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El árbitro que se convirtió en tenor

Amplia es la trayectoria de Juan Ramón Milán Ponce, quien ha participado en dos Juegos Olímpicos (Beijing 2008 y Tokio 2020), tres campeonatos del mundo, dos Juegos Panamericanos, cinco mundiales juveniles, varios Juegos Centroamericanos, distintos torneos regionales... y fue protagonista de una singular historia

Autor:

Osviel Castro Medel

BAYAMO, Granma.— Ocurrió en el campeonato mundial de 2003, en Bangkok, Tailandia, y se convirtió en una de las escenas más hermosas en la historia del boxeo. Su protagonista, sin embargo, no fue un púgil, sino un árbitro cubano, llamado Juan Ramón Milán Ponce.

Acababan de premiar con la medalla de oro al holguinero Mario Kindelán Mesa, pero a la hora de izar las banderas, los organizadores chocaron con una sorpresa increíble: se había extraviado la grabación del Himno Nacional de Cuba. Entonces la ceremonia protocolar pareció durar una eternidad.

«Yo estaba sentado en la mesa cinco para trabajar, pregunté qué estaba pasando, por qué aquello demoraba tanto. Cuando me dijeron, tomé el micrófono y canté nuestro himno bien alto, a capela. Lo más lindo fue que todo el público se puso de pie y así se hizo la premiación solemnemente. Al final muchos aplaudieron, otros me dieron la mano o se hicieron fotos conmigo», cuenta ahora.

Como bayamés y cubano —dice—, no podía permitir que se premiara a un compatriota sin himno. «Pude haberme buscado un problema, porque yo era un árbitro invitado, no era parte de la delegación cubana, pero por suerte todos lo agradecieron. Kindelán se emocionó mucho, hoy me dice que soy como un padre para él».

Esa anécdota de improvisado «tenor» forma parte de la amplia trayectoria de Milán Ponce, quien ha participado en dos Juegos Olímpicos (Beijing 2008 y Tokio 2020), tres campeonatos del mundo, dos Juegos Panamericanos, cinco mundiales juveniles, varios Juegos Centroamericanos, distintos torneos regionales... hasta completar 109 salidas al exterior.

Pero tanto vuelo por distintos países no ha inflado su pecho. Él sigue siendo el mismo hombre sencillo que comenzó en el boxeo en la calle 11 del reparto bayamés Siboney, bajo la égida del activista Fidencio Duany «Chocolatico».

«No fui de los estelares, pero tampoco de los del montón porque hasta gané medallas en categorías menores, me lesioné en un hombro y decidí dejar los guantes», rememora este hombre nacido el 17 de septiembre de 1963 y que se hizo notar en los cuadriláteros del orbe cuando saltó a la profesión de juez-árbitro.

En esas faenas estuvo desde 1985 hasta 2010, con incontables reconocimientos, incluido el de mejor árbitro en los Juegos Olímpicos de 2008, en Beijing, capital de China.

Él, quien llegó al arbitraje empíricamente y luego pasó numerosos cursos, reconoce haber aprendido del estilo de varios imparciales vestidos de blanco, como Yolando Sánchez y Eugenio (Titi) Basulto, dos árbitros que se convirtieron en sus referentes.

«Admiré mucho también a Manuel Montoya y a algunos de Granma cuando yo comenzaba, pero al que siempre quise imitar fue a Titi, a quien yo le decía Padrino. Era muy respetado y elegante sobre el ring», dice desde su casa en el reparto Granma, conocido popularmente como El Polígono.

En 2010 Chino Milán, como lo llaman casi todos dentro y fuera de los cuadriláteros, dejó las advertencias y voces de los imparciales y pasó a ser directivo, una tarea llena de complejidades. Hoy es metodólogo de la comisión nacional de boxeo, secretario general de la Federación Cubana, vicepresidente del Comité de árbitros y jueces de la Confederación de América, además de oficial técnico internacional, instructor y evaluador de la Asociación Internacional de Boxeo (IBA, por sus siglas en inglés).

«Es bonito preparar a los demás árbitros, supervisar su trabajo, inculcarles el ideal olímpico y luchar contra prácticas amañadas. Por eso digo que si haber sido atleta y árbitro fue estimulante, esta tarea también resulta muy interesante y atractiva», expone mientras visita, desde la capital, su terruño querido.

Expresa, además, que aunque lleva años en La Habana por razones de trabajo, no ha dejado de ser bayamés y retornará a su ciudad cuando termine sus «tareas» nacionales e internacionales.

«Yo siento por este pedacito de tierra. Lo llevo en el corazón, aquí está mi familia, mis cuatro hijos, además de mi esposa. Es una pena que ya no viva mi madre, quien era la primera que me llamaba para que me fuera temprano a entrenar cuando era boxeador y luego disfrutó mis éxitos como árbitro. A ella y todos los que me ayudaron, que son muchos y no quiero olvidar a ninguno, siempre les voy a decir: “Gracias”».

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