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Trump y su vergonzoso discurso electorero del Estado de la Unión

Ochenta minutos de reiteradas afirmaciones falsas en los cuales destacó, sobre todo, el ego del mandatario

Autor:

Juana Carrasco Martín

La altanera diatriba del Presidente merece uno que otro análisis, más allá de las escenas tensas que formaron parte de la chismografía del discurso de Donald Trump, llamado Estado de la Unión, como que dejó a la speaker de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, con la mano extendida, y que ella, al concluir el mandatario su intervención con el consabido «Dios bendiga a Estados Unidos», rompió el texto del alegato, mientras los legisladores demócratas abandonaban de inmediato el recinto.

En primer lugar, en vez de resumir un estado de cuentas sobre cómo marcha el país, Trump utilizó el podio del hemiciclo congresional, y toda la atención mediática nacional e internacional que esa anual intervención atrae, como uno más de sus mítines de campaña, espectáculo para atrapar votantes complaciendo a quienes le acompañan desde un extremismo político feroz.

El informe anual generalmente se presenta en enero, y en muy, muy, muy contadas ocasiones se ha dado en febrero. Esta fue una de esas ocasiones y bien acertado estuvo el calendario para potenciar la imagen de un Trump victorioso, justo en la antesala de que el Senado de mayoría republicana le diera el miércoles la absolución de los pecados políticos que merecían el impeachment y su cesantía deshonrosa del cargo.

Las técnicas de los reality shows, del que fue maestro en su oficio previo al de administrador de los intereses del imperio, salieron a relucir, y los correligionarios republicanos fueron «la pala» del éxito con las continuas ovaciones y aplausos, que ocultaban el silencio casi sepulcral de los demócratas y algún grito de desaprobación desde las galerías del público —como el emitido por  el padre de una de las estudiantes víctimas del tiroteo de Parkland reprobando el apoyo nefasto del Presidente a la tenencia de armas, y quien fue sacado de inmediato del Congreso por el servicio secreto.

En segundo lugar —seguro del perdón que le dará más poder ejecutivo precisamente a costa del control del poder legislativo y banda ancha para burlar la conducta ética—, hizo gala de sus políticas injerencistas, guerreristas, intolerantes, antimigratorias, racistas y xenófobas mediante una sarta de aseveraciones mentirosas y manipuladoras, con las cuales juzgó a los otros —ya fueran grupos étnicos, segmentos sociales, individuos o Estados—  para complacer a los extremistas del nacionalismo o engatusar a ignorantes de derecha con su MAGA del ilusionismo: Make America Great Again…

De esa manera cavó un poco más hondo en la división evidente de la sociedad estadounidense, que va más allá de las discrepancias del bipartidismo, exacerbadas cuando es año de enfrentarse en las urnas.

Exageraciones, autoadulaciones, hipérboles, verdades a medias y mentiras completas, en medio de escenas sensibleras, llenaron el texto de una perorata que duró 80 largos minutos:  «Estoy encantado de anunciar esta noche que nuestra economía está en el mejor momento de nuestra historia», «nuestro país está creciendo y es altamente respetado en el mundo», «el ejército está más fuerte, nuestras fronteras seguras, nuestro orgullo restaurado. Por eso les digo: el estado de nuestra Unión es más fuerte que nunca».

Habló de supuestos logros en la educación y en la salud pública. «Ningún padre debe ser obligado a enviar a su hijo a una escuela gubernamental en quiebra», «una buena vida para las familias estadounidenses también requiere el sistema de salud más asequible, innovador y de alta calidad en la Tierra», y «jamás permitiré que el socialismo destruya la atención médica estadounidense».

La alusión contra la propuesta del senador Bernie Sanders de salud para todos los estadounidenses, la completaba con una petición al Congreso: «aprobar un programa que prohíba la atención médica gratuita para indocumentados», como dijo ocurre en California, una de las ciudades y estados santuario, una parte de su inhumana y xenófoba política antimigrantes, a quienes trató de delincuentes, asesinos, drogadictos, narcotraficantes.  

Se vanaglorió de las detenciones de «más de 120 000 inmigrantes criminales» y apuntó: «Estados Unidos debe ser un santuario para los estadounidenses que cumplen la ley, no para indocumentados criminales».

Beligerancia mantenida

Injerencista, como le parece ser intrínseco, en especial cuando mira hacia su frontera sur, la parte de América que trata como patio trasero, llevó de invitado al autoproclamado Juan Guaidó, al que le dio tratamiento de presidente, en correspondencia con la imagen destinada a lograr su empeño de derrocar a la Revolución Bolivariana.

Cuba y Nicaragua fueron también blanco de sus ataques, bajo el eufemismo de apoyar a los pueblos. La respuesta del Canciller cubano en un tuit es suficiente: «Si el pdte Trump (Estado de la Unión) quisiera apoyar al pueblo de #Cuba, tendría que levantar el bloqueo genocida, reanudar vuelos prohibidos y otorgar visas a los cubanos. Debería restablecer la libertad de viajar a Cuba a los estadounidenses. #SOTUS #StateOfTheUnion».

Irán, Irak, Palestina... en ese obtuso repaso a las relaciones internacionales en el cual prevalece la condición imperial de Estados Unidos, «mejorada» por Trump en su intención de doblegar a todos con amenazas y sanciones constantes.

«Por nuestras poderosas sanciones, a la economía iraní le está yendo muy mal. Podemos ayudarles a que les vaya muy bien en un período corto de tiempo, pero quizá son demasiado orgullosos o demasiado tontos para pedir ayuda. Aquí estamos. Veamos qué camino eligen. Solo depende de ellos», dijo y presumió del asesinato del general iraní Qassem Soleimani.

En la sarta de mentiras, la de su misión humanista y que quiere acabar con las guerras: «No busco matar a cientos de miles de afganos, muchos de ellos inocentes. Tampoco es nuestra función servir a otras naciones como agencia de seguridad (...) Estamos trabajando para poner fin de una vez por todas a la guerra más larga de EE. UU. y devolver a casa a nuestras tropas».

Por ahí transcurrieron los 80 largos minutos que, para el diario The Washington Post eran afirmaciones falsas que el Presidente «persiste en usarlas» y citó 31 de ellas alardeando de que nadie lo ha hecho mejor que él.

Un comentarista en Common Dreams apuntó a lo verdadero: algunos en Twitter dijeron que el Estado de la Unión de este 2020 les había hecho recordar «instantáneamente las palabras de George W. Bush al final del discurso inaugural de Donald Trump en 2017: “Bueno, eso fue una mierda extraña”».

 

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