Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Carbón bendecido

Autor:

Hugo García

 

Una «ganga», decían algunos en la feria agropecuaria Plaza XIV Festival después de comprar por 800 pesos el saco de carbón, asombrados por la suerte de haberlo adquirido a ese valor, que ya ronda los 1 400 el presuntamente de marabú, o los mil a 1 200 el fabricado con otras maderas.

Ese descenso ojalá sea regla y no excepción, porque aun cuando la oferta se ha mantenido estable ante la crisis energética en nuestro país, los precios siguen su tendencia al alza, incluso cuando en muchas ocasiones la materia prima para producirlo está en tierras estatales y no les cuesta nada.

De seguir agravándose o mantenerse en una meseta la situación con el combustible doméstico y la electricidad, es de suponer el camino cuesta arriba del importe de esta alternativa de cocción, endureciendo cada día más la cotidianidad en cada hogar.

Mi familia, por ejemplo, consume aproximadamente un saco semanal. En algunas oportunidades su pésima calidad obliga a utilizar más de lo previsto en esa imperiosa urgencia de culminar la elaboración, y ello supone un gasto extra de tiempo, del propio carbón y de dinero, al tener que acortar el ciclo de su adquisición.

Si un tipo de carbón ha ganado fama más que nunca es el de marabú que, aunque a veces viene ligado con el de otras maderas, es, según mi experiencia, el más duradero, al lograrse mayor aprovechamiento.

Y en este aspecto influye la cantidad de personas que en su vida habían incursionado en su producción, y ahora lo hacen para provecho propio, comercializarlo y, por supuesto, eso afecta la calidad, a lo que habría que agregar el gran negocio en que lo han convertido los revendedores.

Sin estadísticas seguras de los volúmenes de toneladas de carbón de los últimos meses, y ante la gran diversidad de fabricantes, comerciantes y clientes, se debilita el control en general y ello influye en su valor de venta.

Sin embargo, algo bueno ocurre en las carreteras que llevan a las antiguas escuelas al campo en Jagüey Grande, cundidas de marabú, ahora eliminados en varios puntos por los residentes para fabricar carbón vegetal.

Un fenómeno contrario pudiera darse en las márgenes de los ríos, sobre todo, en la urbe matancera, donde sí debe velarse porque no sean talados parte de sus manglares, por el daño medioambiental que ocasionaría al ecosistema fluvial.

De igual manera, en los montes cercanos a las comunidades rurales debe observarse que no prolifere el corte descontrolado de diferentes especies de plantas, incluidas algunas protegidas, a  sabiendas de que no se trata de impedir el acceso a este rubro vital hoy en muchos hogares, sino de velar porque no se deforeste indiscriminadamente.

A propósito, cocinar con carbón, más que esto, donde se hace, ha traído no pocas tiranteces entre vecinos. No solo es la molestia propia del humo, de cómo se enciende y sus olores, sino el uso de cualquier espacio.

Ya es común ver a las personas atizando el fuego lo mismo desde el balcón de un apartamento en un edificio que, en aceras, frente a las casas en plena calle. Y ni hablar de disímiles e improvisados fogones, algunos expendidos a precios astronómicos.

Es entendible. La situación es tan caótica que la gente se aferra a lo que venga. Es un asunto de existencia. Y en ese desespero, aparecen no pocos bribones, que se aprovechan de esa necesidad para sacarle todo el dinero posible al carbón.

Y quizá sea momento para pensar en condicionar establecimientos dedicados a comercializar este producto, con precios parecidos a la calidad y procedencia, incluidos los gastos de transportación. No es lo mismo uno traído de la Ciénaga de Zapata, que de un municipio cercano.

Todo lo que se haga con ese propósito será bendecido por la familia, agobiada en medio de apagones e insuficiencia de otros combustibles como el gas licuado del petróleo. Arréglese lo que sea posible, para que siga siendo agradable la comida hecha con carbón.

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