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El terrible

La terribilidad, esta vez, más que un atributo funesto respondía al pavor que podía infligir en los oponentes Iván Miljkovic

Autor:

Eduardo Grenier Rodríguez

En un pueblito de Serbia llamado Niska Banja nació el jugador de voleibol que más he admirado en mi vida, una mole de 104 kilogramos y dos metros y seis centímetros cuya mayor virtud fue tener un brazo derecho casi de hierro. No habrá sido, ni de lejos, el mejor en pasar por los rectángulos, pero siempre le vi algo diferente.

En los instantes más duros, el balón iba para él, con aviso incluido. Murallas de primer nivel se agrupaban y extendían un muro en sus narices y no podían evitar ser quebrantadas por potentes remates. Casi nadie pudo detenerle, ni quisiera en los años finales, cuando el físico comienza a aminorar la fuerza del talento.

Le decían, por paradojas de la vida, el terrible. ¡Ah, El Terrible! No uno más. Él, solo él. Y, caramba, ¿cómo pudieron atribuirle tal calificativo a un jugador genial, fuera de serie? La terribilidad, esta vez, más que un atributo funesto respondía al pavor que podía infligir en los oponentes.

Su nombre es Iván Miljkovic y hoy tiene 42 años. Lejos de los escenarios competitivos, hasta parece un tipo apacible. Sin embargo, sacudió con sus remates ligas y campeonatos mundiales, erigió a Serbia como una superpotencia capaz incluso de chocar con el invencible Brasil de Bernardo Rezende y con su liderazgo hizo mejor a una
generación privilegiada.

¿Qué le hacía distinto? Su carácter. Giba tenía el don de la elegancia y la exquisitez técnica. Matej Kazijski aportaba una seguridad impropia de un jugador de su talla. Pero Iván era, entre furia y brusquedad, también un tipo con movimientos finos y una plasticidad solo al alcance de los elegidos.

Y en su generación, que conste, para levantarse por encima del resto no bastaba con ser sencillamente «bueno», porque buenos han sido, por ejemplo,
varios de sus compatriotas, protagonistas de una generación única. Marko Podrascanin, Dragan Stankovic, Sasa Starovic, conforman, por decir nombres al azar, una lista difícil de moldear entre tanto talento.

En Niska Banja, decía, nació un ídolo para el mundo. Allí, entre la belleza natural, apenas 4 300 y tantas personas viven. Sin embargo, los niños de este siglo o del período finisecular anterior, tienen un paradigma que quieren imitar, un terrible al que igualar al menos en osadía, un Iván aterrador en las esquinas de la net.

No, en Niska Banja no nacerá probablemente otro como él. Ni en Belgrado. Ni en ninguna parte. Porque digan lo que digan, a veces no tiene tanto mérito ser el mejor, como ser único. Y en eso Miljkovic, el terrible opuesto de Serbia, ya tiene ganada la gloria.

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