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Fábula de Elián

JR vuelve a regalar a los lectores este texto a propósito del centenario del periodista  y escritor Enrique Núñez  Rodríguez, celebrado este 13 de mayo

Autor:

Enrique Núñez Rodríguez

Era un niño dormido, flotando sobre las aguas. Era una flor acuática. Los dioses del mal podían agitar los vientos y castigar su cuerpecito inerme, pero lo respetaron. Las olas, enfurecidas, podían arrancarlo de su cuna neumática y sumergirlo para siempre en el océano, pero las olas también lo respetaron. El sol pudo calcinarle los huesos ante el reclamo de los dioses del mal, pero se escondió entre las nubes para que no lo vieran y evitar así la orden de Herodes. El sol era su amigo. Lo había visto jugar con su padre en la playa de la patria que le querían hacer abandonar. Y el sol lo respetó. Los escualos de afilados dientes y apetito voraz lo vieron dormido sobre el mar sereno. Era una presa fácil. Bastaba con volcar su improvisada nave y podrían devorarlo. Pero era tan bello en su inocencia, que los escualos, que no sabían nada de derechos humanos, lo respetaron. Un coro de juguetones delfines lo acompañó en sus sueños. Y las sirenas —que, según los viejos marinos, cantan— lo arrullaron con la canción que recordaba de su escuelita querida: «barquito de papel, mi amigo fiel».

Así, aquella flor acuática pudo sobrevivir al naufragio. Los dioses del mal lo respetaron. También las olas, recordando que lo habían acariciado en sus playas, junto al padre amantísimo. Y el sol, consciente de ser su amigo. Los escualos también lo respetaron. Y los delfines y las sirenas lo acompañaron en su viaje a un mundo que creían suyo. Ni las olas, ni el sol, ni los escualos, ni los delfines, ni las sirenas saben nada de derechos humanos, y mucho menos de la Declaración de los Derechos del Niño. Pero lo respetaron.

Al llegar a aquel mundo al cual no pertenecía, quisieron separarlo de su padre, alejarlo de sus abuelos, enajenarle su pupitre, destruir sus cosas, quemar sus libros, arrasar su mente, orinarse sobre su bandera. Y todo eso, en nombre de los derechos humanos.

 Elián recordó, entonces, la fábula de la Caperucita, y le dijo a Ileana Ross:

 —¡Qué bandera más grande tú tienes!

Y la loba feroz le contestó:

—Para envolverte mejor.

 Y colorín colorao, que este cuento no ha empezao.

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