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2 025: mágico, inalcanzable y divisor

Autor:

Juana Carrasco Martín

Nuevamente fue martes, y preconiza lo que su nombre agasaja, el conflicto asociado a Marte, el dios de la guerra. Los martes se dirimen los enfrentamientos principales en la larga carrera electoral de Estados Unidos, y en la actual contienda, aumenta su significado en la lid entre los dos aspirantes demócratas.

El 15 de febrero cuando fueron a la liza en 20 estados, se impuso la incertidumbre cuando Barack Obama se hizo presente como posibilidad real, quebrando el anunciado y supuesto predominio de Hillary Clinton; luego vinieron otras primarias donde los delegados se fueron repartiendo casi a la mitad, pero con Obama a la delantera, aunque sin ventaja destacable.

Obama ya brinda... y Hillary no está dispuesta a parar. Fotos: Reuters y AP Este martes 6 de mayo, en otros dos combates (Indiana y Carolina del Norte) en pos de reducir la distancia hacia el número mágico de 2 025 delegados, necesarios para conseguir estar en la boleta del Partido Demócrata para las elecciones presidenciales del martes 4 de noviembre, dejó la misma inquietud: Hillary ganó en Indiana, pero con un margen pequeño, mientras Obama obtenía una arrolladora victoria en Carolina del Norte, aunque tampoco le daba la seguridad de convertirse en El Candidato.

El 2 025 es inalcanzable y se convierte en una cifra divisoria que debilita al Partido Demócrata frente al candidato republicano John McCain, quien prevalece desde hace rato en su campo y se dedica abiertamente a destacarse como el presidenciable.

Sin embargo, en esta ocasión, los que pueden determinar en las columnas del partido del burro, amanecieron apretándoles las clavijas a la senadora para que se retire. El titular del influyente The New York Times era categórico: «Los conocedores dicen que se acabó la carrera». Y más o menos en esos términos se pronunciaban las agencias informativas, los artículos de muy diversos periódicos, noticieros de televisión, comentaristas y, sobre todo, algunas autoridades demócratas.

En su discurso electoral en Carolina del Norte agradeciendo la victoria, Barack Obama llamó a un Partido Demócrata unido para las elecciones, argumentando que están en un momento definitorio de la historia de EE.UU. cuando enfrentan dos guerras, una economía en turbulencia, un planeta en peligro, y no podían permitirse que John McCain se convirtiera en el tercer período de George W. Bush. Su llamado era el mismo desde que comenzó la campaña: «cambiar a Estados Unidos». Siempre del dicho al hecho hay un trecho, pero eso sería motivo de otro análisis si al final resulta el candidato demócrata y si logra llegar a la Casa Blanca...

No obstante, la Clinton, que ha prestado 6,4 millones de dólares de su fortuna a su campaña abrumada por la escasez de fondos, y que debió conocer que otros importantes líderes partidistas le daban la espalda, se aferra a sus intenciones de convertirse en la primera mujer candidata presidencial y primera presidenta. Salió lista a correr desde Kentucky, Virginia Occidental y Oregón —las próximas primarias— hasta las de junio en Puerto Rico, Dakota del Sur y Montana. Está por ver si lo logra con tantos apuntándole para que se detenga ya, y haga una salida elegante.

Mientras, buena parte de los superdelegados, las autoridades o elites del partido que tienen libertad para decidir a quien darle su voto en la Convención Nacional de agosto, mantienen la incógnita y con ello la muestra de su verdadero poder frente a lo que sería el voto popular que está de parte de Obama; en definitiva un reflejo del juego a la democracia en que se mueve todo el proceso electoral estadounidense.

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