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Energía nuclear y doble rasero de Estados Unidos

La Casa Blanca permite construcción de reactores nucleares por primera vez desde 1979

Autor:

Juana Carrasco Martín

Prendieron la luz verde en Estados Unidos, y dos nuevos reactores nucleares Toshiba o Westinghouse —hay distintas versiones—, serán construidos por la empresa Southern Company en su planta de Vogtle, en el estado de Georgia. Estas son las primeras licencias que otorga la Comisión Reguladora de la Energía Nuclear desde 1979, año en que ocurrió el grave accidente nuclear de Three Mile Island, en Pennsylvania, que paralizó ese camino de producción energética.

Entonces, sobre el escape accidental de yodo y gases tóxicos nucleares, iniciado a las cuatro de la madrugada del 28 de marzo de 1979 en Three Mile Island, se tendió un manto de silencio. Se afirma que la limpieza total del ambiente no se concluyó hasta 1993 y al costo de mil millones de dólares.

Los datos numéricos que implican la construcción ahora de los dos reactores que sustituirán a otros obsoletos, son estos: comenzarán a funcionar en 2016 y 2017, la inversión será de 14 000 millones de dólares, y crearán más de 25 000 empleos directos e indirectos, una buena noticia para el deteriorado mercado laboral.

Pero son otros los elementos a destacar en esta apertura de la energía nuclear por parte de Estados Unidos, donde existen actualmente 104 reactores en operación en 64 plantas que generan casi el 20 por ciento de la energía eléctrica del país: el doble rasero que ello implica, porque el país se dispone a beneficiarse de una fuente generadora alternativa al petróleo, del que busca independencia, mientras le niega a otros esa posibilidad.

Por supuesto, que el caso más notorio está provocando desde hace rato la posibilidad de un estallido bélico, cuando en primer lugar Washington, Israel y sus socios occidentales de la OTAN, intentan obstaculizar el desarrollo del programa nuclear pacífico de Irán alegando que esos reactores nucleares, y el uranio que se necesita para su funcionamiento, estarían destinados a construir el arma atómica.

La hipocresía se hace más que evidente, y resulta paradójico que al mismo tiempo que la entidad estadounidense hace su anuncio, en Naciones Unidas el ministro israelí de Exteriores, Avigdor Lieberman, tome la palabra ante varios miembros del Consejo de Seguridad para decir que su Gobierno estudia «todas las opciones» si las sanciones impuestas contra Irán no detienen su programa nuclear.

Resulta que Estados Unidos, el poseedor del mayor arsenal nuclear del planeta, e Israel, cuya cifra de artefactos pasa de los 200 —suficientes ellos solos para destruir la vida en el planeta— se abrogan la potestad de seguir diciendo que Irán es «la mayor amenaza a la paz y la seguridad en el mundo».

Si no fuera tan serio el asunto, cualquiera podría soltar la carcajada, si se tiene en cuenta que recién The Washington Post publicó que el secretario de Defensa estadounidense, Leon Panetta, está convencido de que un ataque israelí sobre las instalaciones nucleares de Irán es inminente y podría producirse «en abril, mayo o junio».

Claro, que Estados Unidos autorice ahora a construir los reactores no constituye una nueva amenaza, porque ni siquiera tiene que ocultar con ello que posee bombas atómicas, diseminadas además por todo el orbe; y por supuesto no solo estaría dispuesto a emplearlas en su momento, sino que lo hizo ya en 1945 para demostrar que salían de la Segunda Guerra Mundial como amos y señores.

Entonces, para nada le interesará al Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), o al Consejo de Seguridad de la ONU —siempre tan dispuesto a acogotar a los más débiles o los insumisos—, revisar cuál «propósito secreto» pudiera haber detrás de los reactores de Georgia.

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