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RRR y el esplendor de la trivialidad

La cinta convierte en superhéroes a dos personajes reales, líderes de la independencia india: Komaram Bheem, un líder tribal que luchó por la liberación del estado de Hyderabad, y Alluri Sitarama Raju, que encabezó la guerra contra los británicos en el estado de Andhra Pradesh

Autor:

Joel del Río

Para los espectadores menos informados, es difícil decir algo sobre la película india RRR, de estreno en nuestras salas, a partir solo de su enigmático título. Algunas fuentes, anglófonas, indican que se trata de las letras iniciales de Rise, Roar, Revolt (levantarse, rugir y rebelarse), mientras que desde el país de procedencia se informa de otra versión: se trata de abreviaturas de los nombres o apellidos del director (S. S. Rajamouli) y de los dos actores protagonistas y también productores (Ram Charam y N. T. Rama Rao Jr). Cualquiera que sea el significado, tampoco es que el título, en solitario, ayude mucho a la promoción de esta carnavalada medio épica, apoteosis de autoexotismo, barrocamente representado, y sin dudas atrayente, gracias sobre todo a su desmesura.

Por obra y gracia de los códigos inherentes al cine fantástico, y de acción y aventuras, la superproducción india (la más cara de las realizadas en ese país) convierte en superhéroes a dos personajes reales, líderes de la independencia india: Komaram Bheem, un líder tribal que luchó por la liberación del estado de Hyderabad, y Alluri Sitarama Raju, que encabezó la guerra contra los británicos en el estado de Andhra Pradesh. El guion del filme, escrito también por el director, inventa el encuentro y la amistad entre dos personajes reales, y además desdeñó todo realismo con tal de lograr un relato henchido de peripecias sugestivas, y de convertir a ambos líderes en fantásticos superhéroes, capaces de abatir a mano limpia al más feroz de los tigres, o de detener una moto en plena marcha. Porque ambos protagonistas debieron someterse a un programa de entrenamiento intensivo para lograr la apariencia requerida por los espectadores que adoran a estrellas como Vin Diesel o Dwayne Johnson.

Para llevar a la pantalla este espectáculo total, de frenética energía, se elude conscientemente toda ambigüedad en el diseño de los personajes, y se minimiza todo matiz verista o sombrío para relatar las biografías de tales personajes históricos. Más bien, se suspende por completo toda incredulidad del espectador para potenciar los tópicos del cine de aventuras: amistad, fidelidad y pundonor entre los héroes, rescate de una damisela (en este caso una niña raptada por los británicos), malvados y colonizadores contra valerosos y libertarios, hasta el punto de que ambos bandos parecen un puñado de caricaturas, y por supuesto, está el festín de efectos digitales en función de recrear visualmente acciones espectaculares, incluida la irrupción en el argumento de la canción Naatu Naatu, que disfrutó de universal popularidad, con el Oscar incluido. Tal vez este sea el momento de advertirle al espectador que aquí hay mucha menos música y romance edulcorado que en la mayor parte de la estandarizada producción de Bollywood.

Por algunos de los factores antes dichos, es relativamente fácil de comprender la inmensa popularidad que ha conquistado el filme dentro y fuera de India, al punto de desplazar la copiosa y popularísima producción de Bollywood (centralizada en Bombay) para entronizar a Tollywood, así nombrado a partir del idioma telugu, que se habla en la estado de Andhra Pradesh, en la costa sudeste del país. Y si el éxito comercial puede esperarse, en una película concebida para gustar, para seducir, menos obvias resultan las explicaciones de ciertos destaques como la inclusión entre los mejores filmes del año por el National Board of Review, o el hecho de que se convirtió en el primer filme indio, y asiático, en ganar el Globo de Oro que confiere la prensa extranjera. Porque tales periodistas especializados jamás vieron méritos suficientes en los imponentes logros del cine japonés, chino, coreano, iraní, israelita, turco, o precisamente indio, un país que ha producido indiscutibles clásicos jamás reconocidos por los reporteros que intentan presentarnos cualquier tarjeta policromada en movimiento cual logro inmarcesible.

Inspirado en películas que fantasearon con historias reales, como la norteamericana Bastardos sin gloria, de Quentin Tarantino, o en otras que presentaron un héroe cinematográfico más cercano a ciertas circunstancias reales, como la brasileño-argentina Diarios de motocicleta, Rajamouli comprendió a la perfección no solo los recorridos del héroe en el cine occidental, sino que asumió a fondo la esencia épica y mitológica que ostentan los personajes del Ramayana y el Mahabharata, sendas narraciones procedentes del siglo III a.n.e. Debe tenerse en cuenta además que el chaparrón de efectos especiales y secuencias espectaculares adorna una historia que habla, en el fondo, de la necesidad de comprensión, e incluso de hermandad entre personas de diferentes credos, lo cual es importante en un país herido por las lidias fratricidas entre musulmanes e hindúes.

Si rozar trascendentales temas políticos, sociales o históricos fuera suficiente para incluirse en la lista de grandes películas, debiéramos contar desde ya con RRR en un lugar destacado de nuestra preferencia, pero entonces habría que asumir también la supuesta superioridad de otras películas muy famosas y recientes como Avatar, el camino del agua, por sus tenues pinceladas de antimperialismo, defensa de las culturas originarias y protección del medio ambiente; Todo en todas partes y al mismo tiempo, por sus notas al margen sobre emigración, empoderamiento y problemas filiales; y Black Panther: Wakanda Forever, gracias a su manipulación comercial de los temas de raza, género e independencia de los países africanos.

Porque algunos realizadores contemporáneos, dentro y fuera de Hollywood, revisten ciertos temas complejos con la trivialidad inherente a buena parte del cine fantástico, o de acción y aventuras, y de este modo simplifican los mensajes, los significados, y mistifican la esencia aparentemente trascendental de la narrativa, para entramparla en una visualidad atractiva para las mayorías. Una vez que estamos presenciando la sistemática frivolización de los grandes temas, uno puede aceptar sin problemas de conciencia RRR, e incluso disfrutar su colosal visualidad y diseño de producción, y hasta sentirse niño otra vez para disfrutar, desde la ingenuidad, el desatado heroísmo, las tres horas de cine pueril y deslumbrante, de ese que te satura los ojos pero deja vacío, intocado, tu espíritu.

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