Juventud, un proyecto más ambicioso. Sin embargo, hacia la nueva publicación traslada su sección En el feudo de Bustamante.

3- Un salto

Entre mis satisfacciones cuenta el haber integrado el equipo de Alma Mater entre 1987 y 1990, final impuesto por la llegada del así llamado período especial. En aquellos años, gustábamos identificarnos con las portadas de la época primigenia, retomar algunas secciones, crear otras, acentuar la presencia del humor... y así, una cosa llevó a la otra: casi sin darnos cuenta se fue transformando la revista, tanto en su diseño y presentación como en los contenidos, otorgándole visibilidad a cuestionamientos a la vida universitaria y la sociedad cubanas de entonces.

Cuarta portada de Alma Mater, de junio-julio, de 1990

Al respecto, Manuel Henríquez Lagarde apuntó en las páginas de Juventud Rebelde:

[…] la revista encontró en su nuevo formato estándar de periódico el camino añorado desde hace ya algún tiempo por su reducido colectivo […]

El nuevo formato hizo posible no solo mantener la periodicidad mensual sino aumentar también la tirada [… y] facilitó incursionar en una línea más actualizada del diseño periodístico internacional, o por lo menos de una parte de él, donde predomina la ilustración, la gráfica como gancho para invitar al lector a fijar los ojos en el texto […]

La gran mayoría de [los textos] tiene un excelente uso desde el punto de vista conceptual de los epígrafes, títulos y sumarios, así como de los modos del lenguaje ajenos a toda una retórica periodística de frases hechas y vacías.

Segunda portada de Alma Mater, de abril de 1990.

La que fue hasta ayer la revista joven más antigua de Cuba, tiene en sus manos el convertirse […] en la revista antigua más joven de Cuba […]

Todavía uno se ruboriza cuando lee estas cosas; mas, si traje a colación la cita es porque deseo subrayar cómo el espíritu inicial de la publicación, o al menos una parte sustancial de él, ha sido el sello de varias generaciones que han pasado por sus páginas. Y por supuesto, de las que  han continuado hasta hoy.

4- Rescate

Poco antes de esa, llamémosle renovación, hubo un artículo publicado en 1988 que, en lo personal, me motivó a investigar. El texto clamaba por la protección de las maltratadas colecciones (sobre todo las correspondientes a los periodos de lucha y clandestinaje) de Alma Mater en las bibliotecas, en particular en la Biblioteca Central de la Universidad de La Habana. O sea, la revista intentaba desde sus propias páginas protegerse a sí misma.

Algo de mis averiguaciones de entonces vuelve a la vida en estas líneas. No olvido la sensación que me produjo palpar aquellos viejos impresos. Una cápsula del tiempo en un papel levemente cromado por la que desfilaban algunas de las primeras muchachas en La Habana que se hicieran el corte flapper, que lucían marineras y sayas a media pierna, acompañadas de jóvenes con anchas corbatas… hasta podía escucharse el roce de frescos tejidos de algodón o lino. Detalles de una cotidianidad ya intangible. En todas las secciones que llenaban sus páginas aparecían viñetas, a veces humorísticas, pero siempre con vuelo artístico, a tono con las tipografías y el cuidado diseño. La fotografía, otro de los distingos de Alma Mater, contribuye a que hoy podamos reconstruir, entender en parte, aquellos años, amén de que aportan testimonios históricos como las que reflejan la inauguración del Primer Congreso Femenino, celebrado en abril de 1923 en el Teatro Nacional, donde estuvieron representadas, por supuesto, las universitarias.

Vale consignar, pues, que Alma Mater estaba inmersa en su tiempo, un gran momento del diseño y la gráfica en nuestro país, luego de la llegada y aclimatación del arte moderno. Son años en que al panorama revistero lo dominaba nada menos que Social, creada por el gran caricaturista y dibujante Conrado Massaguer, a quien acompañaban otros diseñadores como Jaime Valls y Enrique García Cabrera, o artistas como Blanco y Abela. Es la antesala a la aparición de las vanguardias cubanas, algo tardías pero importantes en nuestro devenir cultural. Sí, los años 20 de la pasada centuria enmarcaron una gran eclosión de la nación cubana en todos los ámbitos. Fueron el despertar de un letargo, y en él, Alma Mater tuvo su parte.

Antes mencioné la palabra trascendencia, aquí la retomo en este sentido: Mella y sus compañeros de Alma Mater conocían muy bien su época y desde ella nos hablan. Conocían de sus valores, manquedades, sueños e inconformidades, lo prueban las páginas que nos legaron. Siempre se recuerda lo dicho en el ya mencionado Nuestro Credo, editorial que debiera incluirse entre lo mejor del género en Cuba, en cuanto al escenario político y la postura que defendía el equipo editorial de la publicación (contra la intromisión norteamericana, la corrupción universitaria, la necesidad de una reforma, y la lucha por los intereses de los estudiantes). Y está muy bien que siempre se recuerde esto, pero recalco que otros valores —algunos los he citado líneas arriba— también hacen inolvidable aquella Alma Mater. Valores que la convierten en un objeto cultural, razón por la que debiera algún día intentarse una edición facsimilar de sus primeros números, o una selección... Bueno, soñar no cuesta nada. Todavía.

5- Por derecho

Desconozco si obtuvo respuesta el reclamo que hiciera la propia revista en aquel número de 1988, sobre la necesidad de su conservación y de que fuera considerada por su valor documental como patrimonio universitario. Confío en que así haya sido, pero igual si no lo fue. Ella ocupa ese lugar por derecho propio. Pues como dijera el no olvidado historiador de la Universidad de La Habana, Delio Carreras, lo merece por ser «la pionera de las publicaciones estudiantiles en el país y, además, por su línea ininterrumpida de lucha al servicio de la nación».

6- Un par de ejemplos

El primero: hacia 1925 o quizá enero de 1926, mi padre, un campesino de 15 años realizó uno de sus viajes más o menos regulares a la capital para ocuparse de encargos que le encomendaba mi abuelo. Se hallaba en las cercanías de Infanta y Carlos III, donde radicaba un Tribunal, y se tropezó con una aglomeración de personas frente a dicha institución de justicia. Se acercó y pudo apreciar que todos estaban muy atentos a lo que decía un joven alto, fornido y elegante, vestido con un traje claro. Este joven aprovechaba los escalones de la entrada del edificio para dirigirse al grupo. Mi padre, aunque escuchaba perfectamente lo que decía aquel hombre, no logró entenderlo del todo, y en su opinión muchos de los que le rodeaban tampoco. Sin embargo, todos se mostraban emocionados. «Es Mella, es Mella», repetían algunos. Sí, era quien unos años antes había fundado Alma Mater y la FEU, y se encontraba en el tribunal probablemente luego de enfrentar una de tantas citaciones y acusaciones que la tiranía machadista incoó contra los comunistas, hasta que finalmente lo encarcelaran con total arbitrariedad y él se declarase en huelga de hambre. Lo demás es historia conocida, pero volvamos a lo que me contó mi padre: ¿a quién estaba hablando Mella aquel mediodía habanero si a su alrededor pocos parecían comprenderlo? ¿Acaso estaría hablando para nosotros, los que hemos venido después? Mi padre nunca olvidó aquel momento, debió de haber sido muy honda la impresión que le causara. Quizá a veces olvidamos que los grandes hombres pueden hablar más allá del tiempo que les ha tocado vivir. Ya lo dije: la trascendencia.

El otro ejemplo es un poco más reciente. Hará unos veinte años entrevisté a Juan Nuiry, antiguo dirigente de la FEU y luchador antibatistiano. Aunque no guardaba relación con el asunto de nuestra entrevista, no pude resistirme y le pregunté cuál era su más nítido recuerdo de José Antonio Echeverría. Y aquel hombre, al que las balas le habían silbado muy cerca, casi se quiebra al decirme: «La despedida. El gordo –se refería a José Antonio–, solía despedirse con estas palabras: “Cuídate, mulato, que de los buenos quedamos pocos”. Y aquel 13 de marzo me lo repitió, cuando terminamos de cargar las armas en los vehículos, rumbo a Radio Reloj. Me lo dijo tranquilo. Luego pasé por su lado en el carro y él alzó su brazo, me guiña un ojo, sonríe, no lo vi más. Después de Radio Reloj nos separamos. Yo pude escapar, pero él cayó a un costado de la Universidad». La cita es un poco extensa porque quiero resaltar el lado humano del héroe, incluso minutos antes del sacrificio. Algo que también se suele olvidar. Algo que parece decirnos que en la Historia lo trascendente no parece estar emparentado con lo hierático.

7- Jóvenes (otra vez)

Mas, y regresando a Alma Mater, algo de esas dos grandes figuras marcó para siempre sus páginas. Del juego, del deporte y el chiste, a la Historia. ¿Lo sabrían ellos, y los que junto a ellos la hacían sin cobrar un centavo? Tal vez solo pretendían movilizar a sus compañeros, despertarlos en tiempos de una muy necesaria reforma o de la lucha inevitable. Pero, ¿la Historia?

No creo que nadie se lo proponga, sería como si un poeta planificara escribir un poema con tres metáforas, un símil, y un anacoluto para el final. La vida tiene otros ritmos. Por eso, me permito concluir con una parodia, en este caso de un verso de John Lennon, que no es cubano, pero tiene merecido asiento en el banco de un parque habanero, y anotar que la Historia es todo cuanto sucede, incluso en las redes sociales digitales, mientras estamos haciendo planes.

Bibliografía Consultada

Arias Pérez, Oralia Maira. Isbel Hernández Monteagudo y Alberto Torres Arias. Prensa clandestina en

Cuba. La Revista Alma Mater durante su etapa de 1952 a 1958. Presentado al 5to. Simposio de Estudios Humanísticos, 2019.

Avila Guerra, Yoandry; Grisel Terrón Quintero y Mayra García Cardentey. Alma Mater: una mirada a sus

ocho primeros números. https://medium.com/@revistaalmamater?source=post_page-----70f6dd101e16. Noviembre 16, 2020.

Barrios, Margarita. La revista Alma Mater cumple 85 años. Juventud Rebelde, jueves 22 de noviembre

de 2007.

Henríquez Lagarde, Manuel. Alma Mater está fuera de liga. Juventud Rebelde, jueves 22 de marzo de 1990

Contreras, Nelio. Alma Mater, la revista de Mella. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1989.

Fraga, Armando. ¡Auxilio! La revista se destruye, Alma Mater, No. 301, marzo de 1988. pp 2-4.

León Díaz, José. En su día, en el futuro. Revolución y Cultura, No.3-2003.

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